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PETICION AL ANGEL ABUNDIA, PARA LA ABUNDANCIA

Posted on martes, 24 de noviembre de 2009 by Tarots



Tráenos Abundia toda tu Abundancia.

Tráenos caudales de tus riquezas,Serenidad para tenerlas y amor divino para obtenerlas.

Tráenos la fe de tu riqueza, Tú, gran Abundia, danos riqueza de pensamiento,De sentimientoTraenos Señora tus frutas frescas,Tráenos verduras, tráenos dulzura.Tráenos también oro bendito,Tráenos tus piedras, rubíes, zafiros.

Tráenos, tú, prosperidad.

Abre las arcas, saca tu cuerno de la abundanciaY abre la llave del manantial, Chorros caudales danos y bañanos sobre todo con el amor supremo de Dios, con el fervor de la oración, Con tanta fe, seguridad, prosperidad, De las manos de Dios.

Abundia, Abundia, Abundia, gran Ser angelical,De la Abundancia te pedimos a ti con amor,Que escuches con gran fervor ésta plegaria oración de petición.

Te agradecemos a ti señora Abundia,Que traigas abundancia de planes nuevos y cosas nuevas,Todas benditas por Dios nuestro amoroso Señor.
Amén

OTRA ORACION

Abundia, Abundia, Abundia, gran ser angelical de la Abundancia y la Prosperidad Divina, yo vengo aquí al valle sagrado de la petición sincera, de la petición divina.

Extiendo mis brazos hacia ti.

Amada Abundia y con gran respeto ofrendo mis peticiones para que sean saciadas con tu Divina voluntad y con toda tu fuerza y tu divina y extraordinaria potencia.

Abundia, Abundia, Abundia, úngeme en el mar sagrado de tu divina prosperidad y báñame con el chorro de los caudales del río sagrado de la abundancia, dame sabiduría para obtener cada una de las bendiciones que recibo, que estoy recibiendo y que voy a recibir de tus grandiosas bendiciones por tu bendita mano.

Dame oro que es el metal mas puro para purificar mis bolsillos, dame rubíes, dame zafiros, dame diamantes y dame olivos, llaves divinas para abrir puertas y que esas puertas lleven a mi y a mi familia por senderos de prosperidad y de abundancia infinita, y que todo tu poder y que toda tu fuerza caiga y recaiga sobre mi, sobre mis manecillas, sobre las arcas de mi hogar y sobre todo sobre la certeza firme de que tu abrirás ese grandioso Reino de Prosperidad y de Abundancia para poder obtener y saciar todas aquellas peticiones que en mi esperan, y que se realice de inmediato en el momento de yo leerlas, de yo sentirlas y de escucharlas, y que esto

Así es, Así es, Así es.

esta oración se reza 21 veces o 108 si es que tu necesidad es imperiosa.
A ella le gustan los cítricos, el pie de limón y las velas verdes o doradas

EL BREBAJE DE LOS DIOSES

Posted on domingo, 22 de noviembre de 2009 by Tarots

El brebaje de los dioses

Después de un desgraciado matrimonio, Kara no buscaba aventuras amorosas, y menos aun con un hombre como Aleko Tranakas Pero, él parecía decidido a conquistarla y ella tenía que admitir que le gustaba. Hasta que un problema de Sharon, su hermana, puso un final brusco al incípíente idilio. Inesperadamente, los dos se encontraron en bandos opuestos y con la lealtad familiar en juego.
En semejante situación era imposible alcanzar la felicidad.

CAPÍTULO 1
CÓMO podía ser tan cruel la vida? Kara se quedó mirando al hombre que atravesaba a grandes pasos el aeropuerto de Heathrow. También era alto y tenía los mismos hombros anchos, el mismo pelo casi negro, liso y corto.
La muchacha que caminaba hacia él parecía tener prisa. Ninguno de los dos vio al otro hasta que chocaron. La joven, alta y delgada, miró al hombre con disgusto; sin embargo, en menos de un segundo su ánimo cambió.
Kara no podía ver la cara del hombre, pero sí adivinar su seductora manera de hablar. Estaría disculpándose, por supuesto. La culpa era de él, sólo suya, por no tener cuidado al caminar. ¿Estaba ella bien? ¿No se había hecho daño? Para olvidar el susto tal vez quisiera tomar un café... ¿No tenía tiempo? ¿Otro día, quizá?
Precisamente así había ella conocido a Greg... era como ver la repetición de la jugada. Sólo que aquella muchacha era pelirroja, no rubia; y mediría casi un metro setenta de estatura, mientras que Kara no pasaba del metro sesenta. El encontronazo había sido el inicio de una relación excitante... No, no iba a ser igual, después de todo. La pareja se separó y cada uno se fue por su lado. El hombre siguió caminando a buen paso. La chica en cambio, se detuvo y, pensativa, lo miró alejarse. «No seas tonta», le aconsejó Kara en silencio. «Apártate de los hombres como ése».
Bajo un sol abrasador y sobre una bahía intensamente azul, el avión volaba hacia el aeropuerto de Corfú. No tardaron nada en aterrizar y desembarcar; en cambio parecía que nunca llegaría el equipaje. Kara se sentía cansada y todo le resultaba demasiado diferente de la primera vez que había estado allí. ¿O era porque en su luna de miel no se había dado cuenta de nada?
Ahí estaba otra vez ese hombre, hablando con otra mujer alta y guapa. ¿Es que había volado en el mismo avión que ella? No lo había visto... En ese momento divisó su maleta y olvidó al desconocido. La recogió y buscó un taxi, como Sharon le había dicho que hiciera. Sin embargo, descubrió que no iba a serle fácil. Dos veces se le adelantaron.
-¿Quiere compartirlo conmigo? -iba a asentir, agradecida, cuando se volvió y se encontró con los ojos oscuros del hombre al que había estado censurando para sí. La sorprendió descubrir que, después de todo, no se parecía a Greg. Tenía el mismo tipo, pero de cara y visto de frente resultaba muy distinto. Rasgos más enérgicos, mandíbula firme, boca grande y nariz aguileña. Su aspecto era de dureza, pero al mismo tiempo agradable y delicado. Un enemigo peligroso... así como un amante apasionado.
Dejó de sonreír. Un estremecimiento recorrió su cuerpo y volvió a maldecir al hombre en silencio. Irguió los hombros y reprimió las inesperadas emociones que experimentaba.
-No, gracias -contestó.
Ante el tono seco de Kara, él frunció el ceño y asumió una actitud arrogante.
-Mis intenciones son buenas -aclaró. Sin duda, no estaba acostumbrado a que lo rechazaran.
Ella le lanzó una mirada penetrante. Sus ojos eran tan azules como el cielo.
-No lo pongo en duda -afirmó.
-Entonces, ¿por qué rechaza el ofrecimiento? Ya no hay taxis. Tendrá que esperar mucho tiempo.
-Aguardaré -dijo ella, encogiéndose de hombros. Era preferible a someterse al estudiado encanto del hombre.
Él sonrió, irónico.
-¡Nada menos que una mártir! ¿Está segura de que no cambiará de idea? -la devoró con la vista y fijó los ojos en los turgentes senos. La ligera blusa de algodón, humedecida por el sudor, se le adhería a la piel-. No, no cambiará -se contestó a sí mismo y subió al vehículo.
Pasó más de media hora antes de que uno de los taxis regresara. Para entonces, Kara bufaba de cólera. Si hubiera sido un caballero... un verdadero caballero... le habría dejado el taxi para ella sola.
Claro que si ella hubiera tenido sentido común, habría aceptado su ofrecimiento. Era absurdo haberlo rechazado porque le recordaba a su esposo, porque había sentido lo mismo que la primera vez que había visto a Greg. ¡Por Dios, era muy capaz de cuidarse sola! Sabía cómo era ese tipo de hombres. Física y sexualmente atractivos, esperaban que las mujeres cayeran rendidas a sus pies. Ya había cometido ese gran error. Nadie volvería a engañarla.
Era ya tarde cuando llegó por fin a Lakades, en una lancha de alquiler. Había conseguido olvidarse del irritante y cínico desconocido y esperaba con ansia las vacaciones que iba a pasar en esa pequeña isla griega cubierta de viñedos.
Los jefes de Sharon, los Hythe, trabajaban para la empresa Vino Tranakas. Eran ingleses y el señor Hythe esperaba llegar a ser jefe de operaciones de la compañía en el Reino Unido. Su esposa había empezado a trabajar también en las oficinas y habían decidido buscar una niñera para que cuidara de sus hijos gemelos de cuatro años. Habían contratado primero a una joven isleña, pero no resultó. Entonces le habían ofrecido el empleo a Sharon, que aceptó, encantada. Durante el año que llevaba allí, Sharon había invitado con frecuencia a su hermana a visitarla, pero Kara siempre se había negado.
Sus padres la acusaban de disfrutar siendo desgraciada. Tal vez tenían razón. Desde la muerte de Greg, no había ido a ninguna parte, pues tenía miedo de conocer a otro como él, de encontrarse con alguien que la lastimara. Y aunque seguía asustada, mientras cruzaba la hermosa isla en taxi, pensó que se alegraba de haberse obligado a salir de vacaciones.
El coche la dejó ante una blanca residencia, enclavada en la ladera de una montaña. Kara subió la escalinata de entrada y, mientras esperaba que le abriera, contempló los jardines saturados de flores exóticas más abajo, en la llanura, los viñedos parecían una alfombra verde, y a lo lejos podía verse el Mar Jónico. ¡Qué lugar tan maravilloso! Sí, unas vacaciones en la tranquila isla serían el antídoto que necesitaba.
Una mujer alta y morena, más o menos de su edad, la abrió la puerta. Llevaba un vestido, estilo años veinte que parecía fresco y elegante.
-¿Señora Hythe?
La mujer sonrió, afable.
-Y usted debe ser Kara. Adelante.
-Ha sido muy amable al invitarme -pasó al hall, como la indicaban. La fresca penumbra, después del calor sofocante, le pareció acogedora-. Pero no era necesario... podría quedarme en un hotel.
-¡Debe estar bromeando! -rió Rosemary Hythe-. Lakades es demasiado pequeño para tener hotel. Espero que no se aburra... es muy tranquilo.
-¡Oh, no! -se apresuró a negar Kara-. Es precioso.
-Y solitario. Gracias a Dios, he empezado a trabajar. No es que sea muy interesante, pero al menos conozco gente. Pero venga, le enseñaré su habitación. Sharon ha salido con Amanda y Damien de paseo. Para cuando usted se dé una ducha y se cambie de ropa, estarán de regreso.
Kara asintió y siguió a Rosemary por la escalera.
-Hemos llegado -anunció la anfitriona, abriendo una puerta-. Espero que esté cómoda. Es la habitación más pequeña, pero tiene la mejor vista -corrió las cortinas, dejando al descubierto un panorama impresionante de verdes montañas y oscuros valles, con el sol a punto de ocultarse tras un mar rojizo. A lo lejos, sobre una cima, se veían los torreones de un palacio de cuento. Pronto oscurecería.
-¡Es maravilloso! -exclamó Kara-. ¿Qué es ese castillo? Parece fantástico.
Rosemary rió.
-Es la casa de los Tranakas. Son dueños de toda la isla, y también de esa fortaleza -encendió la luz-. Esa puerta es la del baño. Baje cuando esté lista.
Kara no se entretuvo. Deshizo su maleta, se duchó y ya estaba abajo cuando llegó su hermana. Sharon parecía saludable y estaba muy morena. Su cabello, más claro que el de Kara, casi parecía blanco en contraste.
-¡Kara! -exclamó Sharon, sonriente-. ¡Por fin has venido! Y estás muy bien, mucho mejor que cuando me fui.
-Tú también tienes buen aspecto -se abrazaron-. Creo que vivir aquí te sienta bien.
Le presentaron a los gemelos, los dos de pelo rojo y rizado y ojos verdes. Con actitud muy seria, estrecharon la mano de Kara y no se quejaron cuando Rosemary los llevó a la cama.
-Eres muy afortunada, Sharon, de haber encontrado trabajo en un lugar como este -observó Kara-. Es paradisíaco.
-No está mal -contestó Sharon encogiéndose de hombros.
Algo en su expresión hizo que Kara la mirara con atención.
-¿No estás contenta?
-Por supuesto que sí.
-Pero los gemelos dan más guerra de lo que pensabas, ¿verdad?
-Son muy activos-convino Sharon-. Ahora, perdóname, tengo que ducharme antes de la cena -y desapareció escaleras arriba.
Kara frunció el ceño. ¿Por qué estaba tan seca su hermana? Siempre habían estado muy unidas y hablaban de sus problemas. Se alegraba de haber ido. Si algo preocupaba a Sharon, quería ayudarla.
Geoffrey resultó tan agradable como su esposa. Tenía el pelo rojizo y bigote y era muy delgado.
-Sharon me comentó que van a encargarse de las operaciones de Vinos Tranakas en el Reino Unido -comentó Kara.
-Así es -respondió Geoff-. Hasta ahora no les ha ido muy bien en Gran Bretaña, debido a la falta de comercialización. Aleko Tranakas piensa cambiar todo eso -agregó, sonriente.
Por supuesto, la conversación giró en torno a la industria vinícola. Kara quedó sorprendida de lo bien informada que estaba su hermana, pero se llevó una desilusión cuando Sharon decidió irse temprano a la cama, sin esperar a charlar con ella a solas.
A la mañana siguiente, cuando descorrió las cortinas, no cabía en sí de gozo. El cielo tenía un color azul celeste y las vides parecían extenderse hasta la misma orilla del mar. La mansión de los Tranakas lo dominaba todo, alta y orgullosa. Kara sintió el deseo de verla más de cerca.
Pasó su primer día en el jardín, encantada, con su hermana y los gemelos. Nadó en la piscina y tomó el sol en la terraza. A media mañana tomaron un refresco y comieron granadas y melocotones, que cortaron de los árboles. Sharon no dejaba de hablar de los gemelos y de sus travesuras y parecía tan contenta que Kara olvidó su mala impresión de la noche anterior.
Por la tarde, cuando llegó a casa, Rosemary anunció que tenían un invitado a cenar.
-Te gustará Aleko Tranakas -le dijo a Kara-. Es un tipo estupendo.
La chica frunció el ceño.
-No debería cenar con ustedes -protestó-. Basta con que me aloje aquí.
-Tonterías -refutó Rosemary, sonriente-. Tu hermana siempre nos acompaña, a menos que esté ocupada con Amanda y Damien.
-Es cierto -intervino Sharon-. Y en cuanto se duermen, no vuelven a dar guerra.
-Está bien -aceptó Kara-. Gracias y... ¿Quién es Aleko Tranakas?
-Aleko -explicó la anfitriona-, es lo mismo que Vinos Tranakas... Su padre fundó la compañía, pero ahora la lleva él. Petros, su hermanastro, que tiene veintitantos años, está abriéndose paso desde abajo. Algún día serán socios.
-Comprendo -dijo Kara.
-Pues yo creo que Petros debía encargarse también de la dirección -comentó Sharon- No es justo lo que ocurre -agregó con hostilidad y su hermana se volvió para mirarla, sorprendida.
-Petros no sabe nada de la industria vitivinícola -le recordó Rosemary-, mientras que Aleko la conoce a fondo.
Sharon no dijo nada, pero parecía tener otra opinión sobre el asunto.
-¿Conoces a Petros? -le preguntó Kara.
-Lo he visto algunas veces -admitió su hermana.
-Ha estado aquí con Aleko -explicó Rosemary-. Es un muchacho simpático, pero, por lo menos en cuestión de negocios, no puede compararse con Aleko. Éste es un líder nato. Tiene muchas ideas y sabe cómo llevarlas a cabo. Algunos dicen que es demasiado arrogante y es verdad que es enérgico, pero eso es bueno para la empresa. A mí siempre me ha parecido encantador. Tal vez porque soy mujer.
-¿Cuántos años tiene? -preguntó Kara.
-Unos treinta y cinco.
-¿Está casado? -Rosemary la miró, algo extrañada por el interrogatorio.
-No ha tenido tiempo, aunque nunca le ha faltado compañía femenina -respondió por fin, sonriente.
Parecía tratarse del tipo de hombre que odiaba Kara. De repente, pensó que no deseaba conocerlo.
-¿Qué ropa me pongo? -preguntó con desgana.
-Algo bonito. Aleko siempre viste bien.
Kara descubrió que su hermana la observaba. Sharon sabía lo que estaba pensando. Sin embargo, no podía evitar a los hombres para siempre...
Escogió un vestido de seda sin tirantes, que tenía el corpiño bordado con hilo de plata y perlas. No pretendía impresionar a Aleko Tranakas, pero, por respeto a sus anfitriones, debía estar lo mejor posible.
Se maquilló lo menos que pudo y se cepilló el pelo hasta hacerlo brillar. Lo tenía un poco rizado y lo llevaba corto para mantenerlo en su lugar.
Cuando al fin bajó, encontró a los Hythe tomando una copa en el salón, Aleko aún no había llegado. Las puertas de cristal que daban a la terraza estaban abiertas y en ésta, sobre una mesa de junco, había una botella y vasos.
-Me temo que Sharon no nos acompañará -le dijo Rosemary-. Damien no se siente bien.
-¿No será nada, verdad? -preguntó Kara con el ceño fruncido.
-No, no. Ya sabes cómo son los niños. Tal vez estuvo demasiado tiempo al sol.
Geoffrey Hythe le sirvió una copa.
-No hay que preocuparse -le tendió el vino-. Anda, dime qué te parece esto.
Era muy seco y Kara se estremeció al tomar el primer sorbo, pero antes de que tuviera la oportunidad de comentar nada, un automóvil blanco sin capota, se detuvo ante la casa.
-Aquí está Aleko -dijo Geoffrey-. Tan puntual como siempre.
Kara lo vio salir del automóvil y caminar a grandes pasos hacia la casa. Tenía la elegancia de un animal de la selva: ágil, sensual, fuerte... ¡Además, lo había visto antes!
El pulso se le aceleró. Era increíble que fuera el mismo hombre que había visto en el aeropuerto, el que se había ofrecido a compartir el taxi. Él la reconoció en cuanto entró en la sala, se sorprendió también... y algo más. ¿O eran imaginaciones de ella? Fuera lo que fuese, no pudo hacer caso omiso del frenético palpitar de su corazón, ni del nudo que se le formó en la garganta.
-Rosemary -saludó Aleko, dirigiéndose a su anfitriona; la cogió la mano y se la llevó a los labios-. Encantadora, como siempre. Geoffrey es un hombre afortunado.
Las mejillas de Rosemary subieron un poco de color.
-Es lo que yo le diga.
-Y tú, Geoff, ¿cómo estás? Todo bien, ¿verdad? -estrechó la mano de su empleado.
Kara lo observaba, hipnotizada. El inglés de Aleko era perfecto, sin acento. Los pantalones negros flotaban, holgados, sobre piernas largas y musculosas, y la camisa de seda blanca translucía casi el bronceado de la piel. Se notaba su carácter enérgico, aunque en ese momento sonreía. Era un hombre que no pasaría inadvertido, cualesquiera que fueran las circunstancias. Y sus ojos, muy negros, parecían atentos a todo.
-Así que... nos volvemos a encontrar -le dijo a Kara-. Confío en que no haya tenido que esperar demasiado...
-En absoluto -negó rápidamente, sorprendida por las emociones que lograba provocar en ella con sólo mirarla. Su poder de atracción era incluso más fuerte que el de Greg. «Dios mío, no dejes que vuelva a ocurrirme», rogó en silencio. «No podría soportar que volvieran a hacerme daño».
-Si hubiera sabido que venía a esta casa -agregó él-, habría insistido más en traerla. Ha sido una pena, ¿no? -su sonrisa era amplia.
-Sí, una lástima -convino Kara, pero sólo en honor de sus anfitriones. Habría sido una tortura viajar en compañía de ese hombre y, desde luego, una cruenta batalla mantenerlo a raya. Incluso, delante de los Hythe, él no hacía nada por ocultar su interés, y lo peor era que ella respondía. Todo su cuerpo se agitaba con extrañas sensaciones, no lo podía evitar.
-No sabía que conocías a Kara -intervino Geoff.
-En Corfú, en el aeropuerto -explicó Aleko-, pero no se han hecho las presentaciones formales.
-Entonces, permítanme hacerlo. Aleko Tranakas, el temido jefe de Vinos Tranakas.
Aunque era una broma, Kara supuso que algo de cierto había en ello. A pesar de su amabilidad, Aleko daba la impresión de ser terrible. Parecía tener todo bajo control. Sus negocios, su vida, sus amores. ¡Sus amores! Imaginó que sería un amante imperioso, y excitante. Bajó la vista para que él no leyera sus pensamientos.
-Kara Lincroft -continuó Geoff-, hermana de Sharon. Ha venido a pasar unas vacaciones.
Ella estrechó la mano extendida... y sintió como si hubiera tocado un cable eléctrico. «¿Qué me pasa?», se preguntó. «¿Por qué me dejo impresionar por este hombre, después de todas las promesas que me hice?». Era increíble que reaccionara así ante un completo desconocido. «Pero así respondiste con Greg», le dijo una voz interior. «Y mira lo que pasó», se advirtió con firmeza. Apretó los dientes y trató de apartar la mano... en vano.
Sonriendo, él se la apretó con fuerza.
-¿Así que se trata de la misteriosa invitada de Rosemary? Encantado de conocerla. Y el señor Lincroft, ¿dónde está? -miraba su anillo de bodas-. ¿Cómo puede soportar perder de vista a una esposa tan atractiva?
La miró a los ojos, haciéndole saber que, si fuera su esposa, la tendría siempre cerca. También le decía que, como había ido sola, no la consideraba terreno vedado. Si no hubiesen estado presentes los Hythe, Kara le habría dicho que se ocupara de sus asuntos. En vez de ello, respondió con tranquilidad:
-Soy viuda.
-¿Tan joven? Qué pena. Lo siento mucho -no parecía sincero.
-Estas son las primeras vacaciones de Kara desde que su esposo murió -explicó Rosemary-, y, desde luego, queremos hacer todo lo que podamos para que disfrute.
-Desde luego -asintió Aleko, y, llevándose la mano de Kara a los labios, se la besó durante un prolongado momento. Ella sintió que se derretía y se regañó por ser tan débil.
-Sería un placer para mí tenerla alguna vez como... invitada -se ofreció él-. De hecho, me encantaría que visitara mi ambelon. ¿Le gustaría ver cómo se fabrica el vino?
-No, gracias -replicó la chica-. He venido a ver a mi hermana. Pienso pasar la mayor parte del tiempo con ella.
-¡Pero si ella está muy ocupada con los gemelos! Sin duda deseará aprovechar su viaje para conocer un poco la vida griega, ¿no? -sonrió en dirección a Rosemary.
Kara deseó que no fuera tan insistente. ¿Por qué tenía que charlar con todas las que conocía? No podía olvidar lo que había presenciado en el aeropuerto.
-Tengo que ir a encargarme de la cena -dijo Rosemary; se la veía incómoda. Percibía el antagonismo, pero no adivinaba qué lo causaba.
-Y yo casi olvido mi papel -rió Geoff-. Tu vino, Aleko. Kara, ¿quieres más?
-No, gracias -respondió ella, sonriente; tomó su copa y bebió un trago generoso. Pero había olvidado lo seco que era el vino, y cuando el líquido quemó su garganta se la llenaron los ojos de lágrimas. Aleko la observaba.
-¿No es de su gusto? -preguntó. Sólo la miraba a ella, diciéndole que le parecía atractiva y que no se daría por vencido con facilidad.
Kara miró con nerviosismo a Geoff y descubrió que también él la observaba, pero su expresión era de regocijo. Sin duda sabía cómo actuaba Aleko y estaba seguro de quién ganaría.
-¿Un vino dulce, tal vez? Geoff, abre una botella de moscatel.
Kara tragó saliva y aceptó el vino que le sirvieron con una sonrisa desdeñosa. ¡Qué noche le esperaba! Desde luego no había imaginado conocer a un hombre que la encendiera de inmediato.
El moscatel resultó más agradable a su paladar y terminó su copa antes de que Rosemary los invitara a pasar a la mesa.
Como era de esperar, la conversación giró en torno al vino y los viñedos. Kara no habría prestado atención a la charla si Aleko no le hubiese pedido su opinión sobre algún tema u ofrecido información sobre otro. Y siempre había un mensaje en su mirada. Era obvio que deseaba conocerla mejor.
Tampoco ella podía negar que su cuerpo respondía. Era un hombre al que ninguna mujer podía resistírsele.
La manera en que se comportaba, siempre seguro y orgulloso; la forma en que gesticulaba, con dedos largos y expresivos, y el estilo en que hablaba, autoritario y ameno, reflejaban que era un hombre muy seguro de su posición en la vida. Había llegado a la cima y pensaba permanecer allí.
Era una versión mayor y más potente de Greg. Y estaba actuando para ella, igual que había hecho su marido. ¿Acaso porque era pequeña y parecía frágil los hombres querrían protegerla y mimarla? ¿O veían en ella a una vampiresa en potencia? Sea lo que fuera, Kara nunca los había provocado y como ya le habían hecho daño una vez, quería asegurarse de que no volviera a ocurrir, aunque le costase un gran esfuerzo.
CAPÍTULO 2
KARA estaba impaciente por terminar de cenar. Las atenciones que Aleko tenía con ella la ponían cada vez más nerviosa. Los Hythe no parecían encontrar nada raro en los modales de él, pero ¿sospechaban las febriles emociones que estaba despertando en Kara? Necesitaba escapar de la sofocante presencia de aquel hombre.
Su oportunidad llegó cuando pasaron al salón para tomar el café y Aleko se disculpó un momento para ir al baño.
-Si no te importa -le dijo la chica a Rosemary-, creo que iré a acostarme, todavía estoy cansada. Muchas gracias por la cena.
Sin embargo, al pie de la escalera se encontró con Aleko. Haciendo un esfuerzo por sonreír y murmuró:
-Buenas noches -y comenzó a subir por la escalera.
-¡Kara! -la llamó él con un tono tan autoritario que la hizo detenerse.
Se volvió y lo miró a los ojos.
-¿Sí?
-Ven aquí.
Para su propio asombro, obedeció y comenzó a bajar casi contra su voluntad. Cuando sus ojos estuvieron a la misma altura que los de él, se detuvo.
-¿Qué quieres? -preguntó sin rodeos, casi con hostilidad. El corazón le latía muy deprisa.
Él levantó una mano y le acarició la cara y después la nuca.
-Despiertas mi curiosidad.
Su voz era profunda y sensual. Kara apartó la cabeza bruscamente, furiosa consigo misma por dejarse tocar. Era increíble, pero le gustaba. Ligeros estremecimientos la sacudían, despertando todos sus sentidos. Aleko era el primer hombre que la tocaba desde la muerte de Greg, pues había logrado mantener a raya a todos los demás. El deseo que hizo explosión de pronto en su interior, la alarmó y excitó al mismo tiempo.
-No sé por qué -logró decir, sin mirarlo a los ojos.
-Estás haciendo un gran esfuerzo por evitarlo, lo admito, pero te intereso, te guste o no.
Kara arqueó las cejas y abrió la boca para protestar.
-No lo niegues -se le anticipó él-. ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que tu hermana pueda pensar que traicionas la memoria de tu esposo?
-No es eso -negó sin pensar y Aleko arqueó una ceja.
-¿No fue un matrimonio feliz?
-No es asunto tuyo -expresó tranquila y con el mentón en alto.
-Tienes razón, pero no debes aislarte. Tu hermana tiene sus compromisos y yo puedo ponerme a tu disposición cuando quieras. Déjame ser tu guía, Kara. Será un placer para mí mostrarte nuestra hermosa isla.
¡Qué facilidad de palabra tenía!
-No, gracias -rechazó.
-No puedo aceptar que quieras pasar todas tus vacaciones con tu hermana y los gemelos. Cuidar a Amanda y a Damien puede resultar muy aburrido.
-¿No te gustan los niños? -preguntó, deseando cambiar de tema, aunque la idea de salir con él era tentadora. El juramento que había hecho de mantener a todos los hombres fuera de su vida comenzaba a debilitarse.
-Yo no diría tanto -rió Aleko-, pero sería imperdonable que regresaras a Inglaterra sin ver nada de Lakades.
-Ese es mi problema -aseguró ella con ojos brillantes-. Si decido recorrer la isla, puedes estar seguro de que no te pediré que me acompañes. Buenas noches, señor Tranakas.
Se volvió para marcharse, pero Aleko subió más rápido por la escalera y se le adelantó.
-Estás amargada, Kara. ¿Qué clase de hombre te hizo eso? -preguntó, y parecía decidido a no moverse hasta que ella le diera una respuesta satisfactoria.
«¿Que diría», se preguntó la chica, «si le revelara que Greg era muy parecido a él?. Físicamente atractivo, mentalmente estimulante; una fuerte combinación que no muchas mujeres podían resistir. Ella había caído en la trampa y sus heridas no habían cicatrizado todavía.
-No era lo que aparentaba -respondió-, y eso es todo lo que puedo decirte. ¿Puedo irme ahora?
Aleko encogió los hombros.
-No te estoy deteniendo -dijo.
¡Pero para subir por la escalera tenía que pasar a su lado! El corazón le latió con angustia cuando se decidió. Y al quedar a su altura, los brazos de él la rodearon y un momento después la besaba, dejándola sin aliento. Y no pudo rechazarlo, de la misma manera que no hubiera podido detener las fuerzas de la naturaleza.
No fue un beso violento, sino sensual y persuasivo; muy excitante. Cuando la apartó de sí, tardó en volver a la realidad. Para entonces, él había descendido por la escalera.
-Buenas noches, mi hermosa Kara -susurró-. Hasta mañana -y desapareció antes de que ella pudiera decir nada.
La indignación sustituyó rápidamente al placer, y subió corriendo a su habitación. ¡Hasta mañana! ¿Acaso suponía que bastaba un beso para hacerla cambiar de idea? ¡Qué hombre tan arrogante y testarudo!
El beso la había hecho reaccionar, lo admitía, pero, en lo que a ella se refería, era el principio y el fin de la relación.
Se duchó y luego fue en busca de su hermana. Era inútil acostarse, pues Aleko le había espantado el sueño.
Sharon seguía en el dormitorio de los gemelos, sentada junto a la cama de Damien, con una mano del niño entre las suyas.
-¿Cómo está? -preguntó Kara en voz baja.
-Se ha dormido y está mucho mejor, me parece -contestó su hermana y soltó con cuidado la mano del chiquillo-. ¿Me querías para algo especial?
-Sólo para charlar -la siguió a la habitación contigua-. Todavía no hemos tenido tiempo de estar a solas.
-¿Se fue Aleko? Normalmente no se va tan temprano.
-No creo.
Sharon se quitó el vestido y se arrojó sobre la cama.
-¿Dejaste tú la reunión?
-Sí -se sentó en el borde de la cama y miró a su hermana con tristeza-. Aleko me pareció bastante dominante.
-Rosemary te lo advirtió -sonreía.
-Ya lo sé, pero no esperaba que me acosara.
-Los oí hablar en la escalera -confesó entonces Sharon-. Lástima que estés en su contra. Deberías volver a salir. No puedes alejar a los hombres de tu vida.
-Tal vez -aventuró Kara con un resoplido-, pero lo vi en el aeropuerto de Corfú asediando a una muchacha, y antes en Heathrow, haciendo exactamente lo mismo. Coincidencia, quizá, pero lo vi. Es un donjuán y lo odio. No quiero hablar con él -¿o es que temía exponer sus propios sentimientos? Una dulce tibieza la invadía cada vez que recordaba el beso en la escalera. Pero no quería pensar en eso-. Háblame de ti -le pidió a su hermana-. En una de tus cartas me decías que habías conocido a un chico estupendo. ¿Todavía lo ves?
Sharon volvió la cabeza hacia otro lado.
-Está bien, no me entrometeré -se disculpó Kara. Seguramente el idilio atravesaba un mal momento. Todo lo que podía hacer era esperar a que Sharon le hablara del asunto cuando quisiera-. ¿Cuándo es tu próximo día libre? -preguntó, cambiando de tema-. No me gusta pasear sola.
-Sólo tengo un fin de semana de cada cuatro y medio día cuando Rosemary no trabaja -explicó secamente.
Kara frunció el ceño.
-Pero te dará más tiempo libre mientras esté yo, ¿no?
-No -gritó Sharon.
-No comprendo por qué estás tan segura -protestó Kara, dolida-. ¿Y si les pregunto yo? Estoy segura de que no pondrán objeciones.
-Preferiría que no lo hicieras -Sharon parecía preocupada-. Podríamos llevar a Amanda y Damien con nosotros. Les encantará -y, sin dejarla opinar, añadió-: ahora, si no te importa, me gustaría dormir. Quizá me despierten por la noche, así que tengo que dormir una hora o dos mientras pueda.
-Claro -contestó Kara. Se puso de pie y dio a su hermana un rápido abrazo-. Si hay algo que te preocupa, alguna cosa de la que quisieras hablar, por favor, no tengas reparos en hacerlo. Nunca ha habido secretos entre nosotras. Nosotras...
-¿Por qué iba a haberlos ahora? -la interrumpió Sharon bruscamente.
-Por nada -se encogió de hombros-. Yo sólo... bueno, no importa. Buenas noches, nos veremos mañana.
La negativa de su hermana era muy clara. Tal vez todavía estaba muy enamorada y el muchacho en cuestión ya no quería saber nada de ella... Pero le dolía que no deseara confiarle lo que pasaba. No era característico de Sharon guardarse las cosas.
A la mañana siguiente, Damien tenía fiebre, de modo que llamaron a un médico. Rosemary se quedó en casa y Kara comprendió que no tendría oportunidad de hablar a solas con su hermana, así que salió a pasear.
Sin saber adonde ir, comenzó a bajar por la colina lentamente. Contempló el mar azul y brillante, las pequeñas ensenadas y, sobre todo, las apretadas hileras de vides. Era algo impresionante, se extendían hasta donde podía alcanzar la vista en cualquier dirección. ¡Y todas pertenecían a Aleko Tranakas!
El pueblo que estaba al pie de la colina era sólo una estrecha calle y unas cuantas casas dispersas. Algunos hombres, sentados fuera de la taberna, bebían cerveza, y la saludaron al verla. Kara contestó con una inclinación de cabeza y siguió andando. Al final llegó a una pequeña ensenada. El mar era tan claro, y brillaba tanto bajo el sol, que la deslumbró. Cómo le hubiera gustado ir preparada para nadar. Se sentó en la arena y se entretuvo viendo a unos niños jugar en el agua. Luego continuó caminando a lo largo de la costa.
Después de un rato, se dio cuenta de que tenía calor y hambre y se sentía cansada. Deseó no haberse alejado tanto. Aparte del pueblo, no había visto otras casas o tiendas. Lo único que podía hacer era regresar.
Cuando oyó que un automóvil se aproximaba a ella, se volvió, aliviada, para pedirle que la llevara, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que era el de Aleko. Su corazón dejó de latir, en una reacción irracional. ¿Qué clase de locura estaba apoderándose de ella?
-Sube -dijo él con alegría-. Iba a buscarte para que salieras conmigo a cenar.
-¿En serio? -no sabía qué decir. Él parecía tranquilo y descansado con su escepticismo-. Si son tan importantes, ¿no los habría llevado él a la oficina esta mañana?
-Esa era la idea -señaló Tranakas-. Pero el pobre hombre está tan preocupado por su hijo que los olvidó.
¡Y entonces Aleko mismo había ido por ellos! Lo miró con burla. Vestía pantalón gris y camisa blanca. Ella, en cambio, se sentía acalorada, polvorienta e irritada. Quiso negarse, pero, no sabía cómo hacerlo.
-No tengo hambre -empezó.
-¿Ya comiste?
-No, pero...
-Entonces, no tienes pretexto -se inclinó y abrió la puerta del automóvil-. Sube. Conozco un pequeño restaurante donde la comida es excelente.
De mala gana, subió al vehículo. Sentarse, fue un alivio, aunque el estar cerca de Aleko hacía que el pulso le latiera más deprisa de lo normal.
El coche se puso en marcha, y cuando la brisa le agitó el pelo y le refrescó el rostro, Kara se sintió mucho mejor.
-Es un poco insensato caminar tan lejos sin sombrero y sin haber comido -dijo él-. Menos mal que te encontré. Pareces agotada.
-No te necesitaba. Estoy bien -le lanzó una mirada desdeñosa.
-Me alegro -sonrió, impasible-. Pero si piensas volver a hacer lo mismo, debo advertirte que vive muy poca gente en Lakades. Así que no es prudente caminar tan lejos sin ir preparada.
-Gracias por la recomendación -dijo ella cortésmente-. Lo recordaré la próxima vez.
-Como te dije anoche, estoy dispuesto a servirte de guía. No te divertirás paseando sola.
La miró, insinuante, y Kara sintió que el cuerpo se le encendía.
Él tenía razón, pero prefería andar sola. No quería saber nada más de los hombres.
-Y como yo te dije anoche, gracias por el ofrecimiento, pero no.
Aleko apretó los labios y el automóvil salió disparado. En cuestión de minutos llegaron a un remoto pueblo situado en la ladera de una montaña.
El restaurante era una casa pequeña con paredes blancas y contraventanas verdes. Se sentaron a una mesa cubierta por un mantel de cuadros y el dueño, un hombre calvo y con gran bigote, los saludó como si se tratara de unos amigos a quienes no veía desde hacía tiempo.
Kara dejó que Aleko escogiera por ella y, mientras los dos hombres hablaban del menú, se dedicó a mirar por la ventana el colorido jardín con sus brillantes geranios rojos. Abajo, a los lejos, danzaban las aguas del Mar Jónico. Era imposible no sentirse afectado por el ambiente.
-Me gusta este lugar -manifestó en un impulso-. Es precioso, y tan aislado... como estar en un mundo propio.
Aleko sonrió.
-Es cierto. Sin embargo, aún no has probado lo mejor. Los platos que prepara Yanni son un verdadero banquete.
No era una exageración. La stiphades de Yanni, cebollas al horno con carne y salsa de tomate, resultó deliciosa. Y el comportamiento de Aleko fue impecable. La mantuvo entretenida contándole historias de las islas y ella olvidó que la noche anterior había estado haciéndole insinuaciones.
-Me parece que debemos irnos -dijo Tranakas al fin y Kara hizo una mueca de disgusto-. ¿Lo estás pasando bien aquí?
-Mucho.
-Qué bien -sonrió-. Me gusta que te relajes. No está bien que te metas en tu concha. Nunca debes permitir que una experiencia desafortunada te predisponga para el resto de tu vida.
Descendieron de la montaña. Aleko guardaba silencio, atento al serpenteante camino; Kara iba ocupada con sus pensamientos. Él tenía razón, por supuesto, pero, ¿cómo saber en quién podía confiar? Los hombres eran expertos para deshacerse en cumplidos. ¿Cómo distinguir cuándo eran sinceros?
Había creído firmemente que Greg la amaba. Quizá la quería a su modo... pero eso no le había impedido tener aventuras con otras mujeres. ¿Eran todos iguales, algunos más hábiles que otros para no ser descubiertos? Aleko era un seductor, de modo que nunca le satisfaría una sola mujer. Sería una insensatez relacionarse con él, aunque su cuerpo se lo pidiera. Durante dos años se había privado de cualquier goce sexual, por eso reaccionaba tan exageradamente. Pero lo superaría.
Decidida, concentró su atención en el paisaje. En las laderas más altas, las vides daban paso a los olivos, nudosos y retorcidos como si estuvieran allí desde siempre.
-En el recodo del camino, Aleko detuvo el automóvil y descendieron. El panorama era algo sin igual. El terreno descendía a sus pies y los olivos y algún que otro ciprés cubrían las laderas. Más allá se extendían los viñedos como una inmensa alfombra verde. Y finalmente, el océano, de un brillante color azul eléctrico.
No había más sonidos que los de la naturaleza. Sólo un débil susurro cuando la brisa agitaba las hojas de los olivos o el canto de algún ave. Ni ruido de tráfico ni contaminación. Únicamente una sutil fragancia.
-Es magnífico, Aleko -dijo Kara en voz baja.
-Sí, ¿verdad?
Ella aspiró y se volvió hacia él. Su sonrisa desapareció cuando descubrió que la miraba a ella y no al fantástico panorama. No era un simple vistazo, sino una mirada llena de significado. Estaba echando a perder lo que prometía ser un rato agradable.
-Me refería al panorama -trató de reír.
-Yo también. Me alegro de que estés más tranquila -sus dedos le rozaron una mejilla-. Eres muy hermosa cuando no estás a la defensiva.
La caricia fue tan suave como el ala de una mariposa. Sin embargo, Kara la sintió como un hierro candente. Se apartó y cerró los ojos con fuerza.
-Los halagos no te llevarán a ninguna parte -le advirtió con voz ronca.
-Hablo en serio -le puso la mano sobre el hombro y la hizo volverse hacia él.
Ella sintió una agitación en el estómago. ¡Qué excitante era! ¿Cuánto tiempo podría seguir resistiéndosele?
-Te equivocas al evitar por completo a los hombres, Kara. Eres una mujer muy sensual. ¿Por qué no dejas de luchar contra lo inevitable?
-¿Inevitable? Creo que puedo prescindir de una aventura contigo -¡qué mentirosa era! Si él seguía insistiendo, sí sería inevitable. Su resistencia disminuía con cada segundo que transcurría.
-¿Seguro? -se burló él, levantando las cejas-. En ese caso, tal vez sea necesario un poco de tu estrategia inglesa, ¿no? -agregó, sonriente.
Kara frunció el ceño, inquieta.
-No sé de qué hablas.
-Las acciones dicen más que mil palabras, ¿no es verdad?
-Es uno de nuestros refranes, sí, pero...
Aleko no dijo más. Sus brazos la rodearon y sus labios acallaron cualquier protesta. Kara advirtió que sus emociones quedaban libres y su cuerpo se estremecía. Un involuntario quejido escapó de su garganta. ¡Cuánto le habían faltado las caricias y el amor de un hombre!
No obstante, se dio cuenta de lo insensato que era su comportamiento. Sólo se permitió unos segundos de placer antes de tratar de escapar.
-¡Quítame las manos de encima, Aleko! -exclamó y, desesperada, movió de un lado a otro la cabeza, intentando soltarse.
-No luches contra mí, Kara.
-¿Que no luche, cuando me besas contra mi voluntad? -¿era contra su voluntad?
-Pero tiene que ser. ¿Crees que no sé que en tu interior lo deseas? La mujer fue hecha para ser amada. No luches contra lo que es natural.
Ella negó con determinación.
-No quiero saber nada de eso. Mi confianza en el sexo masculino quedó destruida. Todos son iguales: apasionados y lujuriosos. Lo único que quieren de una mujer es su cuerpo y ¡les importa un bledo sus emociones!
Estaba furiosa consigo misma por ser débil, por ser tan lujuriosa como Aleko. Y con él por hacerle eso. Por ser tan insistente, por demostrar de manera tan seductora que podía ser un buen amante.
Aleko dejó caer las manos.
-Entonces, ¿piensas apartar para siempre a los hombres de tu vida?
-Tal vez. Depende.
-¿De qué?
-De que encuentre un hombre en quien pueda confiar.
-¿Ya te has formado una opinión de mí? -parecía enfadado.
Ella asintió.
-Gracias por tu voto de confianza -gruñó él-, aunque no logro entender cómo puedes llegar a una decisión si te niegas a darte una oportunidad de conocerme -volvieron a subir al automóvil e hicieron el viaje a casa de los Hythe en callada agitación.
En cuanto llegaron, Kara saltó del coche y, sin mirar hacia atrás, entró en la casa. Junto a la habitación de Damien, tropezó con Sharon.
-¿Como está? -preguntó, refiriéndose al niño.
-Mucho mejor -respondió su hermana-. Ya le está bajando la fiebre. El médico dice que es un catarro y que mejorará en cuarenta y ocho horas.
-Me alegro. Iré a verlo dentro de un rato. Primero quiero ducharme y cambiarme de ropa. ¿Dónde está Amanda? -resultaba extraño no oír las alegres voces de los niños.
-Rosemary la llevó a la playa. No dejaba de entrar y salir corriendo de la habitación, de modo que me estaba costando muchísimo trabajo mantener a Damien en cama. Es raro que no las hayas visto. Creí que te habías ido en esa dirección...
Kara hizo una mueca.
-Me encontré a Aleko -explicó-. Me invitó a comer.
-¿Ya sois amigos?
-No sé, es poco probable. No quiero una aventura de dos semanas, y eso es todo lo que él busca.
Sharon la miró, pensativa.
-¿Pero estás dispuesta a volver a salir con hombres?
-¿Qué te hace pensar eso?
-Bueno, no te disgusta, puedo decírtelo. Supongo que te recuerda a Greg, pero eso no quiere decir que sean iguales. Aleko es un hombre realmente atractivo.
-Parece que a ti te gusta.
Sharon arrugó la nariz y movió la cabeza.
-¿Pero hay alguien que te interese? -preguntó Kara.
Su hermana se encogió de hombros.
-Quizá. ¿Ha llamado Damien? Tengo que ir a verlo.
Kara no había oído nada y se sintió desilusionada. Estaba claro que su hermana no deseaba quedarse a solas con ella. Tal vez por eso la había dicho que Rosemary no le daría tiempo libre.
Fue a su habitación sin dejar de pensar en el asunto. Cuando se reunió con Sharon y Damien, después de ducharse, estaba decidida a que no se deshiciera de ella otra vez. Pero al chiquillo le gustaba ser el centro de atención y no dejaba de hablar. Y cuando Amanda regresó, con muchas ganas de contar lo que había hecho, no tuvieron oportunidad de estar a solas.
Al día siguiente, sucedió lo inevitable. Amanda se contagió de su hermano y durante los días siguientes, Kara casi no vio a Sharon. Pasaba la mayor parte del tiempo junto a la piscina, tomando el sol, temerosa de ir a pasear y encontrarse con Aleko.
-¿Por qué no llevas a nuestra invitada a visitar el viñedo? -sugirió la señorita Hythe a su esposo una noche-. Estoy segura de que le encantará.
Geoff miró a la chica, interrogante.
-Ya me invitó Aleko -dijo ella con una débil sonrisa-. Y me negué.
-¿No te apetece?
Kara hizo una mueca.
-No es eso, se trata de Aleko. Yo... no me simpatiza, realmente. Y podría resultar molesto tropezar con él.
-Me sorprende -intervino Rosemary-. La mayoría de las mujeres se desmayan al verlo.
-Me recuerda a mi esposo. Desde lejos, incluso parece que es él -explicó Kara.
-¿Y eso es malo? -preguntó Geoff.
La chica asintió.
-Greg no fue muy... buen esposo -murmuró. Creía que ser sincera era lo mejor.
-Oh, lo siento -exclamó Rosemary en seguida-. No lo sabía.
Kara encogió los hombros.
-Fue hace mucho tiempo, y ya debería haberlo superado. Mis padres no logran comprender por qué todavía me siento herida y no quiero salir y divertirme. Fue por su insistencia por lo que ahora estoy aquí.
-Y yo lo estropeé todo invitando a Aleko -se lamentó la señora Hythe con tristeza-. ¿Qué puedo decir?
-Nada -respondió la joven rápidamente-. No tenía por qué saberlo.
-Aleko no estará en el viñedo mañana -anunció Geoff-. Estará en Atenas durante dos días.
-En ese caso, aceptó -sonrió-. Me gustaría ver cómo hacen el vino.
A la mañana siguiente, durante el trayecto al ambelon, Geoff la señaló un antiguo monasterio, así como un diminuto panteón en la cima de una colina. También le habló de los viñedos Tranakas, que cubrían gran parte de la isla.
-El terreno y el clima son los dos factores más importantes para determinar la calidad del vino -explicó.
Kara, mientras tanto, se preguntaba qué sentiría si Aleko se encontrara a su lado. En definitiva, no estaría tan cómoda. El corazón le latiría mucho más deprisa.
-...y esos vinos ligeros no se transportan bien, así que, por desgracia, no podemos exportarlos.
La chica murmuró algo que no la comprometía a nada. Geoff no parecía darse cuenta de que no lo escuchaba.
Cuando un grupo de edificios apareció ante su vista, Kara supo que estaban llegando a su destino.
El automóvil pasó por debajo de un arco de piedra sobre el que, con grandes letras de hierro, podía leerse el apellido Tranakas. Una vez dentro, Geoff aparcó y caminaron hacia las oficinas.
Se llevaron una buena sorpresa cuando la primera persona con quien se encontraron resultó ser Aleko. Kara abrió la boca, sorprendida, y su corazón dejó de latir por un instante. Sin duda, Geoff se había equivocado, Aleko no se encontraba en Atenas. Estaba allí, vestido de manera impecable, sonriente.
-Buenos días -fijó la vista en Kara-. Qué agradable sorpresa.
Geoff tosió con nerviosismo.
-Buenos días, Aleko. Convencí a Kara de que viniera a echar un vistazo. Sería una lástima que regresara a su país sin haber visto tu establecimiento.
-Es absolutamente cierto -convino él.
-Espero que no te importe.
-De ningún modo. ¿Estás disfrutando tus vacaciones, Kara? Yendo de aquí para allá, espero...
-No -cortó Geoff, para enfado de la chica-. Con los gemelos enfermos, Sharon ha estado muy ocupada y no ha podido llevarla a ver la isla.
-Qué lástima -dijo Aleko, sin dejar de mirarla-. ¿Por qué no me llamaste?
Parecía una pregunta inocente. Geoff la miró, expectante, y se encogió de hombros, en señal de disculpa, cuando vio que ella apretaba los labios y fruncía el ceño.
-Ya sabes lo que pienso al respecto -masculló la chica.
-¿Y para venir escogiste un día en que pensabas que no estaría aquí? Siento desilusionarte, Kara. Cancelé el viaje a última hora.
-Ella se encogió de hombros.
-Qué mala suerte -dijo, y se volvió a Geoff-. ¿Estás listo?
El hombre parecía incómodo, pero a Kara no le importaba desairar a Aleko.
Oyeron ruido de pasos y se volvieron. Un joven se aproximó a Geoff.
-He estado buscándote. Stavros quiere saber si estás listo.
-¿Listo? -repitió el aludido, frunciendo el ceño-. ¡Dios mío, lo había olvidado! Tengo que ir con él a ver los vinos que han sido atacados por esa misteriosa bacteria. Pero no importa, puedes acompañarnos, Kara. Empezaremos la visita allí.
-Tengo una idea mejor -todos miraron a Aleko-. Yo la llevaré.
-Pero... -comenzó Geoff.
-Sin discusiones -lo interrumpió Aleko.
Geoff miró a Kara con tristeza. No había nada más que pudiera decir. El jefe había tomado una decisión.
Ella se encogió de hombros y cedió, pero más por no incomodar a su amable anfitrión que por temor a desafiar a Aleko. La visita no les llevaría mucho tiempo, una hora todo lo más. Podría sobrevivir. Después, le pediría a Aleko que la llevara a casa de los Hythe. Y no le daría oportunidad de hacer ninguna insinuación sexual... Sin embargo, cuando él la cogió del brazo, su decisión se debilitó, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para dominarse.
-Iremos a mi oficina -anunció con tono autoritario-. Tengo que ordenar primero algunos documentos.
Había un brillo de triunfo en sus ojos. Kara maldijo al destino por haberlos reunido. Parecía que no iba a serle fácil mantenerlo a distancia.
CAPÍTULO 3
EL despacho de Aleko era como el de cualquier otro ejecutivo: luminoso, muy amplio y lujosamente amueblado. Kara se sentó en un enorme sillón, como él le indicó, y se dedicó a examinar la habitación, aunque sentía sobre sí la mirada fija de Aleko y el corazón le latía muy deprisa. Por fin él comenzó a revisar algunos papeles y, absorto, olvidó la presencia de Kara; fue ella entonces la que aprovechó la oportunidad de observarlo.
No necesitaba hacerlo, pues en cualquier momento podía cerrar los ojos y evocar su imagen, pero le gustaba estar sentada mirándolo. Sentía un intenso deseo de deslizar los dedos por el negro cabello, la nariz recta y los ojos. También la excitaban aquellas manos morenas, los dedos largos y las uñas inmaculadas. ¡Cómo deseaba tocarlo!
Pero no podía permitirlo, así que se levantó y caminó hacia la ventana para contemplar el panorama. Cuando se volvió, descubrió que Aleko la observaba, como si llevara ya un rato mirándola. En sus labios se dibujaba una discreta sonrisa y tenía los ojos entrecerrados. Kara podía adivinar lo que estaba pensando. La deseaba tanto como ella a él.
-¿Has acabado? -preguntó con un tono que revelaba su turbación emocional.
-¿Con el papeleo? Sí -contestó Aleko, sonriente. Se levantó y se acercó a ella.
Kara retrocedió hacia la ventana y se aferró al alféizar. Temblaba. ¿Por qué tenía él que acercarse tanto? Y, ¿cómo se había dejado llevar a esa situación? ¿Por qué no se había ido con Geoff?
-Entonces, me gustaría hacer esa visita lo antes posible -dijo rápidamente-. Supongo que tendrás cosas mejores que hacer que perder el tiempo conmigo.
-No, no tengo más trabajo por hoy -seguía sonriendo-. Soy todo tuyo, siempre y cuando quieras soportarme.
Kara le sostuvo la mirada un par de segundos. ¡Qué idea tan seductora! Luego, horrorizada de su propia debilidad, trató de apartarse. Sin embargo, Aleko estaba cerca, demasiado cerca, y aunque no había intentado tocarla, sentía que la abandonaban las fuerzas.
-¿Qué pasa, Kara? -preguntó él con tono burlón-. ¿Tienes miedo de cómo reaccionas conmigo?
Ella mantuvo la vista baja. La hacía sentirse tonta y cohibida, como una colegiada en el umbral de su primer idilio. ¿Resultarían evidentes sus sentimientos?
-No voy a tocarte, Kara, a menos que quieras. Por otra parte, te diré que me pasa lo mismo que a ti -para probar sus palabras, la cogió una mano y la llevó hasta su pecho. También su corazón latía muy deprisa.
Ella lo miró y sonrió con tristeza.
-Vamonos -dijo él con voz ronca-, antes de que me convierta en un mentiroso y no cumpla mi palabra.
De pronto, Kara se sintió muy feliz. Aleko acababa de demostrar que le importaban más los sentimientos de ella que los propios. Tal vez lo había juzgado mal. ¿O es que sus métodos eran más sutiles? Quizá supiera ya que no llegaría a ninguna parte si la acosaba con tanta insistencia. ¿Se trataba de eso?
Fuera lo que fuese, no tenía sentido desperdiciar sus vacaciones. Aleko había dado su palabra y, de algún modo, estaba segura de que hablaba en serio. Las cosas dependían sólo de ella.
Salieron del despacho en silencio, y así llegaron al primero de los edificios. Con disgusto, Kara descubrió que le resultaba más difícil que nunca hacer caso omiso de la presencia masculina. La promesa que la había hecho de dejarla en paz, surtía efecto paradójico; la excitaba.
Aleko señaló las enormes trituradoras, que en ese momento no estaban en funcionamiento.
-Es esencial -explicó-, recoger las uvas en el momento preciso y someterlas inmediatamente al proceso de trituración.
Su voz era profunda y resonante.
-Esto es más importante aún para las uvas blancas; de lo contrario, tiene lugar la oxidación, que echa a perder el color y la calidad del vino.
¡Qué excitante era! Resultaba evidente que le gustaba mucho su trabajo y hablaba del proceso con orgullo y reverencia, pero también podía imaginarse esa misma voz pronunciando palabras de amor. Un estremecimiento la recorrió.
-... en esta parte del proceso, el vino se llama mosto -se aproximaban a los enormes diques de fermentación y Kara lo seguía documente, aunque más interesada en él que en vino. Era increíble cómo había desaparecido su anterior hostilidad hacia él. ¡Y todo porque había prometido no tocarla!
De pronto, se sentía segura. Capaz de admitir las sensaciones que experimentaba, de entregarse a sus propias fantasías. Y no podía menos que preguntarse qué clase de amante sería él. Con seguridad sería delicado, nunca impaciente. Todo esto lo había aprendido en los últimos minutos. Una aventura con Aleko sería algo para recordar con gusto, no con dolor.
Él seguía contándola detalles del proceso de fermentación y ella hacía un gran esfuerzo por escuchar, pero resultaba difícil... con la mente puesta en otras cosas.
-Después el vino se aclara y tal vez se mezcle con otro antes de ser filtrado y guardado en barriles para su añejamiento. ¿Me estás escuchando, Kara?
La chica asintió, inconsciente del brillo que había en sus propios ojos.
-Sí, por supuesto. Es fascinante.
Aleko sonrió, satisfecho, y la condujo a las bodegas donde estaban almacenados los toneles. Al pasar a su lado, la rozó sin querer y ella sintió por un instante que se quedaba sin respiración. El contacto había sido explosivo, no se parecía en nada a algo que hubiera experimentado antes.
-De vez en cuando el vino es trasegado -proseguía las explicaciones-. Esto quiere decir que se traslada a barricas nuevas para eliminar cualquier sedimento.
Kara sintió, haciendo todo lo posible por parecer que escuchaba con atención.
-El vino envejece durante dos años como mínimo, o durante mucho más tiempo cuando se trata de los mejores. Si es necesario, después de catarlo, se le vuelve a tratar o mezclar; luego se filtra de nuevo y se embotella. ¿Puedes seguirme? ¿O estoy hablando demasiado rápido?
-Está perfectamente claro -le aseguró ella, consciente de que sonreía como una tonta.
-Algunos licores pasan cierto tiempo envejeciendo en las botellas. Y tal vez hayas oído que algunos productores congelan el vino antes de embotellarlo. Otros jamás lo dejan envejecer en botellas. El asunto varía mucho.
Era mucho su entusiasmo y amplios sus conocimientos. Kara comenzó a sentirse culpable de prestar más atención al hombre que a sus explicaciones.
-Y eso es, en rasgos generales, el proceso -terminó disfrutando y la condujo hacia el exterior.
La visita había terminado muy pronto. Kara se sintió triste. Había disfrutado mucho, más de lo que estaba dispuesta a admitir, y ya no tenía ganas de volver a casa. El advirtió su expresión alicaída.
-¿Estás triste? -le preguntó.
-Supongo que sí -confesó ella-. No soy gran bebedora de vino, pero todo esto me ha parecido muy interesante. No sabía que se necesitara tanto trabajo.
-Y yo que pensé que no me escuchabas -se burló él-. Tal vez, puesto que somos... buenos amigos, ¿aceptarías mi invitación a recorrer la isla? Cultivamos diferentes clases de uva, según las zonas.
La chica sonrió, feliz otra vez.
-Sí, ya lo sé, me lo dijo Geoff.
-¿Entonces, quieres venir? -ella asintió.
Aleko también parecía contento. La guió hacia el jeep, la ayudó a subir y puso en marcha el motor. Kara iba en silencio. Él silbaba suavemente mientras conducía.
Por el camino se cruzaron con un grupo de mujeres que trabajaban la tierra. Todas conocían a Aleko y lo saludaron agitando las manos, mientras miraban con curiosidad a su acompañante.
-¿Estás disfrutando el paseo? -le preguntó, sonriente.
-Muchísimo -respondió ella. Era verdad. El comportamiento de su acompañante era tan ejemplar como había prometido. Desde la muerte de Greg, era la primera vez que se sentía tranquila en compañía de un hombre, si es que calificar su estado de ánimo de tranquilo. Era demasiado sensible a la presencia masculina para su propia paz mental. Todo su cuerpo se estremecía de deseo.
Miró el mar, muy azul, y las diminutas y atractivas ensenadas. Vio casas de campo en las laderas de las colinas, senderos que le perdían en bosques pequeños pero frondosos. Era todo tan hermoso que se entristeció al pensar que muy pronto sería sólo un recuerdo.
Aleko señalaba las diferentes variedades de uva, y ella se sorprendió de que pudiera acordarse de todas.
-A mí me parece muy confuso -comentó, riendo.
-En ese caso, no te proporcionaré más información. Quiero que conserves recuerdos claros, no una mescolanza de datos y números que no significan nada.
-Siempre recordaré este día -parecía sincera.
Él alzó las cejas.
-Si eso es un cumplido, gracias. ¿Habría sido tan agradable si te hubiera acompañado Geoff en vez de yo?
Era una pregunta importante, de modo que la chica reflexionó antes de responder.
-Me parece que no -contestó luego lentamente. Llevas en la sangre producir vino. Geoff sólo está aprendiendo. Tu entusiasmo es contagioso.
-Estoy muy orgulloso de lo que hacemos aquí -convino él-. Desde luego, nuestra producción es insignificante comparada con la de países como Francia e Italia. Nunca hemos gozado en realidad de muy buena reputación. Sin embargo, quiero poner el vino Tranakas entre los mejores.
-Espero que tengas éxito.
-Gracias. Es lo más agradable que me has dicho hasta ahora. Me parece que estoy avanzando -sonrió, travieso.
Después, sin embargo, detuvo el vehículo y se volvió hacia ella con expresión seria.
-Pero si he de llegar a algún sitio contigo, necesito saber algo de tu marido.
Kara se puso rígida.
-¡No! Eso no tiene nada que ver contigo. Yo...
-Kara -la interrumpió con voz persuasiva-, estás permitiendo que te amargue la vida. Estás negándote los placeres del cuerpo. Es un derecho de las mujeres. La mujer fue hecha para ser querida, mimada y amada, para sentirse la persona más hermosa y más deseada del mundo. Y tú eres hermosa y sensual, y es una lástima que reprimas tus emociones así.
-¿Se supone que todo esto es para hacerme decir que sí? -preguntó ella con voz aguda-. ¿Crees que con halagos llegarás a alguna parte? -¡Dios, cómo lo deseaba!, pero, ¿era sensato satisfacer sus deseos por el placer sexual de unos días?
Él movió la cabeza.
-Ya te lo dije: no te tocaré, a menos que tú lo desees. Pero no quiero que te destruyas a ti misma. Hoy veo ya un cambio en ti, pero hasta que exorcices el fantasma de tu esposo, no podrías disfrutar de la vida como deberías.
-Es mi vida -se encogió de hombros-. ¿Por qué habría de importarte?
-Porque me... gustas, Kara -la miró con actitud solemne-. Y como ya te dije antes, me tienes intrigado. Además, una vez diste a entender que yo era el mismo tipo de hombre que tu esposo -apretó los labios-. Estás equivocada. Yo no podría herir a una mujer como lo hicieron contigo. ¿No crees que me debes una explicación!
Kara suspiró. ¿Tendría algo de malo hablar? Y quizá fuera cierto... tal vez necesitaba hablar con alguien acerca de Greg.
-Lo quise mucho -empezó en voz baja-. ¡Representaba mi vida entera! Cuando descubrí que me había sido infiel... no una vez, sino varias... quise morir.
Aleko frunció el ceño.
-¿Y por eso me consideras... un tipo que sólo busca pasarlo bien? ¿Incapaz de ser fiel a una mujer?
Su tono era áspero y Kara comprendió que estaba enfadado por su suposición. Pero, ¿cómo saber si lo que decía era cierto? Era fácil fingir... si se desea algo. Y en ese momento Aleko la deseaba, era evidente. Sin embargo, el deseo no duraría para siempre y ella no era el tipo de persona que puede entregarse a una relación física y salir ilesa. Si se daba a un hombre, le ofrecería todo: corazón, cuerpo y alma.
Bajó la vista.
-La primera vez que te vi, me recordaste a Greg. Desde lejos tienes el mismo aspecto. Tropezaste con una muchacha, en Heathrow, y pasaste varios minutos disculpándote. La vi a ella cuando te alejabas y comprendí que la habías impresionado. Exactamente así conocí a Greg. Tenía el mismo encanto que tú, y yo mordí el anzuelo...
-Aclaremos una cosa, Kara -la interrumpió-. La mujer con quien me case nunca tendrá que preocuparse de que yo ande tras otras. Reconozco que por el momento salgo con muchas chicas, pero a la que le dé mi amor, recibirá mi fidelidad durante el resto de su vida.
-Greg decía lo mismo. Hablar es fácil.
-Pero yo hablo en serio.
-En realidad, no me importa si hablas en serio o no.
-Me parece que mientes, Kara. Creo que estás más interesada en mí de lo que quieres admitir... incluso para ti misma.
-Resultas físicamente atractivo... lo reconozco. Desde la muerte de Greg, eres el primer hombre que me ha impresionado. Sin embargo, no me interesan aventuras amorosas, si es eso lo que buscas.
-Te estoy ofreciendo mi compañía -su voz sonó impaciente-. Podrías tratar de recobrar con alguien la fe en la naturaleza humana.
-¿Contigo? -preguntó con escepticismo.
-Si me lo permitieras.
-Movió la cabeza.
-No lo creo. Nunca te contentarías con una amistad platónica... y a mí nunca me interesaría algo más. Entonces, ¿para qué sirve hablar de eso?
Aleko apretó los labios.
-¿Cómo descubriste que Greg te era infiel?
-En circunstancias muy duras -respondió bruscamente. Deseaba no haber comenzado esa conversación inútil. Hacía mucho tiempo que no pasaba un día tan feliz y sacar a relucir el pasado lo echaría todo a perder.
-Adelante -la animó él en voz baja.
Kara dejó escapar un profundo suspiro.
-Fue una pesadilla. Después de salir del trabajo me dirigía a casa, cuando vi un accidente, un coche se salió de la carretera. Corrí a ayudar; no sabes cómo me sentí cuando descubrí que el conductor era Greg. Estaba muerto.
Lo recordó todo con desagradable claridad y tuvo que hacer una pausa para recobrarse del horror de aquella situación. Cuando volvió a hablar, lo hizo con voz mucho más baja.
-Era su coche, ya me había dado cuenta, pero, no sé porqué, no pensé que se tratara de él.
Aleko quiso hablar, pero ella se le adelantó. Quería acabar de un tirón.
-No estaba solo -continuó-. Lo acompañaba una mujer prácticamente desnuda, sólo llevaba encima un abrigo. Abrazaba a mi esposo, lo sacudía, le rogaba que volviera en sí. Sentí náuseas. Me di cuenta de que todas las advertencias que me habían hecho acerca de él eran ciertas. Me desmayé. Después, sólo sé que estaba en casa y que estaba allí la policía.
-¿Y desde entonces has vivido en un infierno?
-Digamos que, después de eso, no me quedó mucha fe en la naturaleza humana -cerró los ojos y, cuando sintió que los brazos de él rodeaban su cuerpo, no pudo resistirse y lo dejó hacer.
-Creo -susurró Aleko-, que será mejor que te lleve a casa de los Hythes. No fue mi intención que recordaras eso. No me lo imaginaba.
-No es fácil adivinarlo -admitió, sorprendida por la compasión que él demostraba. Había esperado la típica defensa de que no todos los hombres son iguales.
Aleko la alejó de sí suavemente y puso el jeep en marcha. De pronto, Kara sintió simpatía por él. ¿Qué pasaría si tenían una aventura, después de todo? ¿No le serviría para recuperar un poco la confianza en sí misma que la infidelidad de Greg había destruido? Había sido difícil aceptar que no podía satisfacerlo, cuando siempre había creído que la vida sexual que llevaban era buena. Tal vez una aventura amorosa sin compromisos era el antídoto que estaba necesitando.
Sin embargo, Aleko no dijo nada de volver a salir con ella. Sólo como gesto consolador, le palmeó la espalda cuando llegaron a la casa de los Hythe. Parecía como si fuera a decir algo, pero cambió de idea y se fue.
Kara se sintió triste y desilusionada, pero no podía culparlo. Ella había dejado claro que no tenía intenciones de correr una aventura. Aleko no podía saber qué había cambiado de parecer.
La casa estaba vacía, pero oyó a los gemelos gritando en la piscina, los dos restablecidos ya de su enfermedad. Se reuniría con ellos. Un buen rato bajo el sol era lo que necesitaba para deshacerse de sus tristes pensamientos.
Amanda y Damien se alegraron mucho de verla y pasó la siguiente hora participando en sus juegos hasta agotarse.
Después de comer, los niños se fueron a la cama, como de costumbre, y Sharon le pidió a su hermana que los vigilara.
-Si no escapo de este lugar una hora, ¡me volveré loca! -explicó, sonriente.
Kara la comprendía muy bien. Durante la enfermedad de los niños, Sharon no había tenido un momento de descanso.
-¿Huyes para ver a tu novio? -bromeó, con la esperanza de que su hermana se confiara al fin.
-¿Qué novio? -replicó la chica bruscamente-. ¡Ojalá no anduvieras entrometiéndote!
Kara levantó las manos.
-Perdón, pensé que... oh, Sharon, antes estábamos muy unidas. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué ya no quieres hablar conmigo?
-No sé a qué te refieres -se defendió un poco sonrojada.
-Has cambiado. No eres la misma. ¿Quién es ese hombre secreto? ¿Tienes miedo de que yo no dé mi aprobación? ¿Está casado? ¿Se trata de eso?
Sharon cerró los ojos.
-No quiero hablar de él, Kara. ¿No puedes aceptarlo? No lo he visto últimamente. De hecho, no sé si lo volveré a ver.
Parecía que iba a llorar. Con prudencia, la hermana mayor decidió no insistir más. Era evidente que la aventura había llegado a su fin, y en tal caso sólo el tiempo cicatrizaría las heridas de Sharon.
Otro día transcurrió y luego, para sorpresa y regocijo de Kara, Aleko apareció antes del desayuno.
-Tengo que atender algunos asuntos en Corfú -anunció él-. Me gustaría que me acompañaras.
La miró a los ojos y el corazón de Kara palpitó como un pájaro enjaulado. Sin vacilar, contestó:
-Me gustaría. Gracias.
Rosemary y Geoff intercambiaron miradas de asombro porque la chica hubiera cambiado de parecer en lo que se refería a Aleko. Incluso el joven parecía un poco sorprendido por el entusiasmo de la respuesta.
-Estupendo -dijo-. Nos iremos en cuanto estés lista.
Sharon también asintió. ¿Por qué no vivir un idilio de vacaciones?
Quince minutos después, se dirigían a toda velocidad al puerto.
-Me alegro de que hayas querido venir -comentó Aleko con una sonrisa que amenazaba derretirla.
-Decidí que necesitaba una compañía más estimulante que la de los gemelos -explicó con sinceridad.
-Qué interesante. Espero no desilusionarte.
Kara se dio cuenta de lo que había dicho y se echó a reír.
-¡No me interpretes mal! -exclamó, pero no le importaba. Disfrutaba cada vez más de la compañía de Aleko. El día anterior había transcurrido muy despacio y lo había echado de menos. La sentaba bien estar a su lado... mental y físicamente. Comenzaba a sentirse una mujer completa otra vez.
En cinco minutos llegaron al pequeño puerto. La embarcación de Aleko era un impresionante yate de recreo. Kara subió a bordo y se entretuvo inspeccionándolo, mientras Aleko ponía a punto el motor.
Había dos camarotes y un baño, una salita de estar y una cocina. Todo inmaculado, compacto e... «íntimo»... fue la palabra que se le ocurrió. ¿Cuántas mujeres habían estado allí? No pudo evitar un agudo dolor.
En cuanto salieron de Lakades, Kara olvidó su disgusto y se colocó junto a Aleko al timón; sonriente, aceptó la gorra que él le ofrecía para protegerse del sol.
-¿Cuánto tardaremos en llegar a Corfú?
-Alrededor de una hora.
-¿Y cuáles son tus planes, una vez que lleguemos allí?
-Haremos lo que desees -sonrió, enigmático.
Ella frunció el ceño.
-Pero yo pensé...
-Exactamente lo que yo quería que pensaras. ¿Habrías aceptado venir conmigo si te hubiera dicho que deseaba pasar todo el día contigo? ¿Que no iba por un asunto de negocios, sino por el deseo de estar a tu lado?
-En realidad -confesó-, habría venido igual. He llegado a la conclusión de que me gusta estar contigo.
-¡Realmente estoy avanzando! Me parece, Kara Lincroft, que tú y yo estamos por fin en la misma longitud de onda -le pasó un brazo por la cintura y el cuerpo de la chica reaccionó de inmediato-. Después de todo, no estoy seguro... -añadió, acariciándola una mejilla-, de si quiero ir a Corfú. Después de lo que me has dicho, tal vez te haga mi prisionera aquí y te conquiste -la miró, interrogante-. Parece como si no consideraras mala la sugerencia...
La chica cerró los ojos y tragó saliva.
-En realidad, no me parece mala idea. Pero no voy a permitírtelo.
Lo oyó suspirar y su voz era grave cuando habló de nuevo.
-No te haría eso, Kara... todavía no estás preparada. Sin embargo, me alegro de que me hayas dicho cómo te sientes. Es bastante fuerte la emoción que experimentamos, ¿no?
Ella asintió y lo miró a los ojos. Le pareció que se ahogaba en esas profundidades. Aleko gimió y la abrazó con fuerza. Kara se preguntó si no se estaría enamorando. Esperaba que no. ¡Qué desastre sería! No entraba dentro de sus planes.
Sin embargo, él era tan amable, y ella se sentía tan amparada a su lado... como si realmente le importara. Con una mano le acariciaba la cintura y con la otra manejaba el timón.
-Eres tan bonita, Kara -la miró fijamente-. Y te deseo tanto.
Levantó la mano y le acarició el pelo y la suave piel del cuello. Luego deslizó los dedos por sus hombros. Notó los estremecimientos de placer que experimentaba la chica y ya no pudo contenerse. Se olvidó del timón y siguió con los labios el curso que anteriormente había trazado su mano. Extasiada, Kara creyó que iba a desmayarse. Cuando Aleko le bajó los tirantes de la blusa, no intentó detenerlo, tampoco cuando puso al descubiertos sus turgentes senos.
Todo su cuerpo se estremecía de deseo, así que apretó las caderas contra él y le clavó las uñas en la espalda. Cuando Aleko se detuvo y levantó la cabeza no podía creerlo. ¿Qué estaba haciendo? Él contempló los excitados senos un momento antes de volver a colocar la blusa en su lugar.
-Con eso basta... por ahora -explicó en respuesta al débil grito de protesta de ella-. Es necesario que confíes en mí para que... haga el amor contigo. ¿Lo deseas?
La chica asintió con timidez.
-Bien, pero no debemos apresurar las cosas. Estoy muy contento de que hayas cambiado de opinión acerca de mí, pero me preocupa hacer o decir algo equivocado.
¿A quién trataba de tomarle el pelo? Kara nunca había conocido a un hombre más seguro de sí mismo.
-No creo que haya por qué preocuparse -susurró-, sin embargo-. Estoy viva otra vez, sexualmente despierta por primera vez en siglos... gracias a ti.
-Y yo pienso hacerte mía poco a poco y con suavidad -murmuró él.
¿Cómo podía actuar con lentitud si ella sentía la sangre hervir? Quizá porque la relación parecía ser algo más profundo para los dos. Tal vez, después de todo, lo que estaba empezando no sería un simple idilio de verano.
Kara no dejó de reflexionar y, cuando llegaron a Corfú, se sentía como si flotara entre nubes. Cogidos de la mano bajaron del yate y vagaron por las estrechas callejuelas de la ciudad. Se sentía de nuevo joven y despreocupada, y no dejaba de reír.
Subieron en un coche tirado por un caballo y Aleko volvió a tomarla entre sus brazos y a besarla. Las llamas del deseo los envolvían.
Después del paseo comieron en un restaurante con vista a la vieja fortaleza.
-¿Habías estado antes en Corfú? -preguntó él.
-En mi luna de miel -respondió Kara, sin pensarlo antes.
Aleko apretó los labios y de repente no pareció tan amistoso. De hecho, su mirada era feroz.
-De modo que volvemos al mismo lugar... ¿Por qué no me lo dijiste? Podríamos haber ido a otro sitio.
-No importa -aseguró, desconcertada por la reacción de él-. Nos hospedamos en Paleokastritsa. La única vez que estuvimos aquí fue para ir al casino.
-Ah, ¿también era jugador? -preguntó Aleko.
Kara se sintió herida.
-Me temo que no. El juego no era uno de sus malos hábitos.
-Casi parece que lo estás defendiendo...
-¿Y por qué no iba a hacerlo? -ya no estaba dolida, sino enfadada-. Era mi esposo.
-Tu esposo infiel -la recordó con desprecio, y a ella le resultó imposible imaginar que sólo unos minutos antes la había hecho sentirse querida y deseada.
-¡Por Dios! -explotó, con ojos centelleantes-. ¡Ojalá no te hubiera hablado de él! Estoy dispuesta a ser tu amiga, Aleko, pero no quiero que hablemos de Greg.
-Yo tampoco -convino bruscamente-, aunque tengo la extraña sensación de que va a entrometerse, nos guste o no -se levantó de la mesa-. Vamonos de aquí... ¡es suficiente!
Kara lo siguió en silencio. No lograba entender por qué le molestaba tanto que le hablara de su esposo ya muerto. En una semana, se habría ido, no volverían a verse. Además, él le ofrecía una aventura, nada serio. ¿Qué importaba que hubiera estado en ese lugar con Greg o no?
Aleko llamó a un taxi, y, una vez en el vehículo, anunció secamente:
-Tengo aquí algunos parientes que viven en las montañas. Es hora de que les haga una visita.
A Kara no le pareció buena idea en las circunstancias en que se encontraban. Si estaba harto de ella, ¿por qué no regresaban a Lakades? Era sorprendente con qué rapidez había desaparecido su propia euforia. Sentada, con el ceño fruncido, miraba por la ventanilla del coche. El panorama era impresionante, tenía que reconocerlo. A ambos lados del camino, los cipreses daban una profunda perspectiva al paisaje. Y abajo, a lo lejos, se encontraba el mar azul. Era maravilloso. Qué lástima que Aleko se hubiera puesto de tan mal humor.
La carretera subía serpenteando, cada vez más irregular, hasta que el automóvil comenzó a dar tumbos por los grandes baches.
Kara perdió todo interés en el paisaje y cerró los ojos. Aleko, sin embargo, no parecía darse cuenta de que estaba asustada. ¿Qué había pasado con las consideraciones que había tenido antes con ella?
De pronto, llegaron a una enorme casa de campo. Tenía un aspecto impresionante con su jardín colgante y los balcones con rejas de hierro forjado.
Aleko pagó al conductor y, cuando subían por la escalinata en dirección a las puertas de hierro, salió a recibirlos una joven de unos veinte años. Era esbelta, bonita y tenía el pelo negro y brillante. Todo lo que llevaba puesto era un bikini amarillo.
Con mirada radiante se precipitó hacia Aleko y le habló en griego. Luego lo besó en los labios y él la abrazó. Kara observaba, atónita. ¿Sabía Aleko que encontraría allí a aquella chica? ¿Era por eso por lo que había sugerido hacer esa visita? Claro, ella lo había desilusionado, y había decidido buscar consuelo en otra parte.
La expresión de él había perdido toda dureza. Miró a Kara casi como si hubiera olvidado que se encontraba allí.
-Ah, Kara, te presento a Katina. Katina, ella es Kara Lincroft. Está pasando sus vacaciones con los Hythes. ¿Te acuerdas de Rosemary y Geoff?
La muchacha asintió, pero no le dedicó a Kara más que una breve sonrisa antes de volver a mirar a Aleko. Era alta y tenía un aspecto delicado y frágil, en contraste con la apariencia robusta del hombre. Abrazados por la cintura, caminaron hacia la casa, dejando atrás a Kara.
Ella quiso irse, pero el taxi ya había partido. Así que, deseando no haber aceptado nunca la invitación y bufando de cólera, los siguió.
En el interior de la casa encontraron a un hombre que aparentaba unos cincuenta años, aunque podía ser más joven. Tenía el pelo cano y el rostro arrugado y demacrado. Parecía enfermo, o como si estuviera convaleciendo, y no se levantó cuando entraron.
Aleko fue hacia él y le estrechó la mano. Le dijo algunas cosas en griego y finalmente se volvió hacia Kara.
-Ella ha venido de Inglaterra a pasar sus vacaciones. Kara, mi primo Thimios.
La chica le dio la mano y sonrió, vacilante. Para su sorpresa, el hombre la estrechó con firmeza. Su mirada era amable.
-Inglaterra es mi país favorito, después de Grecia, por supuesto -dijo Thimios en un inglés con marcado acento-. Discúlpeme por no ponerme de pie.
-Thimios sufrió un accidente -explicó Aleko-. No sale mucho en estos días, así que se alegrará de que haya llegado alguien con quien charlar. Tal vez podría darme un chapuzón en la piscina con Katina. ¿No te importa?
También a ella le habría gustado ir a nadar, pero Aleko ya estaba casi fuera de la sala. Desilusionada, se volvió hacia Thimios, que la observaba con atención.
-Vaya con ellos -dijo el hombre con amabilidad-. No tiene que quedarse conmigo.
Kara negó con la cabeza.
-Dos son compañía; tres, multitud, como dice el refrán -repuso.
-Entonces, venga a sentarse. Debe disculpar a mi hija, pues estima sobremanera a Aleko. Mi esposa y yo vivimos en Lakades durante los primeros años de nuestro matrimonio, y Katina lo idolatraba. Sin embargo, como hay doce años de diferencia entre ellos, él no puede pasar mucho tiempo con ella, como podrá imaginarse.
-Entiendo -musitó Kara.
-Cuando mi tío, es decir, el padre de Aleko, volvió a casarse, Aleko tuvo un hermanastro. Petros está más próximo en edad a Katina y en seguida se convirtió en el objeto de devoción de ella. Mi hija y Petros están muy unidos. Cualquier día me dirán que quieren casarse, pero ella siente todavía un gran afecto por Aleko, y él por Katina. Así que se alegra cuando viene a visitarnos.
-Gracias por contármelo, pero no era necesario que lo hiciera -dijo Kara, preguntándose si Thimios sería tan comunicativo con todas las personas-. Aleko y yo no somos... apenas nos conocemos. Mi hermana trabaja como niñera con los Hythe y yo vine aquí a pasar unas vacaciones. Él es muy amable conmigo, pero no existe nada entre nosotros -no se dio cuenta de lo triste que parecía.
-Bueno... -Thimios parecía cohibido-. En realidad, es usted la primera mujer que Aleko trae aquí, así que debe perdonarme por pensar que era alguien especial para él. ¿Cuántos días de vacaciones le quedan?
-Otra semana.
-Bastante tiempo -observó, más para sí mismo que para ella.
«¿Para qué?», se preguntó Kara. ¿Para tener una aventura? ¿Para enamorarse? No existía ninguna posibilidad de ello, al menos? Por el momento. Si él iba a enfadarse cada vez que se mencionara a Greg, sería inútil.
Entonces, Thimios se fijó en el anillo de bodas.
-¿Está casada?
-Soy viuda -confesó en voz baja-. Mi esposo murió en un accidente de coche hace dos años -«con su última amante a su lado», añadió en silencio y con amargura. La idea todavía la deprimía.
-Lo siento. Yo también sufrí un accidente semejante, pero tuve suerte. Me resulta difícil caminar, pero al menos estoy vivo.
¿Y a eso le llamaba suerte? Se preguntó en dónde estaría la esposa de Thimios.
Como si hubiera leído sus pensamientos, el hombre añadió:
-Lamento que mi esposa no esté aquí. Le encantaría conocerla, lo sé. Ha ido a Roma, a visitar a su hermana, gracias a mi insistencia. En estos días, rara vez se aparta de mi lado y yo me siento culpable.
-No debería sentirse así -dijo la chica en seguida-. Ella lo hace por amor y eso está bien -desde fuera llegaron las risas de Katina y Aleko y Kara deseó que la relación entre ellos no se hubiera echado a perder. Su última semana en Grecia podía haber sido muy agradable.
Pero Greg siempre se interpondría entre ellos. Fuera mencionado o no, estaba allí, como una barrera invisible. Era culpa suya. Durante los dos últimos años, no había hecho nada por olvidarlo.
-Parece triste -dijo Thimios.
-Perdón, estaba a kilómetros de aquí. .
-¿Pensaba en su esposo?
Asintió, aunque no era exactamente en él en quien pensaba.
-No es bueno vivir en el pasado. Tiene que emprender una nueva vida. Es cuestión de adaptarse.
Thimios tenía razón, pero había algo más que eso. La promesa de pasar algunos días riendo y amando se había roto ante sus propios ojos. No sólo a causa del recuerdo de Greg, sino también por la presencia de la hija de aquel hombre. Katina era el bálsamo que Aleko necesitaba después de ella.
Siguió charlando con Thimios hasta que los nadadores se reunieron con ellos. Parecían haberlo pasado de maravilla.
-Katina nos ha invitado a cenar -dijo Aleko-, eso significa que pasaremos aquí la noche. Llamaré por teléfono a los Hythe para que no se preocupen. ¿Tienes alguna objeción?

CAPÍTULO 4
ALEKO tenía ropa en casa de Thimios, pero Kara se vio obligada a pedir prestado algo a Katina. Pasaron la tarde reunidos en la sala de estar, hablando, como siempre, de la industria vitivinícola. Aleko y Katina parecían felices de estar juntos y Kara estaba cada vez más celosa. Cuando llegó la hora de prepararse para la cena y siguió a la joven a su habitación, iba pensando que sería una velada muy desagradable para ella.
-¿Qué te parece éste? -preguntó Katina sacando de su armario un vestido color cereza-. Nunca me lo pongo porque me queda grande. A ti debe sentarte bien.
«Qué poco tacto», pensó Kara. Como mucho, no había una talla de diferencia entre ellas.
-No sabes lo contenta que estoy de que haya venido Aleko -prosiguió la joven griega- ¿Cuánto hace que lo conoces?
-Una semana.
-Es la primera vez que ha traído una mujer aquí.
-Eso me dijo tu padre. Espero no estar entrometiéndome. Me hizo la invitación de repente y no tuve alternativa.
-Así es Aleko -comentó la muchacha-. ¡Es tan autoritario! -parecía admirarlo por eso-. La mujer que se case con él tendrá que ser fuerte, sin duda. ¿Tú ya estás casada?
-Soy viuda -respondió simplemente, cansada de dar explicaciones.
Katina alzó las cejas.
-¿De modo que buscas otro hombre? ¿Qué sientes por Aleko?
Kara no esta acostumbrada a tal franqueza.
-¿Por qué lo preguntas?
-La mayoría de las mujeres que salen con Aleko se enamoran locamente de él. Quiero advertirte que no es de los que se casan.
-Ya me lo imagino -repuso Kara-. Todavía no estoy preparada para volverme a casar, pero si lo estuviera, no sería con alguien como Aleko -«no con un hombre cuyo estado de ánimo cambia como el viento», agregó para sí.
Katina parecía escéptica como si no pudiera creer que ninguna mujer se le resistiera a su tío.
-Entonces, ¿qué clase de hombre buscas?
-Si estuviera buscando uno -contestó con una sonrisa; la ingenuidad de la chica empezaba a hacerle gracia-, sería alguien en quien pudiera confiar. Un hombre que me cuide y nunca me haga daño.
-¿Y piensas que Aleko no tiene esas cualidades?
-No lo conozco lo suficiente para saber si los tiene o no -respondió tranquilamente porque era verdad.
De repente, Katina cambió de tema.
-¿Conoces a Petros? -preguntó.
-No, no lo conozco. Tu padre me dijo que él y tú...
-Amo a Petros -atajó, sonriente-. No lo veo con tanta frecuencia como quisiera... Aleko lo hace trabajar mucho, pero es bueno que aprenda el negocio. Algún día los dos lo administrarán juntos.
Parecía orgullosa de Petros. Continuaron charlando mientras se bañaban y se cambiaban de ropa y Kara descubrió que era muy simpática.
Los sentimientos de la joven hacia su tío eran más que nada los de una hermana protectora, lo que le resultaba bastante divertido, considerando que Aleko podía muy bien cuidarse solo. En todo caso, Katina parecía decidida a investigar a cualquier mujer por la que él se interesara. Pensando en eso, se pregunto si Aleko habría amado alguna vez a una mujer lo suficiente para casarse con ella y lo expresó en voz alta.
-Hubo una vez una muchacha -admitió la joven griega de mala gana-. Yo estaba segura de que se casarían. Aleko parecía quererla de verdad.
-Entonces, ¿qué ocurrió?
Katina se encogió de hombros.
-Nadie lo sabe. De repente desapareció y él se negó a hablar de ella. Si me atrevo a preguntárselo, me regaña.
«Tal vez Aleko recibió una cucharada de su propia medicina», pensó Kara, mirándose al espejo. Si así había sido, se lo merecía, y no podía sentir piedad por él. Los hombres pensaban que las mujeres eran juguetes que podían desechar si se cansaban de jugar. ¿Le quedaba bien el vestido que tenía puesto? Katina podía ponerse ropa de colores llamativos, pero ella prefería algo más sobrio.
-¿Estás lista? -preguntó Katina. Estaba radiante con un vestido azul eléctrico, sin mangas, que se ajustaba a sus curvas. En contraste, ella se veía exagerada con el vestido rojo brillante que se había visto obligada a ponerse. Además, como Katina tenía el pie más pequeño, no había podido prestarle un calzado que hiciera juego y llevaba las mismas sandalias que había usado todo el día. No le gustaba su aspecto y hubiera querido encontrar una excusa para no presentarse a la cena. ¿Podía fingir un dolor de cabeza? Pero Katina ya había abierto la puerta y la esperaba.
El hecho de que Aleko estuviera inmaculadamente vestido con un traje gris oscuro la irritó aún más. Y no la ayudó que, con actitud insolente, la mirara de arriba abajo, deteniéndose en el escote y las piernas.
Pese a su disgusto, la chica consiguió saludar a Thimios con alegría. Luego fingió interesarse en el paisaje que se veía desde la ventana para no tener que hacer más esfuerzos.
El sol estaba ocultándose detrás de las montañas y el mar reflejaba la luz anaranjada del ocaso. Un trasatlántico navegaba con lentitud y, a lo lejos, alcanzaba a verse la costa de Albania.
Cuando le pusieron una mano en el hombro, Kara dio un salto y se volvió. Aleko estaba a su lado.
-¿Pasa algo? -preguntó él.
-¿Por qué habría de pasar nada? -preguntó ella a su vez.
-No lo sé, pero tu expresión indica otra cosa. ¿No te cae bien Katina? ¿Preferirías que no nos quedáramos aquí esta noche?
-Katina no tiene nada que ver con la manera en que me siento en este momento -respondió Kara, molesta-. Lo que pasa es que me siento fuera de lugar y... bueno, tú estás muy bien vestido y yo estoy extravagante.
Aleko no pudo reprimir una sonrisa.
-Una extravagancia muy hermosa. El vestido que llevas no es de tu estilo, estoy de acuerdo, pero es muy sensual. Por lo menos yo no tengo ninguna queja.
-Pues tu sobrina me lo dejó porque le pareció el único que podía caberme -gruñó la chica-. ¡Más o menos me insinuó que estoy gorda!
Esta vez Aleko rió a carcajadas.
-Katina está demasiado delgada. Yo prefiero a las mujeres bien proporcionadas -fijó la vista en sus senos y Kara sintió que un calor insoportable le cubría la piel. ¿Era tan débil que bastaría una mirada, una palabra amable, para que la tuviera otra vez en sus brazos?-. Eres preciosa, Kara -murmuró él-, y Thimios piensa que eres una mujer extraordinaria. No ha hecho otra cosa que alabarte.
Kara miró hacia donde se encontraba el hombre, charlando con Katina. Al darse cuenta de que lo miraba, Thimios sonrió amablemente y la chica se sintió entonces mucho mejor.
-Hice mal al intentar que sintieras celos de Katina. Todavía estaba enfadado por lo de Greg. ¿Me perdonas? -la miró a la cara.
Ella asintió. ¿Cómo podía no perdonarlo si la miraba de esa forma?
Más tarde, ya acostada, pensó que la cena no había resultado la experiencia difícil que esperaba. Al contrario, la habían tratado muy bien, haciéndola participar en la conversación. Aleko estaba sentado a su lado, y frente a ellos, Thimios con Katina. No fue casualidad que en varias ocasiones la pierna de Aleko rozara la suya.
Y su excitación y su deseo eran cada vez mayores. Aleko estaba en la habitación contigua, podía oír sus movimientos. ¿Qué diría si llamaba a su puerta y le preguntaba si podían pasar la noche juntos? Rió tontamente, aunque tenía el presentimiento que él no se escandalizaría. De hecho, tal vez también pensaba en ella.
Cuanto más meditaba, menos podía dormir. Dos horas después, decidió que una taza de leche caliente podría ser el remedio. Sabía que a Thimios no le importaría que se sirviera.
A tientas avanzó por el pasillo y bajó la escalera. La luz de la luna entraba por las ventanas.
Una vez en la cocina cerró la puerta, y sólo entonces encendió la luz. Encontró leche en la nevera, llenó una taza y la metió en el microondas. Luego, sin hacer ruido, se sentó y comenzó a beber a sorbos. El líquido caliente la tranquilizaba. En cuanto acabó subió de puntillas por la escalera decidida a dormirse cuanto antes. Ya se sentía mucho mejor.
Abrió la puerta del dormitorio suavemente y entró. No se molestó en encender la luz, pues la cama se encontraba a unos pasos. Levantó las sábanas y se metió en el lecho... ¡y entonces lanzó un grito cuando su pierna tocó otro cuerpo! ¿Aleko? ¡Había entrado sigilosamente en su habitación mientras ella estaba abajo!.
Parecía estar dormido. Al menos, no habló, ni se movió. Con el corazón latiéndole muy deprisa, Kara volvió a tocarlo. ¡Estaba desnudo!
Iba a retirarse, cuando de pronto él la sujetó por un brazo.
-¡Oh, no, no te vayas!
-¡Suéltame! -murmuró, indignada-. ¿A qué estás jugando? ¡Y decías que no querías apresurar las cosas! ¡Qué descaro! -olvidó que sólo minutos antes había pensado meterse en la habitación de él. Aleko encendió la lámpara de la mesita. Parecía divertido.
-¿Cómo que qué hago? ¿No crees que debería ser yo quien te lo preguntara?
-¿Por qué? -retrocedió, consciente de que el camisón que Katina le había prestado ocultaba muy poco-. Te metiste en mi cama mientras yo no estaba, ¿por qué ibas a ser tú quien hiciera las preguntas?
-¿Tu cama? -parecía más divertido.
-Sí, mi cama.
-Me parece que deberías echar un vistazo a tu alrededor -sugirió Aleko conteniendo la risa.
Kara obedeció... y vio la ropa de él sobre la silla y sus zapatos en el suelo. ¡Se había equivocado de alcoba!
-Perdón -dijo enseguida-. Bajé a tomar algo. Me equivoqué de dormitorio. ¿Qué estarás pensando?
-Que es una lástima que quieras irte -contestó, tirando de allá hacia él-. Estaba soñando contigo, Kara.
Lo miró a los ojos... y entonces deseó no haberlo hecho; su cuerpo respondió tal como había ocurrido en el yate.
Eso era lo que ella quería, lo que necesitaba con desesperación. Sin embargo, ahora que la oportunidad se presentaba, le daba miedo.
-Si me dejas ir, puedes seguir soñando -sugirió tratando de soltarse, pero fue en vano.
Aleko se incorporó en la cama y la sábana se deslizó por su cuerpo, dejando al descubierto su pecho. Kara experimentó un vivo deseo de tocarlo, pero se contuvo. Sin embargo, cuando él la rodeó con sus brazos cerró los ojos y se dio por vencida. Todo su ser respondía a la masculinidad de Aleko. Había pasado mucho, mucho tiempo. Cuando él acercó la boca a sus labios, ella los separó y sus lenguas se tocaron.
Aleko bebió su aliento. Sus besos la seducían. Sin mediar palabra, Kara dejó que le quitara el camisón. El sentir la piel cubierta de vello contra sus senos desnudos la excitó todavía más. Gimió y se retorció contra él.
Aleko se dejó caer lentamente sobre la cama y Kara lo siguió. Las manos de él exploraban cada rincón de su cuerpo, provocándola y excitándola. Kara gemía y se agitaba en dulce agonía.
Su vida sexual con Greg no había sido así. Ahora el cuerpo le ardía de deseo y quería ser parte de Aleko; deseaba fundirse con él.
-Aleko -susurró con voz ronca, sin darse cuenta siquiera de lo que decía-. ¡Oh, Aleko, cuánto te deseo!
-Yo también -murmuró él-.Te he deseado desde el momento en que te vi por primera vez. Kara, ágape mou, me has estado volviendo loco, ¿lo sabías? Me prometí que tomaría las cosas con tranquilidad, pero no puedo esperar más.
Con ansia todavía mayor, acercó sus labios a los de ella y volvió a acariciarla detenidamente, hasta hacerla enloquecer de placer.
Cuando por fin sus cuerpos se unieron, Kara se olvidó de todo. Era como escalar la montaña más alta y desde allí remontar el vuelo hacia el infinito.
Después, con la piel húmeda y los corazones latiendo a gran velocidad, permanecieron abrazados. Nada volvería a ser lo mismo.
Se había prometido que sólo aceptaría la aventura para divertirse, pero no esperaba algo sentimentalmente más profundo. Ahora, sin embargo, se sentía unida a él. Y no sabía si Aleko experimentaba lo mismo o si no había significado nada para él.
Hasta entonces, su esposo había sido el único hombre con el que había hecho el amor, siempre había tenido ideas muy rígidas sobre el sexo fuera del matrimonio. Sólo el haber vivido dos años de represión la habían hecho deshacerse de pronto de todas sus inhibiciones... ¡y esperaba seguir adelante!
En brazos de Aleko y satisfecha por completo, se quedó dormida. A la mañana siguiente, cuando despertó, experimentó una extraña desazón, pero enseguida recordó dónde se encontraba y cuál era la causa de su estado de ánimo.
Volvió la cabeza, sonriendo, pero el otro lado de la cama se encontraba vacío. Apartó las sábanas, se levantó y se desperezó con una magnífica sensación de bienestar.
Aleko escogió ese momento para entrar en la habitación. De inmediato sus ojos ávidos recorrieron la desnudez de la chica. A él sólo lo envolvía una toalla y tenía el pelo húmedo. Cuando vio que se la quitaba, Kara, sin timidez, se acercó para que la abrazara y volvieron a hacer el amor.
-¡Aleko, ya basta! -protestó más tarde, porque él parecía insaciable-. ¿Cómo quieres que actúa con normalidad delante de tu primo y Katina? ¿Deseas que sepan lo que hemos estado haciendo?
-Quiero contárselo al mundo entero. Eres fantástica, Kara.
-Tú también. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan viva.
-Y esto es sólo el principio -bromeó.
¿De qué? ¿De una semana para hacer el amor siempre que pudieran y no volver a verse? ¿O el principio de una relación mucho más profunda y larga? Se tragó sus dudas. Se sentían felices y no quería estropearlo.
-Debería ir a la ducha -dijo con buen humor.
-¿Quieres que te acompañe?
-Sí, pero será mejor que no lo hagas -contestó sonriente.
-Tienes razón -la besó suavemente-. Podríamos disolvernos con el vapor y nunca nos volverían a ver. Adelante -le dio una palmadita en el trasero y ella corrió hacia la puerta del baño.
Durante el desayuno, Thimios los miraba con curiosidad, pero por fortuna Katina no estaba. Había ido al aeropuerto a recoger a su madre, que volvía de Roma.
Kara no quería ni pensar en lo que diría la joven si veía el cambio que Aleko había causado en ella. Se sentía estupendamente y eso se notaba. Así que se alegró cuando Aleko se disculpó y dijo que no podían quedarse para esperar a Prosini.
-Dale un beso de mi parte -le pidió a su tío-. Regresaré pronto.
-Los dos, ¿verdad? -preguntó Thimios.
-Tal vez -respondió él, sonriente.
«Eso espero», agregó Kara en silencio.
Luego, mientras bajaban de la montaña, se sentía como si nunca fuera a dejar de sonreír y cada vez que Aleko la miraba se derretía.
-¿Contenta? -le preguntó.
-Ella asintió. «Contentísima», le habría gustado decir, pero tenía miedo de tentar al destino. Aquello no podía durar. Se trataba de una aventura de vacaciones, no debía olvidarlo.
-Gracias por haber ido a mi habitación anoche.
-Estoy contenta de haberlo hecho -susurró. ¡Qué equivocación tan afortunada había cometido! Sus cuerpos armonizaban como si estuvieran hechos el uno por el otro. Soñar no le hacía ningún daño.
-Si no tuviera que ir a una reunión importante, pasaría todo el día en mi yate haciendo el amor contigo -le advirtió Aleko, y le acarició una pierna, excitándola otra vez.
-¡Eres insaciable! -exclamó Kara, divertida.
-¿No te atrae la idea?
Ella cerró los ojos y respiró profundamente.
-Muchísimo -contestó.
-Oh, Kara, ¿qué me has hecho? -gimió Aleko.
-¿Volveré a estar contigo antes de que regrese a Inglaterra? -preguntó ella con voz ronca.
-¿Tú qué crees?
Miró sus ojos, oscuros y profundos.
-Creo que podría hacerlo.
-No lo dudes -dijo él, sonriente, y volvió a concentrarse en el camino, cada vez más difícil. Kara no dejó de mirarlo.
Lo veía mover el volante o cambiar de marcha y sólo eso bastaba para que su corazón latiera a toda velocidad. El varonil rostro expresaba firmeza y decisión, y tenía una cierta dureza que lo hacía más atractivo.
No había necesidad de palabras. Existía entre ellos una sorprendente comunicación y Kara se sentía bien a su lado. En ocasiones, él la miraba y sonreía. Era un gesto amable y afectuoso, lleno de promesas.
En el puerto, el yate se balanceaba sobre las aguas. Aleko la ayudó a subir a bordo y allí la abrazó y la besó.
Pronto se alejaron de Corfú. Ella permaneció a su lado, al timón. Deseaba que la travesía no terminara nunca.
-Tu esposo era un tonto -murmuró Aleko de pronto, pero Kara fingió no haberlo oído. No quería entrar en otra acalorada discusión acerca de Greg.
En mitad de la travesía, cuando no se veía tierra, Aleko paró los motores y dejó que la embarcación fuera llevada por la marea.
Entonces bajaron a su camarote, donde hicieron el amor. Kara no se había sentido tan feliz en toda su vida.
Sin embargo, no pudo contenerse y preguntó:
-¿Por qué no te has casado?
Él se quedó callado tanto tiempo que ella pensó que no iba a contestar, pero de pronto dijo con tranquilidad:
-Tengo mis razones.
-Katina me contó que hubo una vez una mujer a quien querías mucho. ¿Qué pasó con ella?
Se puso rígido repentinamente.
-¡Katina no tenía derecho a hablar de mi vida personal! -exclamó.
-Intentaba apartarme de ti.
-Siempre trata de protegerme.
-Ya lo había notado. Me parece que está un poco enamorada de ti.
-¿Katina? -frunció el ceño-. Pero si sólo es una chiquilla.
-Tendrá más o menos, la misma edad que yo. ¿Crees que yo soy una chiquilla?
-Tú eres toda una mujer, Kara.
-Entonces, ¿quién era esa muchacha? -insistió. Necesitaba saber algo de esa mujer que había robado el corazón de Aleko.
Con brusquedad, él dejó de abrazarla y se levantó. Kara lo vio vestirse con inquietud.
-Perdón-murmuró-, no debería haberte preguntado. No tiene nada que ver conmigo.
-No. Te lo contaré. Pero no he hablado con nadie acerca de Cleo desde... desde que eso sucedió. ¡Y siempre diciéndote que olvides lo que te ocurrió! Tal vez debería hacer lo mismo.
Kara esperó.
-Ibamos a casarnos -prosiguió Aleko-. La amaba... y ella a mí. Por desgracia, estaba comprometida con otro -hizo una pausa; se veía que eran recuerdos dolorosos-. Era hija de una familia griega con mucho abolengo, de las que mantienen todas las tradiciones. A su padre le dio un ataque al corazón cuando descubrió nuestros planes. En su lecho de muerte le rogó a su hija que se casara con Dimitrios, y como... como Cleo quería que fuera feliz durante sus últimas horas de vida, obedeció.
Tenía la voz ronca por la emoción. Kara sintió compasión por él.
-No puedo creerlo -protestó-. ¿Cómo pudo casarse con una persona que no amaba? Yo no lo haría ni siquiera por complacer a mis padres.
-Los griegos son diferentes de los ingleses. Los lazos familiares son muy fuertes. Cleo no podía ir en contra de tales costumbres.
-¿Y ella... es feliz... con Dimitrios?
Él se encogió de hombros.
-Me parece que sí. No la he visto desde entonces... decidimos que era lo mejor. Vístete, Kara, más vale que nos pongamos en marcha.
Mientras se vestía, pensó que era una historia muy triste. Le hubiera gustado preguntar cuanto hacía que había ocurrido, pero no quería arriesgarse a tocar el tema otra vez. Se sentía halagada de que le hubiera contado tanto.
No pasó mucho tiempo antes de que él volviera a besarla.
-Desde Cleo, eres la primera mujer con la que he establecido una relación estrecha, ¿sabes? -le dijo con voz ronca-. Ha habido muchas chicas, pero ninguna que pudiera lograr algo más que satisfacer mis necesidades.
La emoción la embargó. ¿Reconocía Aleko que la amaba?
-Tú también eres el primero desde Greg -admitió con timidez.
-¿Y yo he sido el receptor de todas esas emociones contenidas? -le gustó la idea-. Quizá, después de todo, ese hombre me hizo un favor.
Bromearon y coquetearon hasta que llegaron a Lakades. Aleko había dejado su coche en el puerto y la llevó en su automóvil a casa de los Hythe. Se despidieron de mala gana.
-Llegaré tarde a esa reunión -comentó, echando un vistazo a su reloj.
-¿Irás vestido así?
-Primero iré a casa para cambiarme de ropa. ¿Puedo verte esta noche?
-Tal vez tenga que consultar mi agenda -contestó, coqueta.
-Vendré a las ocho. Saldremos a cenar y después quizá te lleve a conocer a mis padres.
Kara alzó las cejas y el corazón dejó de latirle por un instante.
-Me siento halagada, pero, ¿por qué?
-Porque son curiosos.
-¿Ya les has hablado de mí? -él asintió-. ¿Qué les dijiste?
-Que había conocido a una señorita inglesa muy propia y recatada que ni siquiera dejaba que la besara. Que me tenías intrigado y que pensaba llevarte a la cama aunque fuera lo último que hiciera en la vida.
-¡Mentiroso! -exclamó riendo.
-Eres preciosa -dijo él en voz baja.
-Y tú bastante atractivo.
-Te veré después.
-Estaré lista.
-Más te vale.
Partió enseguida. Kara se quedó mirándolo hasta que se perdió de vista. Luego entró en la casa, sintiéndose en la cima del mundo.
Fue directamente a su habitación para ducharse. Se puso ropa de playa y se miró en el espejo. Tenía los ojos brillantes. Parecía... ¡una mujer enamorada!
¿Era ella? ¿O era la emoción que sentía? Deseaba hablar con alguien de todo aquello, compartir el regocijo que experimentaba.
A través de la ventana vio a los gemelos en el jardín, jugando, y a Sharon, tendida sobre la hierba, observándolos. ¡Cómo se sorprendería su hermana cuando se enterara de lo que había ocurrido!
Salió corriendo de la casa y se sentó junto a Sharon. Saludó cariñosamente a Amanda y Damien, pero se negó cuando le pidieron que jugara con ellos.
-Oh, Sharon, lo he pasado de maravilla -comenzó a contarle-. Aleko y yo nos llevamos muy bien. Anoche nos quedamos en la casa de su primo.
-¿En serio? -preguntó su hermana con evidente indiferencia; no se incorporó ni abrió los ojos, que tenía cerrados.
-Sí. ¿Quieres escucharme? Tuve que pedirle algo de ropa a Katina que es sobrina segunda de Aleko. ¡Qué aspecto tenía yo! Pero a Aleko no pareció importarle. De hecho, me dijo que estaba muy guapa -fingió pavonearse, pero su hermana no le prestaba atención-. ¿Qué pasa, Sharon? -preguntó y miró con mayor atención a la chica-. Estás pálida. ¿No te sientes bien?
-Estoy bien-se incorporó bruscamente-. ¡Oye, Damien, deja de pegarle a Amanda!
-Pareces preocupada. ¿Qué ha pasado? ¿Se trata otra vez de ese muchacho? -¿por qué no se había fijado en que algo le ocurría a su hermana, en lugar de ponerse a hablar de ella y Aleko? Sharon parecía cargar con todas las preocupaciones del mundo. De pronto, se le llenaron los ojos de lágrimas y bajó la cabeza para que el pelo le cubriera el rostro.
-Oh, Kara, ¿qué voy a hacer? Creo que estoy embarazada.
CAPÍTULO 5
CON el corazón encogido, Kara miró los ojos muy abiertos de su hermana. -¿Embarazada? ¿Cómo? -era una pregunta estúpida, comprendió en el momento en que la hizo-. Quiero decir, yo pensé que... ¡Oh, diablos, Sharon! ¿Qué has estado haciendo?
La chica se encogió de hombros y permaneció callada.
-¿Estás segura? ¿Has ido al médico?
Negó con la cabeza.
-Pero ya lo sé. No me siento bien. ¿Cómo voy a decírselo a los Hythe?
-Me parece que eso es lo que menos debe preocuparte -la regañó Kara-. Por Dios, ¿por qué no has tenido cuidado? ¿Quién es él? ¿Ya se lo dijiste?
Pensó en su propia relación con Aleko y dio las gracias al médico que le había recetado anticonceptivos para regularle el período.
-Es Petros -confesó Sharon-. Se lo dije anoche. No está muy contento.
Kara se quedó con la boca abierta.
-¿Petros? ¿El hermano de Aleko? -¡el hombre con quien Katina iba a casarse!
La chica asintió.
¡Qué sinvergüenza! ¡Con razón estaba disgustado! Era evidente que se trataba de algo con lo que no contaba. Y qué idiota había sido su hermana. ¡Por qué no había tenido cuidado!
-¡Oh, Sharon! -no se atrevió a hablarle de Katina, no en ese momento; su hermana ya se sentía bastante desdichada-. Tendrás que hablar con él otra vez -dijo con decisión-. El niño es tan suyo como tuyo.
Se sentía deprimida. Aparte del dolor por su hermana, se demostraba una vez más que no se podía confiar en ningún hombre, que todos trataban a las mujeres como juguetes y no aceptaban ninguna de las responsabilidades que significaban una casa y una familia.
Gracias a Dios que había recuperado a tiempo la cordura. Se aseguraría de que su relación con Aleko fuera sólo física; de que al final de las vacaciones se iría con el corazón entero y su amor propio intacto.
-Lo veré esta noche -confesó Sharon con voz débil.
-¿Lo amas? -preguntó Kara.
Su hermana asintió, con los dientes apretados y los labios pálidos.
-¿Ha hablado de matrimonio? -adivinaba la respuesta.
Sharon negó con la cabeza.
-¿No crees que deberíais hablar de eso?
-No quiero que se sienta atrapado en algo para lo que no está preparado.
-Tal vez te dé la sorpresa y te haga la propuesta ahora que ha tenido tiempo de acostumbrarse a la idea.
-¿Tú crees? -se le iluminó un poco el rostro-. ¿De verdad lo crees?
-No será un caballero si no lo hace. El niño es de los dos.
Amanda y Damien escogieron ese momento para llegar corriendo hasta ellas.
-¡Sharon, Sharon! -gritaron-. Queremos nadar, por favor.
La niñera dejó que la ayudaran a ponerse de pie. Parecía aliviada de zanjar la conversación.
-Vamos, entonces, os echo una carrera hasta la casa.
Kara se alegró de que su hermana no se desquitara con los gemelos. Tal vez ellos eran el antídoto que necesitaba...
El tiempo pasó deprisa y pronto llegó la hora de comer. Después Sharon llevó a los niños a la cama y anunció que también ella dormiría la siesta. Kara no trató de convencerla para que se quedara a charlar con ella porque la veía cansada. Cogió un libro y se sentó en el salón a leer.
Horas después, esa misma tarde, Aleko llamó por teléfono.
-¡Hola! -saludó la chica, preguntándose por qué llamaría.
-Te echo de menos -respondió él-. No me he enterado de nada en la reunión, porque sólo pensaba en ti.
-Yo también te echo de menos -confesó Kara apoyándose en la pared.
-Lo siento, pero tengo malas noticias -anunció Aleko.
Se quedó paralizada. ¿Se trataba de Sharon? ¿Petros se lo había contado?
-No podré salir esta noche -suspiró, aliviada-. Tengo que atender a unos visitantes estadounidenses.
-Bueno, no puedes evitarlo.
-¿Estás enfadada?
-Desilusionada.
-Yo también. Si existiera alguna escapatoria, la aprovecharía, ya lo sabes. No me había sentido tan excitado con una mujer desde...
-¿Cleo? -concluyó Kara.
-No, no, Kara. Eso era... diferente.
Quería decir que la amaba mientras que a ella sólo la deseaba. Pero eso era lo que pretendía, ¿no era verdad,
-Tú eres especial, Kara, a tu manera -prosiguió Aleko-. Estaré pensando en ti... sobre todo cuando me encuentre solo en la cama esta noche.
-Yo también pensaré en ti.
-Hasta mañana, entonces.
-Hasta mañana, Aleko.
-¿A la misma hora?
-Sí.
El tiempo transcurría con lentitud mientras esperaba la hora de verlo de nuevo. Estuvo pensando en su hermana, pero ésta no había vuelto aún de su cita con Petros cuando se quedó dormida. A la mañana siguiente, despertó al oír los gritos de los gemelos que jugaban en la piscina.
Se dio un baño y luego se puso unos pantalones cortos y una blusa sencilla sobre el bikini. Sharon estaba sentada en el borde de la piscina, con los pies dentro del agua, y vigilando a los niños.
-Bueno -dijo Kara, sentándose junto a ella-, ¿qué tal te fue? ¿Qué dijo Petros? -vio en sus ojos la respuesta. Había en ellos tristeza y desdicha.
-No se casará conmigo. No quiere decirme la razón, sólo dice que no puede.
¡Qué tipo tan canalla! Kara deseó matarlo. Ni siquiera tenía valor de contarle a Sharon lo de Katina.
-Eso significa, por supuesto, que no te ama, que ha estado jugando como todos los hombres. Me sorprendes, Sharon. Deberías haber tenido más cuidado.
-No se parecía a los muchachos con los que salgo en casa. A ellos sólo les interesa el sexo, pero sé cómo tratarlos.
-Los hombres son iguales en todo el mundo.
-Lo amo -se encogió de hombros-. Con todo mi corazón.
-¿Pero te casarías con un hombre que no te amara?
-El dice que me ama -protestó Sharon.
Kara se preguntó si era el momento apropiado para hablarle a su hermana de Katina. Pensó que no. Esperaría unos días más.
-¿Le ha hablado a su familia de ti?
-No.
-¿Tiene miedo?
-Es demasiado pronto.
-¿Espera que no sea necesario? ¿Cree que tal vez sea una falsa alarma?
-Supongo que sí.
-Me parece -dijo Kara con firmeza-, que deberías ir a un médico.
-¿Y cómo hacerlo sin despertar sospechas? Tendría que ir a Corfú. ¿Te das cuenta de que es imposible? Iré cuando haya arreglado las cosas con Petros. ¡Ojalá dejaras de tratar de organizar mi vida!
-Sólo quiero ayudar -se defendió.
-Ojalá no te lo hubiera contado.
Enfadada, Kara contestó de mala manera.
-Yo también lo preferiría -gruñó-. ¡En qué lío te has metido! No quiero ni pensar en lo que dirán papá y mamá. Estaban tan orgullosos de que hubieras conseguido este empleo...
De pronto, Sharon sacó los pies del agua, se levantó y se lanzó a la piscina. «Termina la conversación», pensó Kara con amargura, de modo que volvió a entrar en la casa.
No consiguió tranquilizarse y un rato después decidió salir a dar un paseo.
Fue hasta la playa y se sentó en la arena con las piernas encogidas y la barbilla sobre las rodillas. Contempló el azul increíble del mar.
Sería difícil ocultar sus sentimientos. Aleko adivinaría que algo pasaba.
¿Debía contárselo? Tal vez ya lo sabía. Con un suspiro triste, se quedó en bikini y corrió hacia el mar.
¡Cómo la tranquilizó! Le hizo olvidar todos sus problemas. Se secó con los rayos del sol, tendida sobre una toalla, y luego mordisqueó las galletas y la manzana que había llevado.
Cuando el calor aumentó, emprendió el viaje de regreso. Se detuvo en el bar del pueblo para tomarse un buen vaso de jugo de lima y en cuanto llegó a la casa, se bañó y se tendió desnuda sobre la cama.
Se quedó dormida y soñó con Aleko. Cuando despertó, se sentía mucho mejor, emocionada porque iba a verlo esa noche.
Sin embargo, él llegó mucho antes de la hora fijada. Ella estaba en su habitación y oyó el motor de su coche. Feliz y sonriente, salió corriendo a recibirlo.
Se detuvo en seco cuando vio su expresión ceñuda, hostil. La miraba fijamente, con ojos acusadores.
Ella tragó saliva y lo observó, petrificada por la fuerza de su furia. Esperó, con el corazón lleno de miedo, lo que él tuviera que decir.
-Quiero que te vayas de esta isla. No deseo volver a verte nunca -hablaba con lentitud y claridad, para que entendiera bien cada una de sus palabras.
Kara oyó, pero no comprendió. Frunció la frente e iba a hablar, pero Aleko se le adelantó.
-¡Tú y esa maldita hermana tuya!
Entonces comprendió de qué se trataba.
-Aleko, por favor...
-¡No quiero oír explicaciones ni disculpas! -vociferó-. ¡Haz lo que te digo! -apretó los puños y se acercó a ella. Kara pensó que iba a pegarle y dio un paso atrás, horrorizada.
-Todavía me queda casi una semana -replicó, sin embargo, con altivez-. Me quedaré. Y Sharon trabaja aquí. Tampoco se irá.
Aleko entrecerró los párpados.
-No sería prudente.
-No me intimidas.
-¿No? -de repente la cogió por los hombros y la sacudió. Kara no forcejeó. Permaneció con la cabeza en alto, mirándolo directamente a los ojos. Aleko inclinó la cabeza y su cara quedó a unos cuantos centímetros de la de ella. Todavía clavándole los dedos en los hombros y con los ojos encendidos, le gritó:
-Tú y tu hermana sois un par de aventureras intrigantes, y no trates de negarlo. Pero, debo confesarlo, admiro tu estrategia. Fui un tonto y no me di cuenta de quién eras en realidad. Sin embargo, tu jueguecito ha terminado.
De repente, la besó con violencia y luego la soltó.
-Un último recuerdo de la mujer tentadora que casi me puso de rodillas.
En seguida se pasó el dorso de la mano por la boca y la miró con tal odio, que la hizo temblar.
-¿Qué se supone que he hecho? -preguntó y consiguió que su voz sonara firme.
-¡Oh, esos ojos implorantes! ¿A cuántos hombres han seducido? ¿Y esto...? -le cogió la mano izquierda-. Esto es un símbolo... ¿de qué? ¿Un matrimonio que fracasó? ¿Esperas que todavía crea eso?
No podía crees lo que oía.
-¡Suéltame, te has vuelto loco! -le gritó.
-¡Tú eres la que está loca. ¿Qué plan habíais maquinado tú y tu hermana? ¿O fue idea suya? ¿Por eso te invitó a venir? Dos solteros ricos... uno para cada una. Actúa bien y nunca necesitarás volver a trabajar.
-¡Eres un canalla! -por fin había comprendido-. ¿De verdad es eso lo que piensas? -¿creería sinceramente que buscaba un esposo rico? ¡Qué absurdo!
-Es lo que sé -aseguró Aleko.
-No tienes ninguna base para hacer tal acusación.
-¿No?
-¿Piensas que mi hermana no se merece a Petros? ¿Es eso?
Él suspiró.
-¿Sabías que va a casarse con Katina?
-Sí, sé que están pensando hacerlo -confesó-. Thimios me lo contó.
-Es un matrimonio que nuestras familias aprueban. Ellos son el uno para el otro. Eso... eso que Petros siente por tu hermana... es... -pareció buscar las palabras apropiadas-No es más que deseo. Una rubia es siempre una atracción, pero sólo buscaba divertirse. Preferimos casarnos con nuestras compatriotas.
-Lo cual quiere decir -observó Kara, tragándose el nudo que se le había formado en la garganta-, que para ti tampoco signifiqué nada. Todo era un juego.
-Correcto, un juego -confirmó con brutalidad-. Y tú lo empezaste.
Antes le había dado la impresión de que comenzaba a sentir algo por ella. ¿O es que había interpretado mal sus palabras? No lo creía. Había dicho que casi lo había puesto de rodillas. ¿Era orgullo lo que lo llevaba a retractarse? No importaba. Sus propias emociones no tenían nada que ver.
-Me parece recordar que fuiste tú quien empezó la persecución.
-Déjame que lo crea así. Las mujeres son, por desgracia, mucho más listas de lo que los hombres creemos.
Kara lo miró con gesto de desafío.
-No me iré; tampoco mi hermana. ¿Hay algo más que quieras decir?
Durante varios segundos le sostuvo la mirada; su ira parecía no haber disminuido.
-Por el momento, no -contestó y se fue caminando como un soldado. El automóvil partió a toda velocidad.
Mucho después de que hubiera desaparecido de su vista, Kara comenzó a temblar. ¡Cómo se atrevía a acusarla de seducirlo! Casarse con Aleko Tranakas era lo último que deseaba.
Todavía bufando de rabia, entró en la casa, y acababa de cerrar la puerta de su dormitorio, cuando ésta volvió a abrirse y entró Sharon. Estaba pálida y parecía asustada.
-¿Qué quería Aleko? Os oí discutir. ¿Hablabais de... mí?
¡Cómo le habría gustado a Kara tranquilizar a su hermana! Pero tenía el fuerte presentimiento de que Aleko todavía no había terminado con ellas.
-De nosotras dos -contestó, tratando de sonreír-. Se le ha metido en la cabeza la idea de que las dos buscamos esposos ricos.
-¿Piensa que lo persigues? -no podía creerlo-. ¡Necesita un psiquiatra! Tú eres la ultima persona que buscaría a un hombre.
-Muchas gracias.
-Ya sabes a qué me refiero -señaló, incómoda.
Kara hizo una mueca.
-Por desgracia, cambié de parecer y decidí que podría divertirme -explicó, un poco avergonzada.
-Ya veo -murmuró Sharon y luego, en voz más alta, agregó-: ¿Pero cómo sabe lo mío? Petros me aseguró que no iba a decir nada. Todavía no. Aún confía en que no haya ningún problema -se le llenaron los ojos de lágrimas.
-No sé cómo lo habrá averiguado -se encogió de hombros-. Todo lo que puedo decirte es que está indignado. Quiere que las dos nos vayamos de la isla.
-¡No puede echarnos! -protestó Sharon-. ¡No es dueño de Lakades! No me iré... a menos que Petros se vaya conmigo.
-No te preocupes -la consoló-. Le hice saber que no nos iríamos. Pero no creo que haya terminado ya con nosotras. Quisiera conocer a Petros. ¿Podrías encargarte de eso?
-¿Para qué?
-Para hacerlo entrar en razón
Sharon negó con la cabeza, horrorizada.
-No quiero que te metas.
-No lo haría si no lo creyera necesario. Pero si piensa que puede dejar embarazada a mi hermana y luego deshacerse de ella, está equivocado.
-No, no quiero que hables con él.
-¿No? -alzó las cejas-. Pues me temo que tú sola no llegarás a ninguna parte. ¿Cuándo lo volverás a ver?
Sharon bajó la mirada, incómoda.
-Mañana tengo la tarde libre. Esperaba verlo, pero no está seguro de poder ir a la cita.
Kara se preguntó si Petros habría tenido problemas antes para acudir a una cita. Debía ser cobarde e inmadura. ¿Sería por eso por lo que le había hablado a Aleko del asunto, porque no podía arreglárselas solo?
-¿Vendrá aquí? -preguntó.
-No.
-Entonces, ¿dónde lo verás... si es que decide aparecer?
-En la playa -respondió Sharon por fin. Parecía resentida, pero no dijo más y, con cara de tristeza, salió de la habitación.
Esa noche, la cena con los Hythe no resultó fácil. Sharon no bajó, pues debía cuidar a los gemelos, pero Kara sabía que la depresión se reflejaba en su rostro.
Por fortuna, Rosemary y Geoff lo atribuyeron al hecho de que su cita con Aleko había sido cancelada otra vez.
-Él tiene trabajo pendiente -les mintió; fue la única explicación lógica que se le ocurrió.
-¡Cuánto lo siento! -comentó Rosemary-. Estaba emocionada al ver que te llevabas tan bien con él, después de todo.
La chica se encogió de hombros y trató de no parecer preocupada.
-Ese es el problema con un hombre de tanto éxito -insistió la señora Hythe-. El deber es antes que todo lo demás. Pero si mi instinto no me falla, creo que se mantendrá en contacto contigo después de que hayas regresado a Inglaterra.
-Sería sorprendente si fueras tú quien lo pescara -dijo Geoff, riéndose-. Por lo que sé, muchas lo han intentado. Es un buen partido.
-No hay nada de eso entre nosotros. Sencillamente, Aleko coqueteó un poco conmigo. De hecho -rió-, me parece que ya se ha cansado de mí.
-¡Kara! -exclamó Rosemary-. No digas eso.
Antes de irse a la cama, se asomó a la habitación de Sharon, pero su hermana estaba dormida, o fingía estarlo, y no quiso molestarla.
Ella, en cambio, no podía dormir. Permaneció despierta durante horas y horas, preocupada. ¿Hacía bien en entrometerse? ¿No sería mejor dejar que su hermana y Petros resolvieran sus propios problemas? Sin duda, Sharon estaba muy enamorada. Y, con el tiempo, seguramente, él sentaría cabeza...
Pero no disponían de mucho tiempo. Además, no podía regresar a Inglaterra sin saber lo que sucedería. ¿Era Katina a quien Petros amaba en realidad? Si era así, debía hacerlo decir la verdad, por mucho que la doliera a Sharon.
La imagen de Aleko llenó de pronto su mente. Le dolía que creyera que eran unas cazafortunas, podía comprender por qué pensaba eso de Sharon, pero que supusiera que ella lo había perseguido por su dinero era el peor insulto que podía hacerle. Le hirvió la sangre al recordarlo. ¡Era el último de los hombres con quien querría comprometerse a fondo!
Entonces, ¿por qué estaba tan triste y preocupada? ¿Acaso le importaba lo que Aleko pensara de ella? Era la injusticia lo que contaba. Pero muy dentro de sí, sabía que se trataba de algo más que eso. Se había encariñado mucho con él, por más que lo negara.
-¡Maldición! -exclamó.
A la mañana siguiente, Sharon evitó verla llevándose a los gemelos a dar un largo paseo. Sin embargo, Kara quiso asegurarse de que su hermana no fuera sola a la cita con Petros y esperó su regreso sin moverse de la casa. Después de comer, se reunió con ella en el vestíbulo.
-Estoy lista -dijo.
Sharon se encogió de hombros, con expresión malhumorada. Y cuando atravesaba el pueblo en dirección a la playa, la atmósfera entre ellas era lo más incómodo que Kara hubiera sentido nunca.
-Me parece que no vendrá -opinó Sharon-. Estás perdiendo el tiempo.
-En ese caso, te haré compañía.
-No quiero.
Kara sacudió la cabeza con desesperación.
-Si no aparece, entonces será aún menor la estimación que le tenga.
-Tienes prejuicios porque te echamos a perder tu idilio con Aleko.
-¡No seas ridicula! Nunca me gustó Aleko. ¡Qué estupidez! Era una buena compañía, eso es todo -se dio cuenta de que protestaba demasiado-. Nunca creí que esa relación llegara a nada. Vine a verte y luego descubrí que... que no disponías de tiempo para mí. ¿Qué esperabas que hiciera, que me sentara y no hiciese nada?
-No quería que descubrieras lo que pasaba -confesó Sharon con tristeza-. Pero fue demasiado cuando Petros asumió esa actitud. Ya no pude guardármelo.
Cuando llegaron a la playa... allí estaba Petros. Sólo llevaba pantalones cortos y sandalias. Joven y fuerte, era increíblemente guapo y tenía un aire de vitalidad que lo hacía muy atractivo.
Kara miró a su hermana y advirtió que el amor brillaba en sus ojos. Sé dijo que haría todo lo posible por ayudar.
CAPÍTULO 6
PETROS se llevó una sorpresa al ver que Sharon no acudía sola a la cita y la miró con expresión interrogante.
-Es mi hermana, Kara -explicó la chica como disculpándose-. Deseaba conocerte. Él es Petros -agregó, aunque no era necesario.
Kara la tendió la mano y él se la estrechó con recelo.
-Encantado de conocerte -dijo, sin embargo, en perfecto inglés.
-Así que tú eres Petros -lo miró sin sonreír. ¡Qué ojos tenía! Grandes, oscuros, con las pestañas muy largas. Era delgado, pero moreno y atlético. Cuando llegara a la edad de Aleko, sería sin duda, aún más atractivo-. Ahora comprendo por qué se ha enamorado Sharon de ti.
Pareció turbado, que era lo que la chica deseaba. Necesitaba llevar la iniciativa.
-¿Amas a mi hermana? -preguntó de repente.
Petros lanzó un vistazo a Sharon, que parecía furiosa.
-Sí -contestó-, por supuesto que la amo.
Se acercó a ella y le pasó un brazo sobre los hombros. Eran casi de la misma estatura y hacían una magnífica pareja. Kara lamentó que las circunstancias no fueran otras.
-¿Y qué vas a hacer con respecto al niño que está esperando? -prosiguió.
Petros bajó la vista y tragó con nerviosismo.
-¿Por qué se lo contaste a Aleko? -no pensaba darle ni un respiro-. ¿Qué esperabas que hiciera?
-¡No le hagas eso! -gritó Sharon, próxima a las lágrimas-. ¡Está enfadada porque le echamos a perder su aventura con él! -estaba casi histérica y a Kara le dieron ganas de darle una bofetada.
-Lo siento -dijo Petros-, si eso ocurrió. No fue culpa mía. Aleko nos oyó hablar a Sharon y a mí... no tuvimos cuidado. Estaba furioso y aseguró que se encargaría del asunto -se sonrojó, pero no dejó de mirar a Kara, de modo que ella se dio cuenta de que decía la verdad.
-Me parece, Petros -señaló con tranquilidad-, que tú y yo debemos hablar a solas.
-¿Por qué? -preguntó Sharon de inmediato, colgándose del brazo de su novio.
-Necesito hablar con él sin que tú intervengas después de cada frase que digo -explicó secamente-. ¿Quieres, Petros?
El muchacho dudó un momento; luego, encogiéndose de hombros, se apartó de Sharon.
-Ve a nadar -le pidió con amabilidad-. En seguida estaré contigo.
-Pero, Petros... -comenzó a protestar la chica.
-Por favor -insistió él, besándola en la mejilla.
Sharon lo miró a los ojos y se dio cuenta de que hablaba en serio. Lanzó después a su hermana una mirada cargada de resentimiento, se descalzó y se quitó los pantalones cortos que llevaba; con paso majestuosos, se alejó de ellos.
Petros la observó marcharse; era evidente que admiraba los graciosos movimientos de su novia y Kara vio deseo en sus ojos. Pero si sólo estaba jugando con su hermana, más le valía tener cuidado.
Por fin él volvió a mirar a Kara. No se había dado cuenta de que lo observaba y al instante bajó la vista.
-Mi hermana es muy guapa -comentó ella-. Pero, ¿estás seguro de que la quieres de verdad?
-¿Por qué me lo preguntas... otra vez? -preguntó a la defensiva.
-Porque -contestó Kara-, sé lo de Katina.
Sorprendido, él abrió la boca.
-¿Cómo lo averiguaste? ¿Lo sabe Sharon?
-No, no le he dicho nada.
-¿Te lo dijo Aleko?
Negó con un movimiento de cabeza.
-Katina misma me habló de ti cuando tu hermano y yo fuimos a visitarla. Lo que no sabía era que salías con Sharon. Mi hermana nunca mencionó tu nombre hasta... hasta que me contó lo del niño. ¿Qué vas a hacer al respecto?
Removió la arena con un pie, y evitó mirarla.
-Aleko insiste en que no hay tal. Asegura que Sharon trata de obligarme a casarme con ella.
-¿Y tú crees que Sharon miente? -su voz estaba cargada de reproche.
-Yo... yo no sé qué pensar. No ha ido al médico. Ella...
-Los dos sabemos lo difícil que es eso. ¿Qué tratas de decir, Petros? ¿Que si no está embarazada, no te casarás? ¿Que en realidad no la amas? ¿Que sólo querías tener una aventura sin compromisos? -estaba muy agitada. ¡Cómo la enfurecían los Tranakas!
-Aleko quiere que me case con Katina -comentó Petros con tranquilidad.
-Entonces, demuestra que eres hombre y toma tú una decisión, ¡por Dios! Él sólo trata de asustarte. Es tu vida, Petros. Sharon te ama tanto que estás rompiéndole el corazón. Y si la quieres, por Dios, no dejes que Aleko estropee las cosas entre vosotros.
-Todavía faltan mis padres -continuó él con preocupación.
-Lo comprenderán, estoy segura, una vez que se lo expliques. Sé fuerte, Petros, no puedes permitir que otras personas dirijan tu vida... a menos que en realidad no ames a mi hermana... No quiero que te cases con ella si se trata de eso. No resultaría.
La miró con ansiedad.
-La amo. Pero Katina... también a ella la amo. ¿Es posible eso?
Kara refunfuñó para sus adentros.
-No puedes amar a las dos de la misma manera. Hace mucho tiempo que conoces a Katina. ¿No será amor fraternal lo que sientes por ella?
-No pensaba así antes de conocer a Sharon.
-Entonces, tienes que reflexionar mucho. Si abandonas a mi hermana, Petros, que no sea porque Aleko insista en ello. Toma una decisión. Es tu vida la que está en juego.
-Eres muy comprensiva -murmuró el muchacho-. Lamento causarte tantas preocupaciones.
-Es Sharon quien me preocupa -suspiró y miró el brillante mar-. Esta es la primera vez que ha estado fuera de casa durante cierto tiempo. Nos aseguró que podía cuidarse sola.
Él hizo una mueca.
-¿Estás diciendo que la trato mal?
-Podrías haber tenido más cuidado -mantuvo la vista fija en el mar-. Sobre todo si estabas jugando con ella- ¿dónde estaba Sharon? Aparte de ellos, en la playa había sólo dos o tres grupos de personas y nadie se estaba bañando.
Petros siguió la dirección de su mirada y, cuando comprendió lo que buscaba, se acercó al borde del agua y escrutó la superficie con ansiedad. Kara lo siguió. El mar estaba más agitado que antes, el viento soplaba con más fuerza. Sin hablarse, los dos sabían que cada uno temía por la seguridad de Sharon.
Y entonces, desde alta mar llegó un débil grito. Petros la vio primero. Se quitó las sandalias y, como enloquecido, se lanzó al agua. La muchacha estaba bastante lejos y su cabeza no era más que un puntito. Nunca había sido buena nadadora y Kara se preguntó cómo había logrado llegar hasta allí. «Dios mío, deja que Petros la salve», rogó en silencio.
Los demás grupos de personas se habían acercado también a la orilla del mar y observaban y rezaban. Kara les agradeció sus palabras de consuelo.
Advirtió que Petros se acercaba con rapidez a Sharon, pero gritó de desesperación cuando la cabeza de su hermana desapareció bajo el agua. Después de unos angustiosos segundos, vio con alivio que dos cabezas se acercaban y, por fin, después de lo que pareció una eternidad, estuvieron tan cerca que pudo ayudar a sacar a su hermana.
Pálida y tosiendo, Sharon cayó sobre la arena, pero estaba consciente y, parpadeando, miró a Kara.
-Perdón -musitó con voz apagada.
¿Perdón? ¿Por qué? ¿Lo había hecho deliberadamente? ¿Había querido suicidarse? ¿O pedía perdón por el susto que les había dado? En ese momento no importaba.
La respiración de Petros era irregular, pero estaba tranquilo.
-Traje el coche -dijo-. Llevaré a Sharon a casa.
Kara asintió, consciente sólo del alivio que sentía de que su hermana estuviera a salvo.
Fue un viaje breve y, cuando llegaron a casa de los Hythe, la muchacha parecía estar ya bien.
-Gracias por salvarme, Petros -murmuró con voz ronca y los ojos llenos de lágrimas.
-¡No iba a dejar que te ahogaras! -exclamó él, tenso.
-Quizá habría sido mejor -musitó la chica.
Petros la apretó contra sí y Kara bajó del coche y se alejó. Necesitaban estar juntos unos minutos.
Cuando Sharon entró, después de un rato, en la casa, Kara le había preparado un baño caliente. Le hizo compañía mientras se bañaba, pero prefirió no hacerle preguntas por el momento porque parecía muy deprimida.
Cuando Rosemary regresó con los gemelos, Sharon le rogó que no dijera nada.
-Estoy bien ahora, no vale la pena preocuparla.
-De acuerdo, pero quiero hablar contigo después. Fue muy tonto lo que hiciste y...
Se interrumpió cuando Amanda y Damien corrían hacia ellas, muy emocionadas.
-¡Sharon, adivina en dónde hemos estado!
Kara se quedó a escuchar a los pequeños; luego salió al jardín y se sentó junto a la piscina. Allí encontró tranquilidad. Cerró los ojos y se puso a escuchar el canto de los pájaros.
De manera inevitable, se acordó de Aleko. Le parecía increíble que la misma persona que la había hecho tan feliz le hubiera ordenado que se fuera de la isla. ¿Cómo podía cambiar tan bruscamente? ¿Cómo podía creer que ella lo perseguía? ¿Y cómo se atrevía a decir que su hermana mentía?
Tenía que verlo. No podía permitir que siguiera pensando lo peor. Debía aclarar las cosas. Pero, ¿cuándo? ¿Sé atrevería a ir a casa de los Tranakas? A lo mejor no lo encontraba allí. ¿Y si antes llamaba por teléfono? Pero así lo prevendría, y no quería darle tiempo para que preparara la discusión.
No había encontrado la solución al problema cuando apareció Geoff y llegó la hora de cambiarse para la cena. Después de cenar los Hythe insistieron en que jugara con ellos a las cartas, así que todas sus esperanzas de salir esa noche se esfumaron.
Tampoco volvió a ver a Sharon. En cuanto los gemelos se fueron a la cama, su hermana se metió en su habitación y cerró la puerta con llave. Ni siquiera respondió a sus llamadas.
A la mañana siguiente, Sharon y los niños salieron a pasear antes de que Kara se levantara. Rosemary iba a trabajar todo ese día en la oficina, de modo que ella se quedó sola en la casa.
Jugó con la idea de llamar a Aleko y pedirle que fuera a verla. Incluso cogió el teléfono varias veces y marcó el número de su oficina, pero siempre colgó antes de que la contestaran.
Más tarde le apeteció nadar. Y cuando salía de la piscina, descubrió que el problema de encontrar a Aleko ya no existía, pues él estaba allí. Iba en mangas de camisa y había aflojado el nudo de la corbata. Su expresión era dura e implacable, como la última vez que lo había visto.
Con el bikini que llevaba, resultaba difícil tratar de parecer digna. Sin embargo, mantuvo la cabeza muy erguida, esperando que él no notara su nerviosismo. Decidió atacar.
-¿Cómo te atreves a insinuar que mi hermana miente? -inquirió, apretando los dientes-. ¡Qué despreciable afirmación... sin pruebas! Te exijo que ofrezcas disculpas.
Él alzó las cejas, arrogante, y la miró como si no fuera nadie. Ya no era la muchacha con quien había pasado una noche de pasión, la mujer a la que había susurrado palabras de amor. No era nadie... sólo una intrusa, una persona non grata.
-No es la primera mujer que ha tratado de hacerlo, ni será la última -dijo secamente-. Petros y yo estamos acostumbrados a tales ataques.
-Resulta que él cree en ella -afirmó con aire de desafío.
-¿Trataría ella realmente de suicidarse si esperara un hijo?
Kara se quedó sin argumentos por un momento; luego sacudió la cabeza.
-Supongo que has estado hablando con Petros. Pero lo que te haya dicho no es cierto. Simplemente, Sharon se alejó de la playa más de lo que pensaba. Es una persona cabal y nunca intentaría una cosa así.
Deseó que lo que decía fuera cierto. La Sharon con la que había crecido nunca habría hecho tal cosa, pero en su estado anímico, cualquier cosa era posible.
-Ninguna mujer en sus cabales trataría de chantajear a un hombre para que se case con ella.
-¡Mi hermana no está chantajeando a Petros!
-Esa es tu opinión.
-Es la verdad.
-Según tú. Resulta que yo pienso de otra manera. Dime; ¿por qué no ha ido a un médico?
-¡Porque no quería que nadie se enterara hasta que se lo hubiese contado a Petros! -gritó, furiosa. Era una débil excusa, pero era la verdad, lo creyera o no.
-Bueno... -dijo él con arrogancia-, ahora se lo ha contado. No hay más pretextos. Si ella ofrece pruebas no hay problema. Mientras tanto, le he prohibido a Petros que la vea.
Kara se quedó boquiabierta.
-¿Quién diablos crees que eres? ¿Su carcelero? ¡Por Dios, Aleko, no puedo creerlo! ¿Realmente piensas que puedes separarlos, cuando ellos quieren estar juntos?
-Él hará lo que yo diga -la miró con frialdad-. Ya veremos quién tiene la razón.
-¿Y para eso has venido hasta aquí? ¿Para asegurarte de que mi hermana reciba el mensaje?
-Para asegurarme de que las dos recibís el mensaje. No eres distinta a tu hermana. Táctica diferente, pero con el mismo fin.
Kara echaba chispas por los ojos.
-No me casaría contigo, señor Tranakas, aunque me pagaras un millón de libras. ¡Vaya engreimiento! Jamás he pensado en eso -era mentira, se le había ocurrido, pero ya no. Aleko era el hombre más arrogante y despreciable que había conocido. Sacudió la cabeza, desconcertada.
Él entrecerró los ojos. Era evidente que no lo creía, pero no lo dijo así.
-En realidad tengo otra razón para haber venido -anunció con voz gélida-. Hacerte saber que mis padres os invitan a ti y a Sharon a cenar... esta noche.
Kara alzó la barbilla y lo miró con suspicacia.
-¿Por qué? ¿Quieren ver con sus propios ojos cómo son las dos hermanas diabólicas?
-Ellos no saben lo que tramáis -expresó con voz áspera-. Sólo piensan que sería agradable... para las dos. Pero estaban sobre todo preocupados por tí, puesto que cancelé las invitaciones anteriores.
-Supongo que no les dijiste por qué cancelaste la segunda -señaló fríamente.
-No -reconoció él-, no lo hice. Mi padre y Sofía, mi madrastra, son personas amables y generosas y no quiero hacerles daño. Así que aceptarás y no dirás nada de lo que ha pasado.
-¿Crees que podré fingir que no pasa nada? Tal vez tú seas un buen actor, Aleko, pero te aseguro que yo no. No podría ser amable contigo, ahora no.
-Entonces, quizá deberíamos pactar una tregua por unas horas... -la cogió por un brazo y la atrajo con fuerza hacia él. Cuando bajó la cabeza hacia ella, la chica estaba demasiado asombrada para detenerlo.
La besó en los labios suave y sensualmente, incitándola a responder, convenciéndola de que la atracción que sentían no había disminuido.
Bajo su mano, Kara notó los apresurados latidos en el pecho de Aleko y se estremeció. Se apretó todavía más contra él, sin apartar sus labios, incapaz de frenar el deseo que se apoderaba de ella.
Un débil quejido escapó de su garganta cuando la boca de Aleko se deslizó hacia abajo, despojándola de la tela húmeda que le cubría los senos, besándoselos suavemente, atormentándola, incitándola.
-Oh, Aleko.
-¿Te gusta?
-Mucho -gimió-. No sé por qué me haces esto.
-Cuando dos personas son tan compatibles como nosotros, no puede haber obstáculos.
Compatibles sexualmente, eso era lo que quería decir. Era lo único que podía existir entre ellos. La despreciaba como persona, pero no podía negar las necesidades de su cuerpo. Tampoco Kara. Lo deseaba. Tiró de la camisa, para poder deslizar los dedos por la espalda masculina.
El placer que sentía al tocarlo era algo que nunca antes había experimentado. Quería más y más de él.
En el olvido quedaba el hecho de que Aleko trataba de echarlas de la isla. Toda la sensatez había desaparecido. Sus cuerpos armonizaban a la perfección.
Con la misma suavidad con que había comenzaba a acariciarla, Aleko aminoró el ritmo y finalmente se detuvo del todo, aunque sin dejar de abrazarla.
Kara levantó el rostro para mirarlo, con los labios abiertos, los ojos brillantes y la respiración agitada. Tenía la boca seca y todo su cuerpo palpitaba.
Esa noche iría a cenar a su casa y no dejaría de recordar esos momentos. Bastaría una mirada de sus ojos sensuales para que se derritiera. No necesitaría actuar. La tenía en la palma de su mano... y Aleko lo sabía.
Se pasó la punta de la lengua por los labios y se apoyó en él.
-¿Petros estará allí? -preguntó con voz ronca.
Él negó con un movimiento de cabeza.
-Entonces creo que Sharon tampoco irá.
-Entonces no se lo digas -volvió a colocar el bikini en su lugar y Kara suspiró.
-¿Crees que es justo?
-Es la fiesta de mis padres. ¿Qué puedo hacer?
-Nada, supongo -admitió, encogiéndose de hombros. Había muchas cosas que hacer, pero sabía que no lo intentaría.
-Asegúrate de que vaya tu hermana -le ordenó y Kara se dio cuenta de que haría lo que le dijera. La tenía hechizada.
-¿Qué me pongo? -preguntó en voz baja.
La miró a los ojos.
-Cualquier cosa que creas que me guste. Ahora debo irme -la obligó a alzar la cabeza-. ¿Crees poder sobrevivir antes de volver a verme?
-Tal vez -respondió ella, también bromeando.
Él bajó la cabeza y volvió a besarla.
-Entonces, hasta esta noche. Esperaré con ansia tu llegada. Será todo un acontecimiento.
Kara lo vio irse. Caminaba a grandes pasos y con tranquilidad.
La asombraba su propia debilidad, pero también sentía curiosidad por ver cómo era el padre de Aleko. ¿Sería una versión mayor de su hijo? ¿O no habría ningún parecido entre ellos?
A la hora de la comida, Kara le anunció a su hermana la invitación. Sharon pareció sorprendida, pero también complacida.
-Por supuesto que iré, con tal de ver a Petros. ¿Por qué nos habrán invitado? -dijo feliz.
Kara se encogió de hombros.
-¿Qué le parece a Aleko la invitación?
-Ha dispuesto una tregua. No quiere preocupar a sus padres.
Sharon asintió y se levantó para marcharse, pero Kara se lo impidió.'
-Espera -le dijo-. Quiero preguntarte algo... -vaciló y se decidió-: ¿Por qué lo hiciste?
Sharon frunció el ceño, desconcertada.
-Querías ahogarte -le explicó Kara.
-¿Eso crees?
-Es lo que pareció.
-¿Habría gritado pidiendo ayuda si hubiera querido suicidarme?
-Supongo que no. Pero podrías haberte ahogado fácilmente. ¿Qué te hizo ir tan lejos? -no estaba convencida. Sharon estaba muy nerviosa y deprimida. Era posible que hubiera tratado de poner fin a su desdicha.
-No me di cuenta de que el mar estaba tan agitado -explicó la muchacha-. La corriente me llevó más lejos de lo que pensaba.
Se vio obligada a aceptar las explicaciones.
-Tienes suerte de que Petros sea un buen nadador -comentó.
-Lo sé. Estuvo fantástico, ¿no? -tenía los ojos radiantes cuando se fue.
Kara se arregló con meticulosidad para ir a la cena. Se puso una falda color crema y una blusa que había bordado en sus largas noches después de la muerte de Greg.
Se maquilló con cuidado, no demasiado, para no causar una impresión errónea.
«Estoy más guapa que nunca», pensó cuando se miró en el espejo. Había mejorado mucho durante los últimos días. Las vacaciones le estaban sentando muy bien. ¿O era Aleko?
Ansiaba verlo esa noche. Al día siguiente volvería a ser el déspota que le exigía que se fuera de la isla, pero no pensaría en eso. Olvidaría todo, excepto que era el hombre del que estaba en peligro de enamorarse.
Cuando acabó de arreglarse, bajó a reunirse con Sharon, que estaba muy emocionada.
-Me pregunto si Petros le habrá hablado a sus padres de mí. ¿Será una de las razones por las que nos invitaron a cenar?
Kara no se atrevió a matar el entusiasmo de su hermana.
CAPÍTULO 7
DE cerca, la villa de los Tranakas resultaba aún más impresionante. Con sus arcos moriscos, sus terrazas que daban a la bahía, sus balaustradas de piedra y sus escaleras de caracol, se parecía al Palacio de Aquiles en Corfú.
El coche que Aleko había enviado a recogerlas cruzó la verja de hierro forjado y siguió por un camino entre hermosos jardines.
-¡Es fantástico! -exclamó Sharon con ojos brillantes de interés y curiosidad-. Como para vivir en este lugar. ¿No es maravilloso?
Kafa asintió, igualmente impresionada, pero conteniendo sus emociones.
Cuando el automóvil se detuvo, Sharon bajó de un salto y miró a su alrededor con los ojos muy abiertos. Kara no quería ni pensar en lo que pasaría con la alegría de su hermana cuando descubriera que Petros no estaba allí y rogó en silencio porque no le doliera demasiado.
Ambas se sorprendieron cuando fue Aleko mismo, y no algún criado, quien salió a recibirlas. Su amplia sonrisa incluyó a las dos. Kara se emocionó tanto como una niña en una juguetería y se dio cuenta de que se le notaba. No podía evitarlo. Su hermana y ella habían sido seducidas por los Tranakas.
Sharon subió corriendo por la escalinata en dirección a Aleko.
-Hola -lo saludó con alegría, parecía haber olvidado que no contaba con su aprobación.
-Sharon, Kara -salió al encuentro de la hermana mayor, que no podía moverse ni apartar los ojos de él. Cuando llegó a su lado, la besó suavemente en los labios y ella sintió que el contacto la quemaba. Si no hubiera sabido que esa noche todo sería una actuación, la habría sido fácil creer que significaba algo para él. ¡Qué buen actor era Aleko!
Entraron en el vestíbulo, que era circular y tenía el suelo de mosaico; las paredes estaban cubiertas con tapices que parecían antigüedades.
-¿Queréis venir por aquí?
Siguieron a Aleko a un amplio salón con enormes ventanales. Desde ellos podía divisarse la bahía azul.
-Sentaos, por favor. Les diré a mis padres que habéis llegado.
-¿Dónde estará Petros? -preguntó Sharon, pensativa, en cuanto se quedaron solas-. Esperaba que saliera a recibirme.
Kara decidió que lo mejor era guardar silencio.
Aleko volvió enseguida. Nikolaos Tranakas resultó ser una versión vieja de su hijo: la misma estatura y anchura de hombros, el mismo pelo espeso, los ojos oscuros. A Kara le cayó bien a primera vista.
Les estrechó la mano con firmeza y sinceridad.
-Bienvenida a esta casa, Kara. Esperaba conocerte. Aleko nos ha hablado mucho de ti.
La chica sonrió y no dijo nada. Aleko, a continuación, le presentó a su madrastra. Sofía era de baja estatura y regordeta, y tenía el pelo negro sin canas. Sonrió con amabilidad y reiteró la bienvenida de su esposo.
-No tenemos visitas a menudo, como no sea por asuntos de negocios. Los Hythe te han atendido bien, ¿no?
Kara asintió y murmuró algo apropiado para la ocasión, mientras tanto, Aleko presentaba a Sharon. Mentalmente cruzó los dedos, confiando en que su hermana no preguntara por Petros.
Cuando terminaron las presentaciones, salieron a la terraza y Aleko sirvió los aperitivos. Kara no podía apartar la vista de él. Estaba guapísimo, recién afeitado y con el pelo húmedo todavía de la ducha. Él se daba cuenta de la admiración que despertaba y de vez en cuando le lanzaba miradas cargadas de sensualidad. Kara se estremecía y se alegraba de haber aceptado la invitación. La velada prometía ser interesante. La pobre Sharon en cambio, bebía su cóctel con nerviosismo, sin dejar de mirar por encima de su hombro. Sin duda se preguntaba por qué Petros tardaba tanto en aparecer. Mientras tanto, hablaba con Sofía.
-Los gemelos, Amanda y Damien, son unos diablillos, ¿verdad? -decía la señora.
-A veces -asintió la chica-, pero me encantan.
-Cuando Geoff y Rosemary llegaron a la isla, los trajeron aquí. Me dejaron agotada. Y Nikolaos... desapareció de vista -miró con amor a su esposo-. Creo que estamos demasiado viejos. Adoramos a nuestros muchachos, naturalmente, pero nos alegramos de que hayan crecido.
-Algún día tendrá nietos -dijo Sharon.
Kara contuvo la respiración. ¿Es que su hermana estaba tanteando el terreno?
Sofía miró a su hijastro y sonrió con cariño.
-Algún día, sí, espero que sí. Pero es distinto cuando los niños son de uno. ¿No estás de acuerdo?
La joven asintió.
-A mí me gustaría una familia grande. Yo creo...
-Y yo creo que deberíamos hablar de otra cosa, y no de bebes -intervino Aleko, frunciendo el ceño. Con la mirada parecía advertirle a Sharon que no aprobaba la forma en que se desarrollaba la conversación.
-Es natural que ella hable de niños -protestó Sofía-. Después de todo, es su trabajo. Los adora.
-¿Acaso yo estoy hablando de vino? -preguntó él con aspereza, aunque con una sonrisa seductora.
-No -intervino Nikolaos-, pero es distinto. Me parece, hijo, que estas hermosas damas nos exceden en número.
-A mí me parece que deberíamos cenar -opinó Aleko, sonriente, ofreciendo el brazo a Sofía. De inmediato Nikolaos ofreció un brazo a cada una de las Lincroft.
Tal como Kara pensaba, la mesa estaba puesta sólo para cinco personas. Echó un vistazo a su hermana y advirtió la consternación en sus ojos, pero también la vio erguir los hombros. Comprendió entonces que no haría preguntas. «Muy bien por ti», pensó.
-Qué amable de su parte habernos invitado -dijo Kara a Sofía cuando se encontraban en el elegante comedor-. Estamos muy agradecidas. A menudo me preguntaba cómo sería su casa por dentro. La puedo ver desde mi ventana, en casa de los Hythe. Es maravillosa.
-Aleko te la enseñará más tarde -la mujer parecía halagada-. En realidad, fue su...
-Siéntate, Kara -las interrumpió el joven, de modo que la señora no pudo acabar la frase. Cogió a Kara del brazo y la guió a una de las sillas.
Ella se estremeció al contacto, y cuando los dedos de él permanecieron en sus hombros desnudos, sintió deseos de levantar el rostro para que la besara. Sabía que las horas siguientes serían una tortura.
¿La llevaría a recorrer la casa, como su madrastra había sugerido? ¿Estarían un rato a solas? ¿O la farsa terminaría cuando no hubiera nadie a quien impresionar? ¿Se convertiría otra vez en el desconocido hostil que deseaba que ella y su hermana se fueran de la isla? No podía creer que todo lo que sucedía en la casa fuera sólo una representación. Todavía debía sentir algo por ella, a pesar de sus duras acusaciones. ¿Cambiaría tal vez de parecer? ¿Podría demostrarle esa noche que no eran las intrigantes que creía?
Aleko tomó asiento al otro lado de la mesa y no le quitó la mirada de encima. ¡Cómo le hubiera gustado que estuvieran los dos solos!
-¿Cuánto tiempo más estarás aquí, antes de regresar a Inglaterra?
De pronto Kara se dio cuenta de que el padre de Aleko se dirigía a ella. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para prestarle atención. Nikolaos estaba sentado a su lado y, al otro lado de la mesa, flanqueado por Sharon y Sofía, se hallaba Aleko.
-Perdón -logró decir, tartamudeando-, estaba a miles de kilómetros de aquí. Sólo unos días más. Cogeré el avión el domingo.
-Confío en que hayas disfrutado tu estancia en nuestra hermosa isla.
-Desde luego -asintió, sonriendo-. Es muy... muy diferente de Inglaterra -estuvo a punto de decir que era tranquila, pro Aleko había destruido la paz que había encontrado a su llegada. ¡En más de un sentido!
Probó la carne rellena que la habían servido.
-Hace muchos años viví en Inglaterra -comentó Nikolaos-. De hecho, allí conocí a Sofía, que había ido a ver a su abuela inglesa. De modo que nos trae felices recuerdos. Aleko y Petros van a menudo, pero yo estoy demasiado viejo para viajar.
Sharon permanecía atenta a su conversación. Había oído mencionar el nombre de Petros y escuchaba para saber si se decía algo más de él.
-¿Había estado antes en las islas griegas? -preguntó Nikolaos.
Kara asintió.
-Una vez -respondió.
Tal vez fue el tono de su voz lo que hizo que el anciano la mirara con atención.
-¿No fue una ocasión feliz? -preguntó-. ¿En dónde estuvo?
-En Corfú, y fue un viaje del todo feliz, gracias. Era mi luna de miel -en esa etapa de su matrimonio, adoraba a su marido y las vacaciones habían transcurrido en una atmósfera mágica.
-Oh, perdón -se disculpó Nikolaos de inmediato-. Aleko nos dijo que eres viuda. Sé lo doloroso que pueden resultar esos recuerdos. Todavía a veces me siento trastornado cuando pienso en mi primera esposa, y eso ocurrió hace mucho tiempo. Pero tú eres joven, ¡habrá otros hombres!
¿Era accidental que echara un vistazo hacia donde se encontraba su hijo? ¿Pensaba que quizá se estaban enamorando? ¿Aprobaría tal relación? Sonrió con amargura para sus adentros. ¡Si supiera lo que Aleko pensaba en realidad!
Tomó un sorbo de vino y la conversación continuó.
-Qué lástima -dijo Sofía de repente, con mejillas encendidas mientras terminaba su tercera copa de vino-, que Petros no esté aquí. No me gustan los números impares.
Kara advirtió que Sharon asentía ligeramente, indicando que estaba de acuerdo.
-Pero sé que no nos hubiera acompañado aunque se lo hubiera pedido -continuó la anfitriona, sin darse cuenta del interés que había provocado en la invitada más joven-Cuando se tiene esa edad, lo que más importa es el amor, y él no ha visto a Katina desde hace mucho tiempo. Aleko, eres muy malo, lo haces trabajar demasiado.
-¿Cómo va a aprender el negocio si no? -se defendió el aludído con afabilidad. Sus ojos eran fríos cuando se encontraron con los de Kara y su expresión, indescifrable.
-Y luego le das el día libre precisamente cuando celebro mi fiesta. ¿No podías haber organizado mejor las cosas?
-Deberías habérmelo dicho antes. Sé tan bien como tú que una vez que Petros ha decidido ver a Katina, nada ni nadie lo detiene.
Nikolaos esbozó una sonrisa.
-Están muy enamorados. Son novios desde niños, ¿lo sabíais? -miró a las invitadas-. Esperamos que nos anuncien cualquier día cuándo quieren casarse.
La copa de Sharon cayó de su mano y la muchacha se puso muy pálida. Kara advirtió la sonrisa de satisfacción de Aleko y en ese instante comprendió. ¡Lo había planeado todo! lo había hecho deliberadamente, sabiendo muy bien que en el curso de la velada acabaría por surgir la verdad. Sintió náuseas. ¡Qué canalla era! ¡Qué manera tan inteligente de deshacerse de Sharon!
-Sharon, ¿estás bien? -echó un vistazo al rostro afligido de su hermana y en silencio maldijo a Aleko por lo que le había hecho.
Con un increíble dominio de sí misma la chica alzó la cabeza.
-Lo siento, se me ha resbalado -murmuró.
-No te preocupes por la copa -la tranquilizó Sofía en seguida-. ¿Te has hecho daño?
La chica negó con la cabeza.
-Estás muy pálida -comentó Nikolaos-. ¿No te sientes bien? ¿Quieres recostarte?
-No, no, estoy bien -insistió Sharon, mirando a su hermana y, pidiéndole en silencio ayuda.
-Tal vez deberíamos irnos a casa -suspiró Kara, disculpándose.
-No todavía -rogó la anfítripna-. Estoy encantada con vuestra compañía, y quiero que esta niña se recupere antes de marcharse. Salgamos al balcón a tomar café. Esto está un poco sofocante. ¿No será eso lo que pasa?
Aleko pareció satisfecho de que la reunión no se interrumpiese y Kara supuso que deseaba prolongar el sufrimiento de Sharon. Era realmente cruel.
-Permíteme ayudarte, Sharon -dijo él, poniéndose de pie y ofreciéndole el brazo. La muchacha le sonrió débilmente agradecida. Aún lo sabía lo que había pasado. Si no, le hubiera escupido a la cara.
Una vez fuera, el color volvió a las mejillas de Sharon, aunque se la veía muy abatida y sólo respondía con monosílabos a las preguntas y comentarios de sus anfitriones.
Tomaron café bajo el cielo estrellado, oyendo el canto agudo de las cigarras.
Kara bufaba de indignación y sabía que no podía regresar a casa de los Hythe sin hablar antes con Aleko.
-¿Podría convencerte -dijo, sonriente y mirándolo directamente-, de que me enseñaras la casa?
-Por supuesto -accedió Sofía por él-. Me sentiría desilusionada si no vierais la casa. ¿Qué te parece, Sharon?
-Creo que no tengo energías.
Obediente, Aleko se puso de pie sin mirar a Kara. Sabía muy bien por qué quería ella estar a solas con él.
-Sé lo que estás pensando -dijo en cuanto se alejaron de los demás-, y lo comprendo. Pero es mejor que tu hermana lo sepa.
-¿Así? -preguntó con furia-. ¿Delante de extraños? Ella debe estar viviendo un infierno ahora, tratando de fingir que no pasa nada. Eres un canalla, Aleko, un bestia, cruel, insensible y despreciable, ¡ojalá fuera un hombre para pegarte!
-Dame un puñetazo ahora, si eso te consuela -sugirió él, parecía divertido.
-No, gracias -levantó la cabeza con altivez. No le daría ninguna satisfacción.
-¿Puedo hacerte una pregunta? -indagó Aleko.
Ella lo miró con cautela.
-Sabías lo de Katina. ¿Por qué no se lo contaste a tu hermana?
-Porque -respondió en un susurro-, no parecía el momento oportuno.
-¿No era oportuno? -resopló-. ¿Cuándo entonces? ¿Una vez que Petros le hubiera prometido casarse con ella? ¿Cuando fuera demasiado tarde?
Kara ardía de cólera.
-Es cierto, eso es lo que yo esperaba, pero no por las razones que tú crees. No quería preocupar a mi hermana sin necesidad. Si Petros la ama realmente, entonces, ¿para qué hablar de novias anteriores?
-Si Petros la amara realmente -habló con desprecio-, entonces yo sería el primero en estar de acuerdo contigo, pero no es el caso. Ella le está haciendo chantaje y antes de que mis padres lo descubrieran. .. porque el otro día estuvo a punto de contárselo... preparé todo esto -sonrió con satisfacción-. Me parece que ese idilio terminará ahora de manera conveniente.
Kara apretó los puños, llenándose los pulmones del aire que tanto necesitaba.
-¿Estás seguro? -apenas podía contener su rabia.
-Lo sé -contestó, ufano.
-No puedes saber lo que pasa en la mente de Petros.
-¿No? -levantó las cejas-. Ha ido a Corfú para decidir a cuál de las dos ama en realidad. Si quisiera a tu hermana, ¿crees que necesitaría hacer tal cosa? Sharon lo atrae, eso es todo. Es una muchacha atractiva, lo admito, y él está pasando por un encaprichamiento temporal. Pero, en lo que se refiere a matrimonio, ¡bah!, no resultaría. Son muy distintos. Es ella la que ha estado persiguiéndolo, y yo no permitiré que lo atrape y lo haga aceptar un matrimonio que está mal.
-¡Cómo te atreves! Sharon nunca haría tal cosa. Está muy enamorada de tu hermano. No es cierta tu acusación.
-Ya hemos hablado de eso -dijo Aleko con impaciencia.
-Y lo haremos otra vez y cuantas veces sea necesario, hasta que te des cuenta de que Sharon es sincera -¡qué arrogante era! Lo odiaba.
-El tiempo nos lo dirá -rafirmó sin preocupación-. Las semillas de la verdad han sido sembradas, y todo lo que tenemos que hacer ahora es esperar el resultado. Si ella está embarazada de verdad y Petros decide que la ama, entonces no pondré más objeciones a ese matrimonio.
-Qué magnánimo -se burló Kara-. ¿Cuándo regresa él?
Se encogió de hombros.
-Le dije que se tomara tanto tiempo como necesitara para llegar a una decisión.
-¡Canalla! ¿Qué piensas hacer? ¿Echarnos a Sharon y a mí antes de que regrese?
-Esa era la idea general. ¿No crees que deberíamos continuar nuestra visita?. Seguramente Sofía te hará toda clase de preguntas después.
Kara siguió en silencio, sin disfrutar nada de lo que veía. Descubrió que la casa había pertenecido a la realeza, a una princesa italiana que la había mandado construir para convertirla en su escondite. Pero había estado en manos de la familia Tranakas durante más de cien años, y se esperaba que siguiera así durante muchos más.
-¿Y si ninguno de vosotros tiene hijos? -preguntó de pronto.
Él arqueó un poco las cejas.
-Yo pienso tener un hijo.
-Qué inteligente eres -comentó ella, irónica.
Aleko sacó una llave de su bolsillo y abrió una puerta.
-Mi propio sector de la casa -explicó antes de que Kara preguntara.
La chica abrió los ojos, sorprendida.
-¿Creías que todavía vivía con mis padres? ¿A mi edad? -observó él, divertido.
-No lo había pensado, la verdad. Y tampoco me interesa mucho ver tu casa.
-Te agradezco el esfuerzo que has hecho esta noche, y me parece que debe ser recompensado.
Kara se habría ido si él no le hubiera puesto la mano en la espalda. Sentía que cada uno de los dedos de Aleko le quemaba la piel desnuda.
-Si hubiera sabido lo que habías tramado, jamás habría venido -dijo con los dientes apretados-, y si piensas que vas a aprovecharte de mí, estás muy equivocado. Si me pones otro dedo encima, ¡gritaré!
La sólida puerta de madera se cerró.
-Grita todo lo que quieras, ágape mou. Nadie te oirá.
Nunca lo había visto sonreír de manera tan siniestra y tuvo miedo. ¡Aleko estaba loco!
-Pero tus padres se preguntarán por qué tardamos tanto -protestó.
-Eres una mujer hermosa. ¿No crees que podrán adivinarlo? Como te invité para que conocieras a mis padres, piensan que eres alguien especial. Y, sobre todo Sofía está ansiosa de que encuentre a otra mujer a quien amar.
-¿Aunque sea una chica inglesa?
-La abuela de mi madrastra era inglesa, ya lo sabes. Los dos darían toda su aprobación.
-Y sin embargo, tú todavía piensas que yo... -no pudo terminar. ¡Era tan absurdo! Nunca en su vida había perseguido a un hombre. La riqueza no le interesaba. La primera vez se había casado por amor y, aunque el matrimonio había fracasado, si alguna vez se volvía a casar, sería por lo mismo. Sólo que la próxima vez estaría muy, muy segura. Tendría que conocer al elegido tan bien como a sí misma. Y desde luego, no se casaría con un hombre como Aleko.
-En ese caso, no veo por qué no habrían de aprobar que Petros se casara con Sharon.
Sin darse cuenta, lo había seguido por un pasillo y estaban ante la puerta abierta de una habitación totalmente distinta del resto de la casa.
Estaba amueblada con buen gusto. No había cuadros en las paredes, ni adornos en el techo. Era una habitación donde uno podía relajarse. A Kara le encantó. De inmediato se sintió a gusto.
-Si Petros anunciara que quiere casarse con tu hermana porque la ama, mis padres no se opondrían -dijo Aleko, contestando la pregunta que ella casi había olvidado-. Pero los motivos que hay no son válidos.
-Según tu opinión -caminó hacia la ventana, pero la noche era demasiada oscura para ver algo más que estrellas.
-Estoy protegiendo los intereses de mi hermano, eso es todo -se acercó también a la ventana, pero Kara huyó de allí y fingió interesarse en los caballos de porcelana que había sobre la chimenea-. ¿Te gustan los caballos? Si lo quieres, puedo llevarte a montar.
Kara se volvió y lo miró con ironía.
-¿No se suponía que debía irme de la isla?
-He decidido que unos días más no importarían. Siempre y cuando Sharon se vaya contigo.
-No voy a obligar a hacer lo que no quiere.
-Tal vez descubras que, después de todo, quiere marcharse.
-¿Tú crees? Yo imagino que le importará más su trabajo. No puede dejar a los Hythe que encuentren a otra persona. Están muy satisfechos con ella. Los perjudicarás mucho si insistes en que se vaya.
Aleko se aproximó más.
-No te he traído aquí para hablar de Sharon. Ya está dicho todo a ese respecto. Estabas radiante cuando llegaste, ¿lo sabías? ¿Puedo felicitarme por ser el responsable de eso? -su voz se había vuelto seductora y acarició los hombros femeninos.
-¿Y qué? -se burló ella-. No puedo evitar que me excites, pero, no voy a dejar que me toques otra vez, después de lo que acabas de hacer. ¡Quítame las manos de encima!
-No decías eso cuando tratabas de cazarme. ¿Por qué habrían de ser diferentes las cosas ahora? Puesto que dejaré que te quedes, podríamos aprovechar el tiempo que todavía te queda. Sólo que ahora sé exactamente cuál es la situación.
-Maldición, Aleko, ¿cuándo te cabrá en la cabeza que yo no estaba jugando? -forcejeó con rabia, pero él rió y la sujetó entre sus brazos apretando las caderas contra ella.
-Eres aún más guapa.
-Y tú estarás muy bien si te doy un rodillazo donde duele -amenazó-. ¡Suéltame!
-Todo a su tiempo, ágape mou. Te he deseado toda la noche. No puedes defraudarme ahora.
CAPÍTULO 8
PARECÍA muy decidido y Kara se debatió entre el temor y el deseo. En ninguna otra ocasión la había obligado a responderle, y se preguntó cómo reaccionaría si continuaba resistiéndose.
El sentir el cuerpo de Aleko apretado contra el suyo le causaba toda clase de sensaciones no deseadas. Sabía que era muy vulnerable, que estaba a su merced si él se lo proponía.
-Relájate, Kara -dijo Aleko con voz profunda, excitante-. Admite que deseas esto tanto como yo -inclinó la cabeza y besó cada centímetro del rostro femenino. Cada vez que sus labios la tocaban, la chica sentía que su resistencia se debilitaba, pero aún estaba decidida a no darse por vencida.
Hizo varios intentos inútiles por apartarse, pero él no mostró compasión. Sus manos se movieron por su espalda, explorando cada curva. Cuando llegó a los hombros, desató los delgados tirantes del vestido, y haciendo caso omiso de sus protestas, dejó al descubierto los senos. Ella comprendió que la batalla había terminado y se apretó contra él, todo intento de resistencia había desaparecido. Cuando Aleko inclinó la cabeza para completar con su boca el exquisito placer que su mano proporcionaba, un gemido escapó de la garganta de ella.
Él no tenía prisa. ¡Qué dulce tortura era! Kara respondía sin freno, con un deseo salvaje; su cuerpo ansiaba desesperadamente ser satisfecho.
-¿Cómo te sientes ahora, Kara?
-Te deseo, Aleko -susurró, mirándolo a los ojos-. ¡Qué Dios me perdone, pero no puedo evitarlo! Me excitas como ningún otro hombre lo había conseguido.
-¿Ni siquiera tu esposo?
-Ni siquiera Greg -se vio obligada a confesar.
-Pobrecita Kara -se burló con crueldad-. Esto va a ser una experiencia más agradable de lo que esperaba.
La volvió a besar con urgencia y sus manos le recorrieron todo el cuerpo. En pocos segundos la tuvo desnuda y se apartó de ella.
La primera reacción instintiva de la joven fue cubrirse con las manos, pero luego alzó la barbilla con orgullo y se obligó a mirarlo a la cara.
-Ahora, ¿qué? -preguntó.
-Vas a rogarme que te haga el amor.
Kara cerró los ojos. ¡Con qué facilidad podía lograr que lo hiciera! Podía hacer lo que quisiera con ella; él lo sabía y disfrutaba.
No pudo apartar los ojos mientras Aleko se desvestía y, sin darse cuenta, se humedeció los labios resecos. Él sonrió con desdén.
-¿No tienes nada que decir? -preguntó.
Ella negó con la cabeza. Si la deseaba, ¿por qué no la tomaba? No tenía fuerzas para resistirse. ¿Acaso no lo sabía?
-Tócame, Kara.
Como si fuera un autómata, obedeció. La piel áspera de él sobre sus senos aceleraba los latidos de su corazón; en cuestión de segundos, la pasión estalló en su interior.
-Así está mejor -le dijo Aleko con voz ronca, pero siguió sin tocarla hasta que los movimientos de Kara fueron más frenéticos.
Entonces, de pronto, buscó con avidez los labios de la chica y la cogió en brazos como si no pesara más que un saco lleno de plumas. El sofá era grande y mullido y hubo sitio para los dos. Las manos del hombre se movieron delicadamente hasta que Kara pidió a gritos la satisfacción.
-¿Quieres que te haga el amor, Kara?
Ella asintió, apenas consciente.de lo que sucedía.
-Entonces, dilo. Dilo, Kara.
El vibrante tono de su voz la hizo recordar algo. Diablos, no, no le rogaría, antes moriría de frustración.
-Si me deseas, tómame -susurró-, pero nunca te lo pediré. ¡Nunca!
Cerró los ojos, pero podía adivinar que estaba muy enfadado.
-Entonces parece que hemos llegado a un punto muerto -señaló Aleko-. ¿Estás segura? -volvió a atormentarla acariciándole los pezones con los labios.
Kara no sabía cuánto tiempo podría soportar sin exigirle que terminara lo que había empezado. Tragó saliva y se humedeció los labios.
-¡Maldición, Aleko! Estoy segura.
Él hizo una mueca de disgusto.
-Tú te lo pierdes -se levantó con tranquilidad y se quedó contemplándola con ojos inexpresivos. En su rostro no había indicio de que el rechazo de Kara significara nada para él. Luego, con calma, comenzó a vestirse, mirándola de vez en cuando con expresión divertida.
Cuando terminó, recogió la ropa de ella y la arrojó sobre el sofá.
-Si quieres utilizar el baño, está allí -y se volvió para servirse una bebida.
Kara se duchó rápidamente. Se sentía cada vez peor y, cuando se reunió con él, no pudo mirarlo a los ojos. Se colocó junto a la puerta, esperándolo para salir. Aleko se acercó a ella y, cogiéndola por la barbilla la obligó a mirarlo.
-No pongas esa cara, preciosa, o mis padres sospecharán. Olvida todas las groserías que quisieras decirme y recuerda los buenos momentos que hemos pasado juntos. Y estaré dispuesto a... ofrecerte mis servicios antes de que vuelvas a Inglaterra... si sientes esa necesidad.
Kara alzó una mano para abofetearlo y borrar su desagradable sonrisa, pero él le sujetó la muñeca.
-No lo hagas -le advirtió con ira.
-Entonces no te burles de mí. Ya te he soportado bastante. ¡No esperes que vuelva a necesitarte!
El estado de ánimo de Aleko cambió una vez más con sorprendente rapidez. Sonrió.
-El cuerpo humano es veleidoso. Yo no estaría tan seguro si fuera tú.
-Me aseguraré. ¿Podemos irnos, por favor?
Con exagerada amabilidad, él abrió la puerta y caminaron juntos por el silencioso corredor. Kara suspiró con alivio cuando llegaron a la parte principal de la casa.
-No olvides fingir que te has divertido -la amenazó Aleko en voz baja antes de que llegaron junto a los demás. La chica asintió. Quería hacerlo por sí misma, por orgullo. Y cuando se reunieron con los padres de Aleko, no había en su rostro indicio alguno de la batalla que acababa de librar.
-Es una casa increíble -exclamó con emoción-. Tal como la imaginaba. Muchas gracias por permitirme verla -se volvió hacia su hermana-. ¿Cómo estás, Sharon? ¿Quieres irte a casa,
La muchacha asintió.
-¿Nos disculpan? -preguntó a sus anfitriones.
-Por supuesto -afirmó Sofía-, pero tenéis que prometernos que volveréis antes de regresar a Inglaterra.
Kara echó un vistazo a Aleko que escuchaba con rostro impasible.
-Son muy amables -contestó luego con tranquilidad-, pero no sé si tendré tiempo. Todavía hay muchas cosas que quiero hacer.
-Veré qué puedo hacer para convencerla -intervino Aleko, irónico.
Sofía pareció satisfecha.
-Hazlo, hijo. Ha sido una reunión muy agradable. Espero que te mejores, Sharon.
-Gracias -murmuró la chica.
-Nikolaos, por favor -continuó la señora-, dile a Spiros que traiga el coche.
Durante todo el trayecto a casa, Sharon guardó silencio, pero en cuanto bajó del automóvil, se volvió su hermana con furia.
-¿Sabías que Petros no estaría allí?
Kara no podía mentir.
-Aleko me lo insinuó.
-Entonces, ¿por qué te lo callaste? Si lo hubiera sabido, no habría ido -sacudió la cabeza, desesperada-. ¡Oh, Dios! -gimió-. ¿Sabías también lo de Katina? Por tu expresión pude darme cuenta de que no era noticia para ti. ¿Por qué no me lo dijiste?
Kara exhaló un suspiro.
-Baja la voz, Sharon, a menos que quieras que los Hythe salgan a ver qué pasa.
-¿Lo sabías? -insistió la chica.
Kara asintió de mala gana y la empujó hacia la casa.
-Pensé que lo mejor era callar -explicó.
-¿Querías que hiciera el ridículo?
-No, eso no -protestó-. Esperaba que Katina ya no fuera novia de Petros. No quise disgustarte sin necesidad.
-Me parece que el noviazgo continúa -replicó Sharon con vehemencia-. Novios desde la niñez, dijo su padre. Y esperan que cualquier día repiquen las campañas nupciales. Oh, ¿qué voy a hacer?
Rompió en sollozos angustiosos. Kara la abrazó y así estuvieron hasta que empezó a calmarse. Entonces le habló!
-No puedes hacer nada hasta que vuelva Petros. Aleko dice que fue a comprobar sus sentimientos hacia Katina. La amaba... hasta que tú apareciste. Ahora está confuso y necesita estar seguro antes de comprometerse.
Sharon volvió a llorar.
-¿Así que lo sabías? ¿Por qué mentiste? ¡Oh, Dios, ojalá estuviera muerta! ¡Si Petros no me hubiera salvado el otro día...!
Kara sintió miedo por el arrebato de su hermana.
-No lo sabía al principio -replicó rápidamente-. Aleko me lo contó cuando me enseñó la casa. Al parecer, fue idea de él que Petros fuera a ver a Katina.
-¡Si lo hubiera sabido! -repitió Sharon, sacudiendo la cabeza-. Todavía cree que miento para obligar a su hermano a casarse conmigo. Ojalá Petros me hubiera contado lo de Katina, ojalá alguien me lo hubiera dicho. ¿Por qué no lo hizo? Juró que me amaba, y yo le creí.
Kara tragó saliva.
-Hasta que vuelva, deberías tratar de mirar el lado bueno del asunto. Dijo que te amaba, ¿no? Pero es justo que le cuente la verdad a Katina.
Su propia experiencia con los hombres no le permitía abrigar muchas esperanzas. Maldito Greg, y también Aleko. La habían hecho sospechar de cualquier soltero. ¿Cómo podía convencer a su hermana, pensando así?
.95
-Si Petros... decide que ama a Katina... me iré contigo, Kara.
-¿Y le fallarías a los Hythe? Yo no tomaría esa decisión todavía. También hay que pensar en el niño. Podría influir en Petros a tu favor.
-No quiero que se case conmigo sólo por el niño -gritó Sharon.
-Lo sé -volvió a abrazarla-. Anda, vamos a entrar.
Por fortuna, Rosemary y Geoff ya se habían acostado, de modo que pudieron subir sin que les hicieran preguntas.
-¿Quieres que me quede contigo un rato? -preguntó Kara, preocupada por su hermana. Sharon estaba pálida y le temblaban tanto las piernas que apenas podía mantenerse de pie.
-Estoy bien -murmuró la joven.
-No lo parece. ¿Te traigo algo de beber?
-¡Oh, deja de preocuparte por pequeñeces! -gritó Sharon-. ¡Déjame en paz! -nuevas lágrimas volvieron a deslizarse por sus mejillas y se lanzó sobre la cama.
Kara le acarició el pelo.
-No te desesperes, por favor. Todo saldrá bien, estoy segura.
-No me consueles -su voz era hosca-. Vete. No quiero hablar contigo. No me has ayudado ni un poco.
De mala gana, Kara salió de la habitación. No había nada más que pudiera hacer.
A la mañana siguiente, Rosemary le preguntó si podría cuidar a los gemelos.
-Sharon no se siente muy bien. Dice que no me preocupe, pero yo creo que se encuentra mal desde hace algún tiempo.
-No creo que sea grave -dijo Kara en seguida-. Estaba perfectamente anoche -no le correspondía a ella hablarle a la señora Hythe de las condiciones en que se encontraba su hermana-. Iré a verla dentro de un momento. Y, por supuesto, cuidaré a los niños... será un placer. ¿En dónde están ahora?
--Jugando en su habitación -contestó Rosemary-. Ya les dije que tenían que guardar silencio y portarse muy bien. Por desgracia, debo trabajar toda la jornada durante un par de semanas; la secretaria de Aleko ha salido de vacaciones y tengo que sustituirla -sonrió-. No te imaginas qué alivio es tenerte aquí. Sé que estás de vacaciones y no te lo pediría si no fuera necesario, pero no me gustaría fallarle.
Rosemary nunca se tomaba la molestia de ocultar su admiración por Aleko. Kara se preguntó qué diría, si supiera cómo las trataba a ella y a Sharon.
-Y tienes que contarme después cómo lo pasasteis anoche -se puso una chaqueta y abrió la puerta de la casa-. Ahora tendrás que disculparme, se me hace tarde.
Kara supuso que Sharon se había quedado en la cama por tristeza, no porque estuviera enferma, y subió a verla con el corazón encogido.
-Sharon -la animó-, no puedes quedarte tirada aquí todo el día, sintiéndote desgraciada. Es mejor que te levantes y lo olvides. Ni siquiera sabes lo que va a hacer Petros. Al menos concédele el beneficio de la duda.
-No es eso -se defendió Sharon. En su mirada había reproche-. No me siento bien, de verdad, estoy enferma. Me duele todo el cuerpo y estoy demasiado débil para levantarme de la cama.
Kara se preocupó.
-Será mejor que llame a un médico.
-No, por favor, no.
-¿Por qué? ¿Por el bebé?
-Sí -suspiró-. No quiero que los Hythe se enteren todavía. Si... si Petros... si ya no me quiere... entonces me iré a casa y ellos nunca lo sabrán.
-Se disgustarán igual si los dejas de pronto y sin motivos.
-Yo les buscaré a alguien -dijo la chica, encogiéndose de hombros-. Hay una muchacha en el pueblo que estaría encantada de cuidar a los gemelos. A veces se reúne con nosotros cuando vamos a la playa.
Kara llegó a la conclusión de que su hermana tenía todas las respuestas.
-Y mientras tanto, ¿qué vamos a hacer contigo? ¿Tienes alguna idea de qué puede pasarte?
-Creo que es el virus que atacó a los gemelos... los síntomas son exactamente los mismos. Dos o tres días en cama y estaré bien.
-Espero que puedas convencer a Rosemary de eso. Está muy preocupada. Esta semana tiene que trabajar toda la jornada, ¿lo sabías?
-Oh, no. ¿Y qué pasa con Amanda y Damien?
-Me pidió que los cuidara.
-Pero no puedes pasar los últimos días aquí de esa manera.
-Por favor -la regañó Kara-, eso es lo de menos. Aunque es verdad que has escogido un mal momento para ponerte enferma.
El comentario gracioso no la animó en absoluto.
-Sí, solo faltaba esto -refunfuñó-. Al menos, cuando estoy trabajando, no tengo tiempo para preocuparme por Petros y el bebé. Ahora no tendré nada que hacer, si no estar acostada y pensar.
-Traeré a los gemelos para que te suban el ánimo.
-No, gracias. Tráeme mejor una aspirina y un zumo de naranja y luego déjame sola. ¡Me duele muchísimo la cabeza!
Amanda y Damien se portaron muy bien durante todo el día. Cuando volvió Rosemary se encargó de ellos hasta que llegó la hora de cenar y llevarlos a la cama.
-Me sentí tan culpable de dejarte cuidándolos -le dijo después a Kara-, que le conté a Aleko lo de Sharon y me dijo que mi deber era atender la casa -sonrió con tristeza-. Así que puedes disponer del resto de tus vacaciones.
-No tenías que hacer eso -protestó Kara, aunque en realidad sintió alivio.
-Al parecer hice un buen trabajo -agregó Rosemary-. Sharon cree que la atacó el mismo virus que afectó a los gemelos. En ese caso, pasará un día o dos antes de que se restablezca.
Esa noche, Aleko telefoneó.. Rosemary esbozó una sonrisa de complicidad al pasarle el auricular a Kara y luego salió de la habitación.
-Hola -saludó la chica con cautela. ¿Por qué había respondido? ¿Por qué no podía ser fuerte?
-Kara, tengo una proposición que hacerte.
Se sorprendió. ¿Qué clase de plan maquiavélico habría ideado?
-Lo que sea, no me interesa.
-Lo suponía -por el tono de su voz, parecía que sonreía-. Pasaré a buscarte dentro de quince minutos. Hablaremos de ello mientras comemos.
-¡Vaya! -replicó Kara-. No puedes... -pero no la escuchaba, había colgado.
¡Qué descaro tenía ese hombre! ¿Qué pretendía? Le habría gustado saberlo. ¿Pensaba proponerle que aprovecharan al máximo los últimos días que pasaría en Grecia?
¿O era algo más tortuoso que eso? Apretó los labios. Lo que fuera, estaría en guardia. Desde luego, no se repetiría lo de la noche anterior.
El automóvil de Aleko se detuvo ante la casa de los Hythe antes de que pasaran los quince minutos.
Kara abrió la puerta en el momento en que él iba a tocar el timbre.
-¥a estás lista... ¡qué bien! -sonrió-. No me gusta que me hagan esperar.
-No veo por qué tenemos que salir. ¿No podrías haber dicho lo que querías por teléfono?
Con pantalones vaqueros y camiseta, parecía un hombre muy distinto del de la noche anterior, aunque no menos atractivo.
-Podría haberlo hecho -dijo-, pero sé cuál habría sido tu respuesta.
-Lo más probable es que no. No quiero tener nada que ver con tus planes. Sería sólo para molestarme.
-Estás equivocada. Esta vez voy a pedirte un favor.
Ella frunció el ceño y no dijo nada.
-Hablaremos de ello en el camino -y la sacó de la casa tirándole del brazo.
Se sintió incómoda en el automóvil, sobre todo después del ridículo que había hecho la noche anterior. Se dedicó a mirar por la ventanilla ¿Un favor? No podía imaginárselo pidiendo favores a nadie.
También él permaneció en silencio mientras se dirigían a las montañas. Anochecía y tenía que conducir con cuidado por las difíciles curvas. Después, cuando la carretera mejoró la miró y sonrió. Kara contuvo el aliento.
-Me doy cuenta de que esto es un poco sorprendente -empezó-, pero quiero preguntarte si podrías trabajar para mí.
-¿Sorprendente? ¡Era increíble!
-¿Por qué? -preguntó-. ¿Cuál es el motivo oculto?
-Ninguno -se encogió de hombros-. Mi secretaria está de vacaciones y...
-Quieres que haga el trabajo que le pediste a Rosemary que hiciera, ¿verdad?
-Exacto. Ayer cometió tantos errores que estaré mejor sin ella. Y sé que ella prefiera cuidar a los niños ahora que Sharon está enferma.
-¡Trabajar para ti! -comentó Kara con amargura-. ¿Qué pretendes? ¿Asegurarte de que mis últimos días aquí sean un infierno?
-¿Tan mala opinión tienes de mí?
-La peor, como tú de mí.
-Hablo en serio, Kara. ¿Aceptarás?
Ella negó con firmeza.
-No.
-¿Por qué? Te pagaré bien.
-No lo haría aunque me ofrecieras el mejor de los sueños -dijo bruscamente-. Al menos en casa, puedo tomar el sol, pasear, nadar, o hacer lo que me dé la gana. Estar en una oficina es precisamente lo que hago en Inglaterra. ¿Es que no hay agencias de empleo a las que puedas acudir?
-En el continente, sí, pero llevaría tiempo y yo necesito ayuda de inmediato. El trabajo no puede esperar. Así como estamos, nos falta personal, y contaba con Rosemary. ¡Tu hermana escogió un momento inoportuno para ponerse enferma!
-¡Lo dices como si pensaras que lo hizo a propósito!
-No deseo entrar en una discusión acerca de tu hermana, aunque sea una coincidencia... su enfermedad. Supongo que no le agradó la noticia que recibió anoche.
-Tiene gripe -lo interrumpió-. Tan sencillo como eso.
-Ya veo -hizo una pausa y luego insistió-: pero volvamos a mi ofrecimiento. No veo razón seria para que no puedas trabajar conmigo un par de semanas.
-Oh, sí -se burló-, estoy segura de que a mi jefe le encantaría. Debo regresar a mi puesto el lunes por la mañana.
-Me pondré en contacto con él -dijo él con tono autoritario-. Dame su nombre y número telefónico.
-Mi respuesta sigue siendo no, y no deseo hablar más de esto.
-No me dejas alternativa -su voz sonó muy diferente, ensombrecida por la ira.
Kara se estremeció, pero levantó la cara y lo miró con valentía.
-¿Sin alternativa, señor Tranakas? Creí que vivíamos en un mundo libre. Yo soy la que elijo, como sabes bien, y si opto por no trabajar para ti, no puedes hacer nada.
-¿No? Déjame decirlo de esta manera: si continúas negándote, mañana a primera hora os echaré de la isla. Y me aseguraré de que Sharon no vuelva a ver a Petros.
-¿Aunque esté embarazada? -gritó Kara, sin poder creer que fuera tan cruel.
-¿Aunque, Kara? Pensé que estaba segura...
Lamentó su error.
-Bueno, ella está... quiero decir, tan segura como puede estar hasta que le hagan una prueba de embarazo.
-Cosa que debería haberse hecho antes de decir nada. Hablo en serio, Kara. Haya embarazo o no, las dos os largáis.
-¡Eres un cerdo! -no podía creer que hablara en serio. No le gustaba ver a su hermana deprimida. Ya había tenido bastante con lo de la noche anterior. Si la echaban sin darle la oportunidad de volver a hablar con Petros, sería el fin. Incluso podía suicidarse, ni siquiera estaba muy segura de que lo sucedido en el mar hubiera sido un accidente.
-Bueno, Kara, estoy esperando.
Lo miró con furia.
-Como dijiste, no tengo alternativa -respondió, rechinando los dientes-. Pero no esperes que sea amable contigo. ¡Porque deseo que te pudras en el infierno!
CAPÍTULO 9
ALEKO estuvo de un humor estupendo el resto de la tarde. Kara esperaba que la llevara de regreso cuanto antes, pero en vez de ello, fueron al restaurante donde habían comido un día.
Stin iyia sos -alzó el vaso hacía ella en un brindis griego.
Kara lo fulminó con la mirada y luego bajó los ojos. Le pareció tan contento y satisfecho de sí mismo que le dieron ganas de arrojarle el vino a la cara.
Aleko la observó un momento en silencio.
-¿Cuándo dejarás de tratarme con frialdad? -preguntó después.
-Cuando te pierda de vista -respondió secamente-. No va a ser divertido trabajar para ti, te lo digo desde ahora.
-No se pretende que sea... divertido, hay demasiadas cosas que hacer. Pero en tu tiempo libre, ¿acaso seguirás representando esta... ridicula comedia?
Ella le mantuvo la mirada.
-¿Todavía piensas que deberíamos hacer el amor... cuando tengamos la oportunidad? ¡Por Dios, Aleko, me das asco! ¿Sólo piensas en eso?
-Cuando estás cerca, sí -confesó, sonriente.
-Entonces será un placer para mí verte sufrir. Porque si me pones un dedo encima, gritaré que me quieres violar -él alzó las cejas-. Si tienes alguna duda, inténtalo -lo desafió.
-Oh, lo haré, ten la seguridad. Pero no aquí, ni por ahora.
Así que esperaría hasta que estuvieran fuera del alcance del oído de otras personas... ¡como en el trayecto de regreso a casa! Y no tenía manera de evitarlo. Sin embargo, ¡pelearía! ¡No volvería a tocarla!
Yanni les llevó la langosta que Aleko había pedido.
-Espero que les guste esto -dijo, colocando el plato ante ellos.
Y, en efecto, resultó delicioso. Cuando terminaron de cenar, Yanni se puso una camisa roja y bailó para ellos la música griega de fondo. Fue un espectáculo bonito y Kara olvidó casi la manera en que Aleko la había hecho chantaje.
Durante el camino a casa, reclinó su asiento y cerró los ojos. Se sentía agradablemente mareada, pues Yanni la había llenado el vaso de vino varias veces. Aleko cantaba suavemente en griego, arrullándola. Se quedó dormida. Él la despertó cuando llegaron a casa de los Hythe. Desconcertada, descubrió que tenía la cabeza apoyada en su hombro y se enderezó rápidamente.
-No pasa nada -dijo él, sonriente-. No te he tocado. Prefiero que mi pareja despierte cuando le estoy haciendo el amor.
Kara lanzó una maldición en voz baja y salió con dificultad del vehículo. El aire fresco le sentó bien.
-No necesito que me acompañes hasta la casa -dijo con aspereza al ver que Aleko se ponía a su lado.
Pero él hizo caso omiso de su protesta.
-Vendré por ti mañana a las ocho y media -anunció mientras Kara abría la puerta.
-¿Por qué? ¿No confías en mí? Puedo pedirle a Geoff que me lleve.
La miró con intensidad unos segundos antes de encogerse de hombros.
-Como quieras. Kalinikta, Kara. No llegues tarde.
Resistiéndose al deseo de darle una patada, la chica cerró la puerta y de puntillas subió al piso superior. Se asomó a la habitación de su hermana y vio complacida, que estaba dormida y que parecía más tranquila.
A la mañana siguiente, el reloj despertador la sacó de un confuso sueño. Se sentía preocupada e intranquila. Soñó que se ahogaba en el mar porque estaba ebria, y que Greg la miraba desde una cama con su amante. En ese momentos, Kara se daba cuenta de que había perdido el anillo de bodas y no lo encontraba por ninguna parte.
Se levantó y, dando traspiés, se metió en el baño. Al salir se sintió mejor, pero todavía aprensiva, y comprendió que era porque ese día iba a comenzar a trabajar para Aleko. La idea la desalentaba.
Sharon seguía acostada y se encontraba demasiado débil para levantarse. Cuando Kara le dio la noticia se enfadó.
-¿Cómo has podido? Pensé que incluso te disgustaba verlo.
-Sí. Todavía... a veces -no se atrevió a contarle que Aleko la había chantajeado.
-Me parece que estás cometiendo un grave error -insistió su hermana y luego cambió de tema por completo-. ¿Ha vuelto Petros?
-Me parece que no.
Exhaló un suspiró y se volvió hacia el otro lado.
-Será mejor que te vayas, a Su Señoría no le gustará que lo hagas esperar.
Kara refunfuñó en silencio. ¡Qué difícil era!
-Estoy segura de que todo saldrá bien. Ya lo verás.
-Aleko te tiene donde quieres estar, ¿verdad?
La alarmó la ira que advirtió en los ojos de su hermana.
-¿Qué quieres decir?
-No te importa lo que me ha hecho, con tal de divertirte.
-Eso no es cierto -protestó de inmediato, con un nudo en la garganta-. Él no obligó a Petros a ir a ver a Katina... sólo se lo sugirió.
-Lo hizo de tal manera que Petros no pudo negarse. Y el hecho de que no haya venido me dice lo que necesitaba saber. Todo terminó entre nosotros.
-Te estás poniendo melodramática porque no te sientes bien. Lo lamento, pero no quiero seguir la discusión. Hablaremos esta noche. Quizá Petros haya regresado para entonces -salió de la habitación muy abatida.
El día resultó un infierno. Aleko era duro, autoritario y esperaba demasiado de ella. Había que elaborar listas de los principales comerciantes del Reino Unido y meterlas en el ordenador; redactar cartas de presentación para que fueran aprobadas, confirmar la asistencia de Aleko a un festival de vinos en Birmingham, preparar un catálogo de los productos que exhibiría...
Había suficiente trabajo para mantenerla ocupada durante semanas, así que al final de la jornada se sentía irritada y agotada. Ni siquiera el hecho de que Aleko tuviera que ir a Atenas mejoró su humor.
Los tres días siguientes se ajustaron a la misma rutina, de modo que cada noche, cuando llegaba a casa, Kara estaba exhausta. Dormía mejor que nunca a pesar de que Sharon seguía preocupándola, pues no parecía mejorar en absoluto. Apenas comía y se mostraba irascible con todo el mundo, incluso con los gemelos. Ya no se debía a la gripe, Kara estaba segura, sino a que tenía roto el corazón por Petros.
-No puedes seguir así -le dijo una noche al verla aún más triste que de costumbre-. No eres justa con Rosemary. Ha tomado vacaciones por tu culpa... aunque le apetecía trabajar para Aleko. ¿Qué crees que dirá si descubre que en realidad no estás enferma y que todo lo que haces es consumirte de dolor por un hombre que...?
-Que ya no me quiere -estalló la chica-. Vamos, dilo. Oh, diablos, ¿por qué dejé que sucediera? He hecho el ridículo, ¿verdad? Ya no puedo quedarme aquí, Kara, no puedo. Lo siento por los Hythe, pero me moriría si me quedara más tiempo. ¿Y si me encontrara con Petros? ¿Qué podría decirle? ¿Qué haría? Está claro que todo ha terminado, que él prefiera a Katina. ¡Ojalá me muriera!
-Por favor, Sharon. No te angusties así.
Se sentó en el borde de la cama y abrazó a su hermana, que estaba pálida. Tenía que hacer algo al respecto. No podía permitir que continuara igual.
-No me comprendes-gimió Sharon-. ¡Vete y déjame en paz!
Kara lo entendía muy bien. ¿No se había hecho añicos su mundo cuando descubrió que Greg la engañaba?
-Estás cometiendo un grave error al dejarte hundir -le advirtió a su hermana con amabilidad-. Vamos, Sharon, levántate y date un baño, Después saldremos. Está fresco el día, casi como en Inglaterra.
Pero la muchacha rechazó tanto sus brazos como sus buenas intenciones.
-No voy a escucharte, Kara... vete y déjame en paz. Cuando me levante de esta cama, será para tomar un avión que me lleve a casa. Si quieres hacerme un favor, resérvame un billete.
Kara movió la cabeza con pesar. Tal vez, después de todo, regresar a Inglaterra era lo mejor que podía hacer su hermana. Parecía realmente que Petros no tenía intenciones de volver.
Se llevó una sorpresa cuando apareció en su despacho a la mañana siguiente.
-Háblame de Sharon, ¿está bien? -preguntó con ansiedad.
Kara lo miró y advirtió miedo en sus ojos y tristeza en su rostro, pero no se sintió conmovida.
-No exactamente -respondió.
-Ojalá hubieras estado en contacto conmigo. Habría regresado de inmediato. No sabía que estaba enferma -parecía querer culparla.
-Mi hermana busca algo más que tu compasión.
-Ayer la llamé por teléfono, pero no quiso hablar conmigo -afirmó, preocupado-. Por favor, dime qué pasa. ¿Se trata del niño? -se retorcía las manos con desesperación.
-No -contestó Kara, sorprendida de saber que él había intentado ponerse en contacto con Sharon-. El embarazo no tiene nada que ver con esto.
-Entonces, ¿qué?
-Primero fue la gripe, pero ahora... -hizo una pausa y le lanzó una mirada llena de reproche-. Creo que se está consumiendo de dolor, ¿quién puede culparla? ¡Te vas sin decirle nada! Sé que Aleko te obligó, pero aun así podías haberle dado a Sharon alguna explicación... aunque no fuera toda la verdad.
-Lo siento -murmuró, y de pronto una sonrisa iluminó su rostro-. Me alegro de saber que Sharon está bien. Quería contarle lo de Katina. Yo...
¿Katina? Kara entrecerró los ojos, alarmada. No tenía que oírlo... sabía lo que Petros iba a decir... estaba escrito en su rostro. Pobre Sharon, sus temores estaban a punto de convertirse en realidad.
-He hablado mucho con Katina -decía él-, y yo...
-¡Petros! Al fin te encuentro -lo interrumpió la voz de Aleko-. ¿Qué pasa con el trabajo? Puedes hablar con ella después... si es que es algo importante -miró con desdén a Kara-. No creo que tengas tiempo para sostener una conversación ociosa.
-No era ociosa... -comenzó a decir, pero Aleko la interrumpió levantando la mano en ademán imperativo.
-Sea lo que sea, no es el momento ni el lugar. A los dos se os paga para que trabajéis, no para que charléis.
Resentido, Petros se marchó sin decir nada.
-No llevaba aquí más de un minuto -le reprochó Kara a su jefe-. No tenías derecho a interrumpirlo.
-¡Silencio! Quiero que mecanografíes esto antes de la comida -arrojó una hoja de papel sobre el escritorio y a grandes pasos regresó hacia la puerta. Se volvió en el último momento-. Por cierto, estás invitada una vez más a la villa para cenar esta noche -anunció.
Kara arqueó las cejas.
-Esta vez fue idea de Sofía, no mía -respondió él a la pregunta no formulada.
-¿Sharon también está invitada?
-Naturalmente.
Pero su hermana no iba a querer ir, y a ella también le habría gustado encontrar algún pretexto para librarse del compromiso. El problema era que, en realidad, le caía bien Sofía y no quería desilusionarla.
Para su asombro, cuando llegó a casa encontró a Sharon junto a la piscina, viendo a Rosemary y a los gemelos nadar.
-¡Qué maravillosa sorpresa! -exclamó, sentándose junto a su hermana-. Me alegro de que te sientas mejor.
-No me siento mejor -aclaró Sharon bruscamente. Pero se había lavado el pelo y tenía buen aspecto.
-No me dijiste que Petros te hubiera telefoneado. ¿Por qué no quisiste hablar con él?
-¿Qué quedaba por decir? -apretó los labios-. Está todo muy claro. No lleva tanto tiempo tomar una decisión acerca de alguien.
-Fue a verme esta mañana. Estaba muy... preocupado por ti.
-¡Ya lo creo! Tan preocupado como para alejarse durante casi una semana. Ya le dije a Rosemary que me voy.
Kara refunfuñó en silencio. Era realmente el fin.
-¿Le dijiste por qué? -preguntó.
Sharon negó con la cabeza.
-¿No crees que deberías haberlo hecho?
-No es asunto tuyo, de ninguno de vosotros. ¿Por qué no me dejas en paz?
Kara suspiró; su hermana se mostraba cada vez menos razonable. Tal vez estuviera bien que regresara a casa.
-Hemos sido invitadas a casa de los Tranakas para cenar esta noche -dijo en voz baja.
Sharon se volvió. En su rostro había dolor, ira y derrota.
-No, muchas gracias. No quiero ver a Petros. Estoy harta de él. Dile que se aleje de mi vida.
-Quizá eso no sea tan fácil. Será el padre del niño.
-Perdió todos sus derechos al regresar con Katina. El bebé será mío... ¡mío, mío, mío! -gritó y Rosemary miró hacia ellas.
Kara trató de tranquilizarla sonriendo, pero Sharon se levantó bruscamente.
-Me voy a mi cuarto -gruñó.
Fue a buscarla poco después, pero se había encerrado con llave y no quiso abrirle. Entonces se metió en su propia habitación y permaneció en la cama, escuchando a los niños gritar en el jardín. Solo salió par ayudar a Rosemary a acostarlos.
-Siento que Sharon haya decidido irse -dijo-. Espero que no te ocasiones demasiados problemas.
Rosemary se encogió de hombros.
-Me di cuenta hace algún tiempo de que no estaba contenta. No me sorprendió del todo. Supongo que echa de menos a su familia y a sus amigos.
-¿Encontrarás a alguien para sustituirla?
-Si no encuentro a nadie los cuidaré yo misma -respondió Rosemary, sonriendo-. ¿No es eso lo que deben de hacer todas las buenas madres? Hay una muchacha en el pueblo que querría ayudarme, aunque no podré confiar en ella tanto como en Sharon. Tu hermana es muy buena con los niños. Cualquier días de estos se convertirá en una buena madre.
Kara se sobresaltó, pero se trataba de un comentario inocente.
-Y ahora te sugiero que vayas a prepararte. Parece que has impresionado a la familia Tranakas. Y me alegro por ti, tenía miedo de que no disfrutaras tus vacaciones. Esta isla es demasiado tranquila.
¿Tranquila? ¡Qué gracioso! Ella no había encontrado un momento de quietud desde su llegada.
Como en la ocasión anterior, enviaron un automóvil a buscarla y llegó a la villa de los Tranakas a las ocho. La condujeron hasta el jardín posterior de la casa. Había mucha gente.
Se encontraban allí Sofía y Nikolaos, sus dos hijos y, para su asombro, Katina. El corazón dejó de latirle un momento. ¿Qué estaba pasando? También vio al padre de Katina acompañado de una atractiva mujer que debía ser su esposa.
Aleko se puso de pie para recibirla. Le tomó la mano y, galantemente, se la besó. Sus ojos oscuros la observaban con atención.
-Bienvenida, Kara. Veo que vienes sola...
-Es mejor así -dijo ella en voz baja-. Es toda una reunión, ¿no?
Él sonrió desagradablemente.
-Habría sido más divertida si hubiese venido tu hermana.
-¡Eres un cerdo!
-El gusto es mío -se burló y cogiéndola del brazo, la condujo hacia los demás.
La saludaron con sincera amabilidad.
-¿Sharon no se encuentra bien todavía? -preguntó Sofía-. Sentí mucho su enfermedad.
-Está mucho mejor, pero aún débil -contestó Kara-. Va a regresar a casa.
Petros volvió la cabeza de inmediato y, aunque no lo miraba, la joven sabía que tenía la vista en ella. Esperaba que se sintiera tan mal como merecía.
Nikolaos le sirvió una copa-de vino y Kara se sentó junto a Katina. Era la única silla libre.
Katina, por su parte, pareció contenta de volver a verla.
-Hola, Kara. Creí que habías regresado a Inglaterra...
-No, todavía no -coatestó, afable-. Aleko estaba escaso de personal y me pidió que trabajara un poco para él... así que aquí estoy aún.
-¡Qué suerte! ¿O es terrible? He oído que es un tirano en la oficina.
Kara se encogió de hombros.
-No es de trato fácil, pero trabajar con él es diferente de aquello a lo que estoy acostumbrada. En realidad, me divierto bastante.
-No dejes que te oiga decir eso, o intentará que trabajes para él siempre -bromeó la joven-. No conoces a mi madre, ¿verdad? Mamá, ella es Kara, de quien te hablé. Kara, ella es mi madre, Phrosini.
Phrosini Tranakas se parecía a su hija. Era una mujer alta y de aspecto distinguido. Le tendió la mano.
-Siento no haberla visto el otro día. Si dispone de tiempo, tiene que ir a vernos otra vez.
Kara murmuró algo que no la comprometía, dijo algunas palabras a Thimios y luego se sentó y comenzó a beber el vino que le habían servido.
Se dio cuenta de la manera en que Katina miraba a Petros y se alegró de que Sharon no la hubiera acompañado esa noche.
Entonces, de pronto, la joven griega dijo:
-Tengo que admitir que me dolió cuando Petros me dijo que amaba a tu hermana.
Kara abrió los ojos con asombro. La muchacha ni siquiera parecía molesta.
-Comprendo ahora que no era amor lo que sentía por él, no la clase de sentimiento que existe entre dos personas que quieren casarse. Lo quiero como a un hermano, y Petros igual. Espero que él y Sharon sean muy felices. Está muy desilusionado porque ella no haya venido esta noche; yo también. Me gustaría conocer a la muchacha que robó el corazón de mi Petros.
CAPÍTULO 10
KARA continuó mirando a Katina. Era increíble, de verdad increíble. Era la mejor noticia que podían darle.
-Pero yo pensé... que tú y Petros... ibais a casaros -dijo, tartamudeando.
-Fueron sueños absurdos, algo que yo daba por sentado -sonrió-. Quiero mucho a Petros, sí, pero de manera distinta. Él no enciende mi corazón. Es mi mejor amigo, pero eso es todo. Ahora lo comprendo.
Aleko las observaba. ¿Sabía de qué hablaban? Su expresión era enigmática, pero parecía leer sus pensamientos. ¿Por qué el destino era tan cruel? ¿Por qué se sentía atraída hacia un hombre que le había amargado la vida? Volvió a mirar a la joven griega.
-No sé si decir que estoy contenta o triste por ti -le dijo.
-Por favor, alégrate. Me voy a Roma el mes próximo a comenzar un nuevo trabajo. Supongo que veré menos a Petros y a Aleko, pero viviré con mi tía y me enteraré de todas las noticias.
En ese momento, Sofía se levantó y anunció que era hora de cenar. Entraron en la casa de dos en dos, Thimios apoyándose en el brazo de su esposa y Aleko acompañando a Kara.
-¿De qué hablabais mi sobrina y tú con tanto interés? -preguntó, poniéndole un brazo sobre los hombros con naturalidad.
-¡Como si no lo supiera!
-¿De Petros?
Asintió esperando que él no se diera cuenta de cómo reaccionaba ante su cercanía.
-¿Te dijo que ya no son amantes?
-No creo que lo fueran nunca -respondió con frialdad.
-¿Y ahora esperas que Petros y tu hermana se casen?
-Naturalmente.
-No quiero que obliguen a mi hermano a aceptar un matrimonio para el que no está preparado.
Lo miró a los ojos.
-No creo que Petros se case con mi hermana contra su voluntad. La llamó ayer. No lo habría hecho si no estuviese interesado.
Aleko entrecerró los ojos.
-¿Le habló a Sharon acerca de Katina?
Kara movió la cabeza, con los labios apretados.
-Ella no quiso hablar con él.
-¡Me alegro! -Kara apenas pudo creer que hubiera dicho esas palabras y sintió alivio al ver que habían llegado al comedor.
Sin embargo, su alivio duró poco cuando se encontró sentada entre Aleko y Petros. Le habría gustado hablar con este último a solas, y sabía que él quería hablar con ella, pero allí era imposible hacerlo sin que Aleko escuchara.
No obstante, la reunión resultaba agradable. Los Tranakas eran magníficos anfitriones y no le permitieron sentirse una extraña entre ellos.
No tuvo oportunidad de hablar con Petros hasta que pasaron al salón a tomar café. Había dos sillas un poco apartadas del resto y, como si los uniera un mismo pensamiento, fueron a sentarse allí. El resto de la familia estaba tan ocupado hablando de un nuevo vino, que no necesitaron bajar la voz.
-Katina me habló... de ti y ella -dijo Kara-. No tienes idea de lo contenta que estoy. Esta mañana pensé que tratabas de decirme que ibas a casarte con tu sobrina.
Él pareció ofendido.
-Es a tu hermana a quien amo -confirmó-. Katina y yo hemos descubierto que lo que sentimos mutuamente no es más que amistad. Y estoy seguro de que nuestros padres no desearían que nos casáramos en esas circunstancias. Esperaba que Sharon viniera esta noche, pues deseaba hablarles a mis padres de nosotros -alzó la barbilla con orgullo-. Tendremos un hermoso hijo.
-¿No se enfadarán?
-Se sentirán desilusionados en cuanto a Katina, desde luego.
Esperaban que nos casáramos. Y lo del embarazo será una conmoción, pero siempre y cuando les asegure que amo a Sharon y ella a mí, no creo que se disgusten.
-Espero que no, por vosotros dos.
-Aleko sospecha de todo el mundo. No puedo culparlo por actuar así, pero ya le he dicho lo mucho que amo a tu hermana, así que creo que no se opondrá más.
Kara se pregunto cuándo se lo habría dicho. Tal vez esa misma noche, pues de otro modo Aleko nunca las habría invitado a la reunión. Sonrió para sí misma. ¡Sin duda Petros le había echado a perder la fiesta!
-¿Quieres decirle a Sharon que iré a visitarla mañana por la noche? -le pidió el muchacho-. Ojalá no tuviera que esperar tanto, pero debo ir a trabajar. No quiero que el jefe se enfade -sonrió.
-Sí, se lo diré -le aseguró la chica-. Tienes suerte... unos días más, y ella habría regresado a Inglaterra.
-¿Eso le hice? No fue mi propósito, pero tenía que tomar una decisión. No era justo para Katina.
-¿Son tus opiniones o las de tu hermano?
-¿Qué importa? -parecía sorprendido.
Kara supuso que nada, pero pensaba que Aleko se metía en la vida de Petros más de lo que era necesario.
Echó un vistazo hacia el otro lado del salón y de nuevo advirtió que Aleko tenía la vista clavada en ella. Apretó los dientes y apartó la mirada, deseando no haberlo conocido nunca. Él, entonces se acercó a ellos. Katina hizo lo mismo. Susurró algo al oído de Petros y ambos se fueron.
Kara se quedó sola con Aleko.
-Así que todo está solucionado -comentó el hombre-. Todo lo que tienes que hacer es decirle a tu hermana que Petros está libre y que pronto escucharemos las campanas nupciales. Oh, Dios, espero que sepa lo que hace.
-¿Qué significa eso? ¿Acaso crees todavía que Sharon miente?
Al alzar la voz, descubrió que Sofía la miraba. Haciendo un esfuerzo, sonrió y trató de fingir que mantenían una conversación amistosa.
-Tal vez te interese saber que Sharon sufre mucho por Petros -masculló-. Estaba tan enloquecida por lo de Katina que me pidió que le reservara un vuelo de vuelta a Inglaterra.
-Quizá estaba equivocado -parecía impresionado.
-¡Sabes perfectamente que lo estabas! -rexclamó ella-. No todas somos aventureras.
-Me parece que deberíamos salir para continuar esta conversación -opinó-, a menos que no te importe que todo el mundo escuche...
Ella alzó la vista y descubrió que eran el centro de atención. Sonrojándose, se levantó de inmediato.
-Perdón -dijo a todos-, me parece que ya es hora de que me vaya. Gracias por todo, Sofía y Nikolaos. Ha sido una cena muy agradable.
Luego se volvió hacia Thimios y su esposa.
-Ha sido un placer conocerla, Phrosini, y volver a verlo, Thimios. Adiós, Katina. Buena suerte en tu nuevo empleo -le sonrió a Petros-. Haré llegar tu mensaje.
Sin siquiera mirar a Aleko, salió del salón. Él la siguió y, en vez de permitirle salir de la casa, la tomó del brazo y la guió por el pasillo que conducía a sus propias habitaciones.
-¡No, Aleko, no! ¡Suéltame por favor! No tenemos nada más que decirnos.
-¿Ya te dije lo hermosa que estás cuando te enfadas? -sonrió imperturbable-. Tus ojos brillan como zafiros y me pareces más deseable que nunca.
-Me importa un bledo, ¡no quiero que me metas ahí! -alzó la voz al llegar a la puerta. Sabía lo fácil que sería claudicar.
-¿No estábamos hablando de tu hermana? -el rostro de Aleko era la imagen de la inocencia.
-Habías terminado -contestó ella con acritud.
Él metió la llave en la cerradura.
-He tenido algunos días ajetreados, Kara, necesito relajarme, ¿y qué mejor que en compañía de una hermosa mujer?
-Vete al diablo. Yo no estoy dispuesta.
Sonrió y abrió la puerta de un empujón.
-No te obligaré a hacer nada que no quieras. ¿No te lo he dicho ya muchas veces? -la hizo sentarse en la habitación fresca y agradable-. ¿Puedo ofrecerte algo de beber?
-Tomaré café -contestó. Hasta que él fue a la cocina, no desapareció un poco la tensión que ella sentía. Exhaló un suspiro, se reclinó en el asiento y cerró los ojos. Cuando los abrió, la cafetera se encontraba sobre la mesa y Aleko estaba sentado, observándola.
Algo le ocurrió cuando descubrió la mirada llena de sensualidad de él, y por un segundo, lo deseó con una intensidad que la asustó. Entonces se enderezó en la silla.
-Perdóname -ahogó un bostezo.
-Es culpa mía, por hacerte trabajar tanto que te quedas dormida en cualquier lado. ¿Estás muy cansada? ¿Quieres que te lleve a casa?
Sabía bien que debería decir que sí, que más tarde lamentaría haberse quedado, pero había ido creciendo un calor dentro de ella que le impedía marcharse.
-Me quedaré un rato -dijo con tranquilidad.
Él pareció satisfecho. Con ojos cálidos, la miró primero a la cara y luego al cuerpo, deteniéndose por un momento en los senos.
Kara sintió que se excitaba casi como si la estuviera tocando. El vestido que llevaba dejaba al descubierto la mitad de sus muslos, y ya era demasiado tarde para cubrírselos. Soportó la mirada de Aleko.
-¿Qué pasa con ese café? -preguntó luego con voz ronca. Necesitaba romper los hilos que los estaban uniendo; si no lo hacía, la atraparía con la misma facilidad que una araña a una mosca.
-Lo siento -dijo él con voz profunda, e incluso cuando se inclinó hacia adelante para coger la cafetera siguió mirándola.
Kara se sentía como si estuviera hipnotizada y no pudiese moverse.
Entonces él bajó la vista para servir el café y ella aprovechó para tirar del vestido y cubrirse las piernas.
-¿Por qué has hecho eso?
Volvió a mirarla a los ojos.
-La falda se estaba arrugando -se encogió de hombros.
Aleko sonrió.
-Estás haciendo un gran esfuerzo para no permitir que haya una mejor comunicación entre nosotros, ¿verdad?
La chica asintió, resignada.
-¿Por qué?
-Porque siempre que estamos solos, sólo piensas en el sexo.
Él asintió.
-¿Puedo evitar que me excites? Y tú, ¿qué sientes? ¿Tu cuerpo responde al mío, como yo al tuyo? ¿No estabas tan ansiosa como yo de librarte de toda esa gente? No te digo que hagamos el amor, Kara, aunque sólo Dios sabe cuánto lo necesito. Sólo quiero estar contigo, mirarte.
-Sabes que mi cuerpo responde -susurró ella.
-Me alegro -le pasó una taza de café.
Kara estaba segura de que no fue accidental que sus dedos la tocaran cuando recibió la bebida.
-¿En qué piensas, ágape mou? -preguntó él.
Lo miró a los ojos.
-Me pregunto qué es lo que buscas.
-¿Tengo que buscar necesariamente algo?
Ella asintió.
-No puedo creer que un día me condenes y el otro me aceptes.
-¿Crees que sólo busco tu cuerpo?
-Volvió a asentir.
-No habrías tratado primero de acortar mis vacaciones, y luego extenderlas si no hubieras tenido un motivo oculto.
-¿Cambiará alguna vez tu opinión sobre el sexo masculino? ¿Cuánto tiempo hace que murió tu esposo?
-Dos años.
Él levantó las cejas.
-¿Tanto? No lo sabía. Desde luego, ha pasado suficiente tiempo para que te hubieras recuperado de tu pérdida. No todos los hombres son iguales, te lo puedo asegurar. Yo nunca, nunca, le sería infiel a la mujer con quien me casara. Me parece que ya te lo dije una vez, ¿no?
Ella lo miró con burla.
-No estoy hablando de matrimonio, sino de deseo carnal... lujuria... llámale como quieras. Eso es todo lo que buscas, y no trates de negarlo -alzó la voz-. Me has deseado desde que nos conocimos. Me das asco, ¿sabes? ¡Eso es todo lo que quieres! Tenía razón cuando dije al principio que eras como mi esposo.
Los ojos de Aleko se volvieron amenazadores y apretó los puños como si quisiera golpearla.
-Siento que pienses eso de mí. Tómate el café y te llevaré a casa.
La chica lamentó su arrebato.
-Lo siento, no hablaba en serio. Te ofrezco disculpas. Sé que nunca llevarías nuestra relación a ese nivel -hacer el amor con Aleko había sido una hermosa experiencia.
Él la miró fijamente.
-Puedo perdonarte, pero no olvidarlo. Sin duda tienes muy mala opinión de mí. Tal vez me lo merezco... no lo sé -terminó de beber su taza, la puso en la mesa y luego caminó hacia la ventana.
Kara quiso seguirlo y abrazarlo, pero, ¿de qué serviría? Él la tomaría con ira o la rechazaría y no deseaba ninguna de las dos cosas. Quería que fuera tierno, que la amara como ella a él.
Aleko se volvió y la miró con dureza.
-Entonces, ¿qué quieres hacer? -preguntó.
Su voz áspera no le dejó alternativa.
-Me parece que debería irme -dijo, levantándose y recogiendo su bolso.
-Como quieras -la acompañó hasta la puerta. Kara comprendió que el amor que sentía por él la hacía sufrir.
-Aleko... -se volvió y quedaron frente a frente.
-¿Sí? -su rostro tenía una expresión implacable. Nada de lo que pudiera decir cambiaría las cosas. Había herido profundamente su orgullo.
-Nada -respondió. Apretó los labios y salió de la habitación. Lo mejor que podía hacer era volar a Inglaterra lo antes posible y olvidar.
Ninguno de los dos habló hasta que llegaron al automóvil. Kara se estremecía y se preguntó si le sería fácil olvidarlo. La había impresionado, amado y lastimado. Había sido amable y cruel. Y, a pesar de todo, le había robado el corazón.
-¿Cuánto tiempo pasará -dijo él, interrumpiendo sus pensamientos- hasta que Rosemary pueda regresar al trabajo? Me imagino que ahora Sharon se recuperará milagrosamente...
El tono despectivo la irritó profundamente.
-Mi hermana ya se siente mucho menos -anunció-. Pero si eso te importa, insistiré en que Rosemary vuelva mañana. No será difícil convencerla; para ella eres perfecto.
La miró con el ceño fruncido.
-No quiere decir que no ame a su esposo -se apresuró a añadir-, simplemente te ve como una figura divina, un ser sobrehumano. ¡No sabe nada de ti!
Sus palabras parecieron divertirlo, pues sonrió. «Un típico macho», pensó ella con rabia. «Halaga su vanidad y todo lo demás quedará en el olvido; pero atácalo y ¡tendrás que pagarlo!»
El viaje hasta la casa de los Hythe le pareció interminable, pero al fin llegaron. Había oscurecido por completo y sólo una luna plateada iluminaba el paisaje. Aleko se volvió hacia ella.
-Siento que haya terminado así.
Kara se puso rígida y algo se rompió en su corazón.
-¿Lo sientes? -replicó con furia-. ¿Ya olvidaste que nos llamaste a mí y a mi hermana aventureras? Porque si tu no lo recuerdas, yo sí. Me insultaste mucho más que yo a ti. Por primera vez desde que murió Greg -continuó-, comenzaba a creer que tal vez la vida era digna de vivirse, que quizá era injusta al pensar que todos los hombres eran iguales. Pero ya no. No me arrepiento de lo que dije, repito cada palabra, y me alegro... me alegro, ¿me oyes?, porque no volveré a verte. ¡Adiós, señor Tranakas!
Bajó del coche y entró corriendo en la casa. Necesitaba recluirse en su habitación y soltar el llanto. Se encontró con su hermana en lo alto de la escalera y trató de empujarla a un lado.
-Kara, por favor, no te vayas -la rogó Sharon-. Tengo algo que decirte.
Suspiró, impaciente, pero se detuvo y miró a su hermana.
-Lo siento, estoy un poco molesta en este momento. ¿Qué pasa? Al menos tienes mejor aspecto, supongo que se trata de algo por lo que hay que alegrarse.
-Nunca lo adivinarías -sonrió, feliz-. Después de todo, no estoy embarazada. ¡Era una falsa alarma!
CAPÍTULO 11
SHARÓN no estaba embarazada! Era una noticia tan buena que se olvidó de Aleko. -¡Es maravilloso! Oh, Sharon, debes sentir tanto alivio, ¿no?
-Al menos no tendré un recuerdo permanente de Petros. Nunca pensé que él se acobardara de esa manera. Tenías razón cuando decías que no se debía confiar en los hombres -sus ojos azules echaban, fuego- ¡Los odio! ¡No voy a volver a salir con ninguno!
Kara sonrió feliz.
-Espera a oír lo que tengo que decirte, tú...
-No quiero oír nada-gritó Sharon-. Petros puede casarse con Katina con la conciencia tranquila... ¡me libré de él!
-Sharon, ¿quieres escucharme? -la sacudió suavemente-. Petros no se va a casar con Katina.
La muchacha abrió mucho los ojos, como si comprendiera del todo.
-Estuvieron hablando y llegaron a la conclusión de que lo que sienten es sólo amor fraternal. Katina tiene un nuevo empleo en Roma y Petros quiere casarse contigo.
-¿Te lo dijo él? -Kara asintió y Sharon se quedó paralizada, asimilando la noticia. De pronto abrazo a su hermana y saltó por toda la habitación, incapaz de permanecer quieta. Por último, se puso seria otra vez-. Tal vez él lo hace sólo por el niño. Cuando sepa que no estoy embarazada no querrá saber de mí.
-No lo creo -tenía que tranquilizarla, aunque la idea le había pasado por la cabeza-. Creo que se ha dado cuenta de lo mucho que te ama.
-¡Yo también lo amo! -suspiró la jovencita.
-Vendrá a verte mañana por la noche. Se entristeció mucho cuando te negaste a hablar con él por teléfono.
-¡Se lo tiene bien merecido! -sonreía, sin embargo-. No debía haberse ido sin decírmelo. ¡Cómo me dolió! Lloré muchísimo.
-Lo sé -dijo Kara en voz baja-. Sé lo que se siente cuando el hombre al que amas te falla.
-Supongo que Greg te hirió todavía más -Sharon dijo con tristeza-. He sido muy egoísta estos últimos días. Lo siento.
-No importa -la abrazó-. Ya lo he superado.
-¿Te gusta... Aleko?
Kara hizo una mueca de dolor y asintió.
-Pero no vale la pena. Él quiere una aventura, nada más.
-Oh, Kara, ¡qué lástima! Es la primera vez que disfrutabas de la compañía de un hombre desde que Greg murió. Lo siento.
-Pasa muchas veces -se encogió de hombros, deseando quitarle importancia-. Ahora quisiera ir a acostarme. Fue toda una reunión, en muchos sentidos.
En la cama, sus pensamientos eran muy variados. Era un alivio, no había duda, saber que su hermana no estaba embarazada, pero eso ya no importaba. Petros podría sentirse desilusionado, pero la amaba y quería casarse con ella.
Era Aleko el problema más grave. ¿Qué diría si supiera que estaba enamorada de él? La huiría. El matrimonio no formaba parte de sus planes. Quizá era mejor haber terminado. Cuanto antes volviera a Inglaterra, mejor.
A la mañana siguiente, Rosemary llamó a su puerta.
-Perdón por molestarte, Kara. Quería decirte que hoy iré a la oficina. Sharon se ha recuperado.
-Lo sé. Anoche la vi.
-¿Qué pasaría con ella? -preguntó la señora, frunciendo el ceño; luego movió la cabeza, como si ya no importara-. Que descanses, querida. Me sentía culpable por interrumpir tus vacaciones.
Pero Kara saltó de la cama en cuanto Rosemary se fue. Se duchó, se vistió y llamó al aeropuerto de Corfú. Por desgracia, no había plaza disponible hasta la noche siguiente.
Con dos días enteros por delante, Kara decidió pasar tanto tiempo como fuera posible con Sharon. Su hermana estaba muy emocionada y hablaba constantemente de Petros.
Aun así, las horas pasaban con lentitud. Y cuando Sharon salió con su novio por la noche y los Hythe se fueron a una fiesta, los minutos empezaron a transcurrir a paso de tortuga. Kara leyó un libro y recogió la mayor parte de sus cosas, pero no conseguía dejar de pensar en Aleko. ¿Qué habría pasado, se preguntaba una y otra vez, si no hubiera echado a perder la noche anterior?
Pero siempre encontraba la misma respuesta. Aleko tomaría lo que quería y, cuando llegara la hora, diría adiós. Estaba mejor sin él.
Al día siguiente, Sharon entró, muy alegre, en su habitación, antes de que ella se levantara.
-¡Oh, Kara, soy tan feliz! Todo está solucionado. Esta noche vamos a anunciarles lo nuestro a los padres de Petros.
-Estarán encantados, te lo aseguro -dijo la chica, sonriente-. Si Petros hubiera acudido a ellos antes, nada de esto habría ocurrido. Fue Aleko quien causó todo el problema.
El día transcurrió aún más despacio que el anterior, pero al fin llegó la hora.
-Cuídate -dijo Sharon, cuando Kara cerró la última maleta-. Dales un beso a mamá y a papá. Diles que los escribiré.
-Se emocionarán mucho, lo sé.
Un taxi la llevó al puerto donde debía coger un barco a Corfú. Pero se llevó una verdadera sorpresa al ver a Aleko en el muelle, con los motores de su yate encendidos.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó secamente, intentando contener el agitado palpitar de su corazón.
-A sus órdenes, señora -la hizo un saludo militar-. He venido para llevarla a Corfú.
-Prefiero el barco público, gracias -sin embargo, su cuerpo volvía a desearlo ardientemente.
-Sé lo que piensas de mí, pero aún soy bastante caballero para dejar que te vayas en un apestoso barco.
-¡Magnífico! -exclamó. Verlo otra vez le causaba un dolor que sería difícil mitigar-. Tú no eres un caballero. Eres...
-Lo sé -sonrió, burlón-. Soy un canalla, un desgraciado, cualquier cosa, pero eso no cambia las cosas, voy a llevarte al aeropuerto -subió las maletas a bordo y ella no tuvo más remedio que seguirlo, mientras se preguntaba por qué se tomaba la molestia de llevarla. Pronto comprendió:
-Así que tu hermana se salió con la suya, ¿verdad? -Kara guardó silencio y él continuó-: ¿O niegas que le ocultó a Petros que no estaba embarazada, hasta que él le pidió que se casaran?
No pudo seguir callada:
-Por supuesto que no lo hizo a propósito. ¿Qué diablos pasa con los Tranakas, que piensan que todo el mundo va tras su dinero? Ella creía realmente que estaba embarazada.
-Es sorprendente cuántas mujeres persiguen a hombres ricos.
-No dejas de decirlo. Pero yo no te perseguiría, aunque fueras el último hombre del mundo -le dio la espalda-. No quiero volver a hablar contigo. ¡Ya estoy harta de ti!
Ni una palabra más se pronunció durante el viaje. Kara quería mirarlo, pero no se atrevía. Cuando por fin lo hizo, vio que la expresión de Aleko era ceñuda y hostil y se alegró. No intentó ayudarle a amarrar la embarcación, ni llevar las maletas; él llamó un taxi y facturó el equipaje en el aeropuerto.
Luego, con toda corrección, le estrechó la mano. Era imposible leer nada en sus ojos.
-Adiós, Aleko -logró decir ella.
-Cherete, Kara -la miró largo rato. Después se dio la vuelta y desapareció.
Kara sintió ganas de llorar, pero se contuvo. Todo había terminado, y cuanto antes lo aceptara, mejor.
El viaje resultó tedioso y llovía en Londres cuando aterrizaron. Kara llegó a su casa cansada y triste, deseando meterse en la cama. Y pronto volvió a encajar en su rutina de antes. Había aprendido a ocultar sus sentimientos, de modo que nadie adivinó que algo le pasaba.
Cuando le contó a sus padres lo de Sharon y Petros, al principio se preocuparon, pero pronto lo asimilaron y se alegraron. Su hija les dijo por teléfono que los dos irían a Birmingham a un festival de vino que habría en menos de dos meses y eso acabó de tranquilizarlos. Para Kara, en cambio, la noticia significaba algo diferente: que Aleko había cambiado de parecer y no asistiría al festival. ¿Era a causa de ella? Descartó la idea de inmediato. Él era un verdadero hombre de negocios, no se dejaría afectar por lo ocurrido entre ellos. Sin duda habría decidido que era hora de dar mayor responsabilidad a Petros.
Sharon escribía con frecuencia y parecía tan feliz, que Kara se sentía aún peor. La pareja esperaba casarse a finales de año, ir de luna de miel a París y luego vivir en la villa de los Tranakas hasta que construyeran su propia casa. El contraste entre su situación y la de su hermana le hacía daño, aunque se alegrara por ella.
Poco a poco, sin embargo, fue logrando alcanzar la paz consigo misma. Era inútil ansiar lo que nunca podría tener. Y así llegó la hora de que Sharon regresara a casa. Petros iría directamente al festival y después se reuniría con ella para conocer a su familia antes de volver a Lakades.
-Los padres de Petros te envían cariñosos saludos -le dijo Sharon a Kara, pasadas las emociones del reencuentro. No le dio ningún mensaje de Aleko y delante de sus padres no podía preguntar. Así que tuvo que esperar a la noche para hacer la pregunta que bailaba en sus labios.
-¿Cómo está Aleko?
-Igual que siempre, según sé. Nunca lo veo.
Eso no era ninguna ayuda.
-¿Por fin dio su aprobación a vuestro matrimonio?
-Si te refieres a que aceptó que yo no me propuse deliberadamente atrapar a Petros, sí, dio su aprobación.
-Es una buena noticia, al menos. ¿Cómo lo lograste?
-Ni idea. Sólo sé que él y Petros estuvieron conversando mucho sobre el asunto, pero nunca supe en realidad lo que se dijeron. Debo admitir que ellos parecen llevarse mejor, aunque no lo podía creer cuando Petros me dijo que Aleko lo enviaba a Inglaterra.
-Yo tampoco -admitió Kara-. Recuerdo que escribí una carta para Aleko donde confirmaba su asistencia al festival. ¿Por qué habrá cambiado de parecer? ¿Habrá sido a causa de mí?
-Supongo que no. No habría muchas posibilidades de que lo vieras.
-Sí, tienes razón -convino Kara con tristeza.
Sharon le lanzó una mirada comprensiva.
-Todavía estás enamorada de él, ¿verdad?
-Por desgracia -asintió-. Pero basta ya de hablar de él. Cuéntame de tus planes para la boda. Mamá y papá se alegraron mucho al saber que os casaríais aquí.
Sharon no se cansaba de hablar y consiguió incluso animar a su hermana. No volvió a mencionar a Aleko.
En realidad, durante las dos semanas del festival, parecía evitar hablar de él. Kara supuso que lo hacía por ella, pero sólo sirvió para que se diera cuenta de cómo ansiaba tener noticias suyas.
Un día después de que terminara el festival, Kara volvió del trabajo y encontró a Petros hablando en el salón con sus futuros suegros. Parecía contento y a sus anchas, y en cuanto ella entró, se puso de pie y la abrazó.
-Kara, ¡me alegro volver a verte!
-Yo también -dijo ella, riendo-. Estoy muy contenta por vosotros. ¿Dónde está Sharon? -le parecía extraño que su hermana no estuviera allí.
Sus padres y Petros intercambiaron miradas.
-Me parece -dijo el joven griego-, que está en el jardín. ¿Por qué no vas a buscarla? Traje vino... del nuestro, por supuesto -sonrió-, y tenemos que brindar. Sólo te esperábamos a ti.
Kara se apresuró a salir... pero se detuvo bruscamente en las escaleras. ¡Aleko! No había señales de su hermana. Sólo él. ¿Qué hacía allí? ¿Había ido al festival de vinos, después de todo? ¿Por qué no se lo había dicho Sharon?
Él la miraba como si hubiera estado esperándola. Ella avanzó poco a poco, sin apartar la vista del varonil rostro, con el corazón latiéndole a toda velocidad. ¡Qué guapo estaba!
A unos centímetros de él, volvió a detenerle y se miraron a los ojos. De pronto, no pudo contenerse más. Pensaba que nunca lo volvería a ver.
-¡Oh, Aleko! -exclamó-. ¡Aleko! -se precipitó hacia él, se abrazó a su cintura y apoyó la cabeza en su pecho, dando rienda suelta a sus emociones. Después de un rato se dio cuenta de que no recibía respuesta por parte de él y comprendió que estaba haciendo el ridículo.
-Lo siento -dijo, retrocediendo y bajando la vista.
El hombre la obligó a alzar la cara cogiéndole la barbilla.
-¿De qué se trata todo esto? -preguntó, casi sonriendo.
¿No lo sabía? ¿No se daba cuenta de que lo echaba de menos? ¿Que lo amaba demasiado?
-Parece que estás contenta de verme -ella asintió. ¿Para qué negarlo?-. Lo cual es muy distinto de lo que ocurrió el día que te fuiste. Recuerdo que dijiste que no querías volver a hablar conmigo. También me acusaste de desear sólo tu cuerpo. ¿A qué viene este cambio repentino?
-¡Déjame en paz! -dijo en voz muy baja-. Debes saber lo que siento por ti.
-Sé que me encuentras físicamente atractivo. ¿Es eso? ¿Necesitas un hombre? -indagó con tono burlón-. Me parece que éste no es el lugar apropiado. Pero si quieres...
Kara levantó la mano para darle una bofetada, pero la cogió la muñeca y la apretó contra él.
-Dime, Kara, qué pasa por tu cabeza.
No pudo apartar la mirada de la cara de Aleko. Y tampoco podía luchar más. ¿Qué diablos importaba?
-Sé que vas a pensar que soy una tonta -murmuró-, y que hago mal en admitirlo. Pero la verdad es que... te amo. Ya lo he dicho, así que puedes reírte. Es gracioso, ¿verdad?, que te ame después de la manera en que me trataste... Ojalá no hubieras venido. Intento olvidarte; es difícil y me llevará tiempo, pero lo lograré al final. Lo haré, sé que lo haré.
Las lágrimas que corrían por sus mejillas no le permitían ver claro, pero Aleko la había soltado de la muñeca y había deslizado un brazo alrededor de su cintura. Sintió el palpitar violento del corazón del hombre y el calor de su cuerpo, y entonces sus bocas se unieron.
Se besaron con avidez. Ella no quería pensar por qué Aleko reaccionaba así. Sólo pensaba en la magia de estar en sus brazos una vez más.
-Kara, ¡mi dulce Kara! -al fin la apartó y la miró a los ojos-. Estaba equivocado, muy equivocado. He sido cruel y despiadado, y merezco todas las palabras duras que me has dicho. Yo también te amo, Kara, con todo mi corazón. Y admitirlo no me resulta más fácil que a ti.
La llevó hacia el banco del jardín. Se sentaron allí, fuera del alcance de las miradas curiosas, y volvió a besarla. Kara no daba crédito a sus oídos. Era un milagro. Tocaba el pelo de Aleko, su rostro y sus labios. Y él tomó los dedos de ella entre los suyos y los apretó contra su boca.
-No sé qué decir, Kara -murmuró con una humildad adorable-. Desde lo que me sucedió con Cleo, he tenido miedo de amar a alguien más. No quería volver a sufrir otra vez. Me gustaste desde el principio, pero no veía perspectivas en ello.
-¿Así que preferiste considerarme una aventurera? ¿Lo creías realmente?
-Supongo que me obligué a creerlo -admitió con tristeza-. Aunque ahora sé que no eras nada de eso. Eres una muchacha dulce y amable a quien hice muy desgraciada. ¿Puedes perdonarme?
-También hiciste desgraciada a Sharon.
Aleko asintió, parecía avergonzado de sí mismo.
-Ya le pedí disculpas. Sé muy bien lo equivocado que estuve. Petros ha madurado de repente. Estoy muy contento por ellos.
-¿Ella te perdonó?
-Está tan enamorada que me perdonaría cualquier cosa... en este momento. Espero que después no me ajusten las cuentas.
Kara rió.
-Lo dudo. ¿Sabía mi hermana que estabas en Inglaterra? ¿Fuiste al festival de vinos?
-Le hice jurar que no te lo diría -la explicó.
Comprendió entonces por qué su hermana se mostraba reacia a hablar con ella.
-¿No te dijo Sharon cómo me sentía yo?
-¿Por mí? -preguntó, asombrado.
-Sí.
-¿Sabía que estabas enamorada de mí? -frunció el ceño.
-Se lo dije.
-Nunca me comentó nada. ¡Ojalá lo hubiera hecho! Deseaba explicarte cómo me sentía el día que te fuiste. Por eso insistí en llevarte a Corfú. Pero no pude decírtelo y, en vez de ello, terminé por criticar a tu hermana otra vez. Cuando comprendí que había desaprovechado la oportunidad que tenía, decidí esperar hasta el festival. Con un poco de suerte, habrías olvidado todos mis insultos y sólo recordarías los buenos tiempos. Y sí fueron buenos, ¿verdad, Kara? Nunca olvidaré la noche que viniste a mi cama.
-Fue una de mis mejores equivocaciones -rió ella.
-¡Qué celoso me puse cuando me enteré de que habías pasado tu luna de miel en Corfú! Me moría cada vez que pensaba en ello. No puedo creer que puedas amarme después de la manera en que te traté.
-Te amo y siempre te amaré -susurró Kara, apretándose contra él y levantando el rostro para que volviera a besarla.
-¿Qué crees que dirían tus padres si hiciéramos una doble boda? -sugirió después Aleko.
-Quizá sea mejor que les preguntemos -respondió ella, alegre-. Eso me recuerda que nos esperan para hacer un brindis.
-Yo brindaré por nosotros, amor mío. Por Petros y Sharon, por supuesto, pero de ahora en adelante eres la persona más importante de mi vida. Brindaremos cada día para tener siempre presente cómo estuvimos a punto de perdernos el uno al otro, y todo debido a mi estupidez.
¿Aleko, estúpido? Nunca estaría de acuerdo con eso. Era guapo y excitante, y nunca le fallaría. Por fin había encontrado al hombre de sus sueños.